Estrella de la tarde

᾿Έσπερε πάντα φέρων ἴοσα φαίνολις ἐσκέδασ' Αὔως,
φέρεις ὄιν,
φέρεις αἶγα,
φέρεις ἄπυ μάτερι παῖδα,

Estrella de la tarde que a casa llevas cuanto dispersó la Aurora clara,
llevas la oveja,
llevas la cabra,
y de su madre a la niña separas.
(Safo, 104a LP).
Safo de Militenes

Un poco más

Λίγω ἀκόμα
θά ιδοῦμε τίς αμυγδαλιές ν’ ἀνθίσουν,
τά μάρμαρα νά λάμπουν στόν ἥλιο
τή θάλασσα νά κυματίζει.
Λίγω ἀκόμα
νά σηκωθοῦμε λίγο ψηλότερα.

Un poco más
y veremos florecer los almendros,
los mármoles brillar al sol
y mecerse las olas del mar.
Un poco más
elevémonos todavía un poco más.

(G. Seferis)
La insoportable levedad del ser

Memoria

Durante más de cien años, el espectro de la guerra civil se deslizó por todos los rincones de Roma. Atraídos por una u otra causa, alistados en las filas de uno u otro contendiente o reducidos en sus pueblos y ciudades a la condición de sujetos pasivos de la historia de su patria, hombres y mujeres romanos sufrieron en sus carnes la furia desencadenada por quienes creen que la historia debe escribirse con la sangre de sus compatriotas.
Las calles de Roma, las paredes de sus templos y el mármol de sus edificios públicos se tiñeron de sangre romana. Invocando el recuerdo, la memoria de afrentas recibidas en otro tiempo o de crímenes cometidos por una u otra facción, los ciudadanos se convirtieron en delatores, torturadores o asesinos de otros ciudadanos. En cada calle, en cada casa, la memoria del horror fue invocada como coartada de actos sin nombre.
Mario convirtió Roma en un escenario de caza. Las cabezas de sus enemigos políticos fueron clavadas en picas y expuestas en medio del foro romano, para que la evocación de aquel acto propio de bárbaros, perdurará en la memoria de las generaciones venideras.
Sila ultrajó el cadáver de Mario, su enemigo, invocando el recuerdo de afrentas pasadas y, una vez ubicado en un poder casi absoluto, promulgó leyes que convirtieron a los ciudadanos que se habían opuesto a su política en reos de una justicia sumarísima. Por todas partes se utilizó el recuerdo y se esgrimió la memoria como armas arrojadizas forjadas en los rescoldos de sucesos antiguos, de pasadas ofensas. Los partidarios de Mario fueron declarados enemigos de Roma y sus bienes fueron confiscados o adjudicados a otros ciudadanos cuando el calor todavía no se había extinguido en sus cuerpos destrozados.
El paso del tiempo no ha ocultado los ecos de aquellos sucesos. En realidad, cualquier ciudadano, partidario de Sila o de Mario, noble o plebeyo, tuvo durante varias generaciones algún familiar por el que llorar, alguna muerte injusta que recordar o alguna historia de ejecuciones sumarias, sin juicio ni piedad, que guardar en su memoria.
Todos los pueblos, no sólo Roma, han dejado atrás sucesos dolorosos. Ninguna ley resuelve ni restaña las heridas que su recuerdo sigue produciendo. La memoria de los pueblos necesita de una gran dosis de generosidad por parte de todos los que sufrieron la desgracia y la injusticia, compañeras siempre inseparables de las contiendas civiles. Sin esa generosidad, sin el ejercicio del perdón y de la indulgencia, algunas páginas del libro de la historia nunca dejan de escribirse, y los acontecimientos que llenaron de luto las casas de tantos ciudadanos parecen estar siempre dispuestos a emerger de nuevo.
La memoria debe servirnos para comprender los sucesos del pasado, para evitar que en el futuro se repitan y para entender que, pasado el tiempo, nadie vence en una guerra civil. La memoria nos abrirá las puertas del futuro si no nos detenemos demasiado en ajustar las cuentas con un pasado que ya se ha perdido para siempre.