Afrodisias


Afrodisias. Estadio. Bernardo Souvirón
Afrodisias. Estadio.
Sentado sobre una de las gradas, dejando que la imaginación recreara las escenas que debieron de ocurrir en aquel estadio de una ciudad perdida en el oriente, sentí una calma muy especial que, con frecuencia, se apodera de cualquiera que contempla bien dispuesto los restos dejados por Grecia y Roma. La calma y la melancolía gobiernan los sentimientos del viajero que intenta penetrar en el tiempo pasado.
Afrodisias era la capital de la región de Caria (situada al sur de la costa egea de la actual Turquía). Toda su fama se debe al culto de la diosa Afrodita. Floreció en los tres 1ºs siglos posteriores a Cristo. Fue protegida por M. Antonio y Tiberio y acabó por cimentar su fama en la célebre escuela de escultura que, empezando como copistas de modelos clásicos, acabó por tener su propio estilo, muy difundido en Roma.
El cristianismo penetró difícilmente. Para eliminar el recuerdo de la antigua diosa, las autoridades bizantinas nombraron a la ciudad Stavropolis “ciudad de la cruz” en el siglo V. La ciudad declina ya en el s VII y es totalmente abandonada después del paso de Tamerlán (1402).

Afrodisias. Teatro
Afrodisias. Teatro


El teatro de Afrodisias es del siglo I a. C. Se construyó sobre el flanco de la ciudad alta y tenía una capacidad para 10000 espectadores. En el siglo II la orchestra fue vaciada para permitir los combates de gladiadores (un signo de los nuevos tiempos). En 1966 fue reconstruido. Hoy las gradas están casi íntegras, incluido el proedrio, reservado a las autoridades. El proscenio está restaurado. Una inscripción atribuye la construcción a Zoilo, esclavo manumitido de Augusto.

Afrodisias. Paisaje desde el teatro
Afrodisias. Paisaje desde el teatro

Ésta es una característica de casi todos los teatros griegos y romanos: desde las gradas no sólo puede verse el espectáculo teatral, sino el del paisaje.

Afrodisias

En el lado oriental de la ciudad había una puerta de dos pisos, construida a la manera de un muro de escena de teatro. El centro de la plaza lo ocupaba un gran estanque rectangular que terminaba a cada lado con un semicírculo. Se ha sacado a la luz buena parte de su decoración, especialmente un extraordinario friso expuesto en el exterior del museo. El destino de este espacio arquitectónico no está claro pero, en cualquier caso, resulta reconfortante pasear al lado del estanque rectangular, con agua todavía hoy.

Afrodisias. El estadio
Afrodisias. El estadio

Uno de los mejor conservados, con sus 22 filas de gradas que acogían a 30000 espectadores. Se conservan muy bien las galerías abovedadas de acceso , aunque invadidas por la vegetación y los restos arruinados. Situado en el extremo norte de la ciudad, sus contrafuertes fueron integrados en el recinto defensivo.


Afrodisias. Tetrápilo


Afrodisias. Tetrápilo

Esta puerta monumental, que se abre a los cuatro puntos cardinales, estaba al lado del témenos del templo de Afrodita y del cardo maximus. Destruida por un terremoto en el siglo IV ha sido completamente levantada por los arqueólogos con toda su decoración original. Son 4 grupos de 4 columnas que sostienen dos frontones: el del este contenía un dintel semicircular, mientras que el que mira al témenos estaba adornado con relieves de Amores y Victorias entre hojas de acanto. Tras la puerta han sido descubiertos los vestigios de una casa con atrio, de época bizantina.



En muchas partes de la ciudad se conserva el enlosado original, normalmente de época romana. A pesar de estar situada en una zona inestable del mundo antiguo, Afrodisias transmite paz. Quizá el hecho de que no se encuentre dentro de los circuitos que suelen preparar las agencias de viajes haya contribuido a su soledad actual. Lejos de las multitudes, la magia intenta perdurar.

Heroínas en un mundo de héroes

Biblioteca Pública des Mercadal, Menorca, otoño 2022

En la literatura antigua abundan los héroes. Hombres que, sin ser dioses, han sido capaces de llevar a cabo gestas que los demás mortales sólo pueden soñar. Desde Homero hasta los poetas latinos, figuras como Aquiles, Ulises, Áyax, Eneas… y tantos otros, siguen mostrándose como ejemplos eternos del comportamiento humano, llegando a ser paradigmas, símbolos, espejos en los que intentamos mirarnos con frecuencia.
Todos ellos son hombres, pues el mundo en el que nacieron, estaba regido por hombres; por guerreros. Junto a ellos, escondidas entre los ecos de sus hazañas, las mujeres parecen caminar de puntillas, sin apenas hacer ruido, sobre ese mundo en el que sólo los héroes tienen cabida. Sufren, se convierten en botín de guerra, en esclavas de los vencedores, y, como en las Troyanas de Eurípides, esperan con resignación sobre la llanura de Troya a que el heraldo aqueo les comunique en qué nave han de partir, como esclavas, hacia las costas de Grecia.
En esta conferencia vamos a hablar no de héroes, sino de heroínas. Algunas son famosas; otras, en cambio, desconocidas. Sus gestas tienen poco que ver con la guerra, con la política, con las leyes, y, sin embargo, contienen, en mi opinión, el germen de una esperanza.
A estas gestas femeninas, a la esperanza que contienen, está dedicada esta conferencia. 

Bernardo Souvirón Guijo
bsouvironguijo@gmail.com


Nota de agradecimiento

Gracias a Ana y a Vivi. Gracias a los alumnos de la Universidad Iberoamericana Ciudad de México, para quienes se grabó esta sesión el día 19 de mayo de 2022 a las 09.00 hrs. México 16.00 hrs. España 17.00 Grecia

La persistencia de la palabra

ΜΗΝΙΝ ΑΕΙΔΕ ΘΕΑ, ΠΗΛΗΙΑΔΕΩ ΑΧΙΛΗΟΣ
ΟΥΛΟΜΕΝΗΝ, Η ΜΥΡΙ’ ΑΧΑΙΟΙΣ ΑΛΓΕ’ ΕΘΕΚΕ
ΠΟΛΛΑΣ Δ’ ΙΦΘΙΜΟΥΣ ΨΥΧΑΣ ΑΙΔΙ ΠΡΟΙΑΨΕΝ
ΗΡΩΩΝ, ΑΥΤΥΣ ΔΕ ΕΛΩΡΙΑ ΤΕΥΧΕ ΚΥΝΕΣΣΙΝ
ΟΙΩΝΟΙΣΙ ΤΕ ΠΑΣΙ, ΔΙΟΣ Δ’ ΕΤΕΛΕΙΕΤΟ ΒΟΥΛΗ,
ΕΞ ΟΥ ΔΗ ΤΑ ΠΡΩΤΑ ΔΙΑΣΤΗΤΗΝ ΕΡΙΣΑΝΤΕ
ΑΤΡΕΙΔΗΣ ΤΕ ΑΝΑΞ ΑΝΔΡΩΝ ΚΑΙ ΔΙΟΣ ΑΧΙΛΕΥΣ.


¡Canta, diosa, la ira de Aquiles el de Peleo!, 
ira maldita, que echó en los Aquivos tanto de duelos, 
y almas muchas valientes allá arrojó a los infiernos 
de hombres de pro, a los que dejó por presa a los perros 
y pájaros todos; y se cumplía de Zeus el acuerdo, 
desde la vez que primera discordes se despartieron 
señor-de-mesnada el Atreida y Aquiles hijo-del-cielo.
(Homero, Ilíada, 1 y ss. Versión rítmica de Agustín García Calvo)

Día del Libro
Encuentro músico-literario de la Delegación de Madrid de la SEEC
23 ABRIL 2022, 12.00h
MUSEO DE SAN ISIDRO
Pl. de San Andrés, 2 Madrid

Voz: BERNARDO SOUVIRÓN
Música: DIMITRI PSONIS

Textos de Tucídides

1.- Declaración de intenciones.
Sin embargo, no se equivocará quien, de acuerdo con los indicios expuestos, crea que los hechos a los que me he referido sucedieron poco más o menos como he dicho, y no de más crédito a lo que sobre tales hechos han cantado los poetas o han compuesto otros escritores. Con frecuencia muchos autores escriben sobre cosas de las que no tienen pruebas y sobre hechos que, debido al paso del tiempo, resultan en su mayor parte increíbles, inmersos en el mito.
Quizá la falta de un elemento mítico en mi narración reste encanto a mi obra. Pero si cuantos quieren tener un conocimiento exacto de los hechos del pasado (y de los que, de acuerdo con las leyes de la naturaleza humana, habrán de ser iguales o semejantes en el futuro) consideran que mi obra es útil, entonces será suficiente. Mi obra ha sido compuesta como una adquisición para siempre, no como una pieza de concurso para deleite de un momento. (1.21-22)

Imperialismo y democracia. De Atenas a los EEUU. Bernardo Souvirón
Alayor, Menorca. Primavera 2013
Talleres Islados:

2.- Pericles reconoce la tiranía exterior de Atenas.
No penséis que lucháis por una sola cosa, impedir que vuestra libertad se convierta en esclavitud, sino también por evitar la pérdida de vuestro imperio y el peligro resultante de los odios que os atrajisteis en el mando. Ni siquiera os es posible deponerlo, si es que alguno en la hora presente, temeroso, lo propone por pacifismo, dándoselas de hombre de bien, pues lo habéis convertido ya en una tiranía, cosa cuya consecución se considera injusta, pero el renunciar a ella, peligroso. 

3.- Estragos morales producidos por las guerras civiles.
  • 3. 82. 2. 
Muchas calamidades se abatieron sobre las ciudades con motivo de las luchas civiles, calamidades que ocurren y que siempre ocurrirán mientras la naturaleza humana sea la misma [...] En tiempos de paz y prosperidad los Estados y los particulares son magnánimos porque no se ven urgidos por situaciones de imperiosa necesidad. Mas la guerra, que arrebata el bienestar de la vida cotidiana, es un feroz maestro que modela los sentimientos de acuerdo con las circunstancias.
  • 3. 82. 4. 
Cambió el significado normal de las palabras, y se distanció de los hechos [...] La audacia irreflexiva pasó a ser considerada un valor fundado en la lealtad al partido; la vacilación prudente se consideró cobardía disfrazada; la moderación, una máscara para encubrir la falta de hombría, y la inteligencia [...] incapacidad total para la acción. La precipitación irreflexiva se tomó como cualidad viril y la precaución con vistas a la seguridad se consideró un pretexto para eludir el peligro. 
  • 3. 82.6. 
Los vínculos de sangre llegaron a ser más débiles que los del partido, [...] porque estas asociaciones no se constituían de acuerdo con las leyes establecidas para el bien público, sino al margen de la ley y al servicio de la codicia. Las garantías recíprocas no se basaban tanto en juramentos de fidelidad como en la trasgresión de la ley perpetrada en común. Las propuestas de los adversarios, especialmente si detentaban el poder, eran aceptadas por precaución realista, no por nobleza de espíritu. 
  • 3. 82.7-8. 
Quien triunfaba basándose en el engaño conseguía como trofeo la fama de inteligencia, pues la mayor parte de los hombres aceptan mejor el calificativo de inteligentes cuando son unos canallas que el de cándidos cuando son hombres de bien: de esto se avergüenzan, mientras que de aquello se enorgullecen. En realidad, la causa de todos estos males era el deseo de poder inspirado por la codicia y la ambición.

4.- Palabras de Alcibíades en relación con la democracia.
En cuanto a la democracia, todos los que somos personas sabemos lo que vale, y yo mismo mejor que ningún podría denigrarla, en cuanto que he recibido de ella el peor trato. Pero nada nuevo podría decir sobre lo que todo el mundo reconoce que es una insensatez. En cambio, nos parecía una empresa algo arriesgada fomentar el cambio político estando vosotros, enemigos nuestros, o nuestras puertas.

5.- Diálogo de los melios. Expresión de una de las leyes históricas: la del más fuerte.
  • 5. 86
Melios: “La oportunidad de explicarnos mutuamente nuestros puntos de vista no merece ningún reproche. Sin embargo, la realidad de la guerra [...] parece estar en desacuerdo con una propuesta como ésta. En efecto, vemos que vosotros habéis venido como jueces de lo que aquí vaya a tratarse, y vemos también que a nosotros el fin del debate nos traerá con toda probabilidad el siguiente resultado: si logramos imponernos en el campo de la ley y por ello no cedemos, la guerra; y si nos dejamos convencer, la esclavitud”.
  • 5. 89. 
Atenienses: “Se trata de alcanzar un acuerdo que sea posible de acuerdo con lo que unos y otros sentimos, porque vosotros habéis aprendido, igual que lo sabemos nosotros, que en relación con los asuntos humanos (ἐν tῷ ἀνθωπείῳ λόγῳ) sólo cabe juzgar (κρίνεται) lo que es justo (δίκαια) cuando se parte de una igualdad de fuerzas. En caso contrario, los poderosos determinan (πράσσουσι) lo que es posible (δυνατά) y los más débiles lo aceptan”.
  • 5. 91-93. 
Atenienses: No son los que ejercen el poder sobre otros quienes son temibles para los que han sido vencidos, [...] son temibles los súbditos (ὑπηκοοί) si un día llegan a atacar y vencer a sus dominadores. [...] Nosotros queremos someteros sin daño y que vuestra salvación sea útil para ambas partes”.
Melios: “Y ¿cómo ha de resultar útil para nosotros convertirnos en esclavos en la misma medida que para vosotros esclavizarnos?”.
Atenienses: “Porque vosotros, al ser nuestros súbditos (ὑπακοῦσαι), no sufriríais los males más terribles, y nosotros, al no destruiros, obtendríamos beneficio”.

(En relación con estos textos de Tucídides cabe relacionar esta cita de Th. Hobbes -De Cive, 8.1-: Está escrita unos dos mil años después que la obra de Tucídides, pero va en la misma línea. En realidad, también cabe preguntarse si hoy hemos superado esta concepción. La cita es la siguiente: 
El bien que recibe el vencido o el más débil es la vida que, por el derecho de guerra y en el estado natural de los hombres, podía serle quitada; y la ventaja que promete al vencedor es su servicio o su obediencia.)
  • 5. 116. 
Los melios [...] se rindieron a los atenienses. Estos mataron a todos los melios adultos que apresaron y redujeron a la esclavitud a niños y mujeres. Y ellos mismos, con el posterior envío de quinientos colonos, poblaron el lugar.

Discurso de Pericles

Discurso pronunciado por Pericles en honor de los primeros caídos en la guerra del Peloponeso


“Tenemos un régimen de gobierno que no envidia las leyes de otras ciudades, sino que más bien somos ejemplo para otros que imitadores de los demás. Su nombre es democracia, por no depender el gobierno de pocos, sino de un número mayor; de acuerdo con nuestras leyes, cada ciudadano está en situación de igualdad de derechos en las disensiones privadas, mientras que según el renombre cada uno, a juicio de la estimación publica, así es honrado cada cual en los asuntos públicos. Y no tanto por la clase social a que pertenece, como por su mérito, ni tampoco, en caso de pobreza, se le impide actuar en beneficio de la ciudad por la oscuridad de su fama.
[…]
Nos hemos procurado además muchos recreos del espíritu, pues tenemos juegos y sacrificios anuales, y hermosas casas particulares, cosas cuyo disfrute diario aleja las preocupaciones; ya causa del gran número de habitantes de la ciudad, entran en ella las riquezas de toda la tierra. Y así sucede que la utilidad que obtenemos de los bienes que se producen en nuestro país no es menos real que la que obtenemos de los demás pueblos. 
[…]
Amamos la belleza con poco gasto y la sabiduría sin relajación; y utilizamos la riqueza como el medio para la acción más que como motivo de jactancia, y no es vergonzoso entre nosotros confesar la pobreza, sino que lo es más el no huir de ella. Por otra parte, nos preocupamos de los asuntos privados y de los públicos, y gentes de diferentes oficios conocen suficientemente los asuntos públicos; pues somos los únicos que consideramos a quien nada participa en ellos no un hombre pacífico, sino inútil. 
[…]
Afirmo que Atenas es la escuela de Grecia, y creo que cualquier ateniense puede lograr una personalidad completa, y dotada de la mayor flexibilidad, en los más distintos aspectos de la vida.
[…]
Ninguno de éstos flaqueó poniendo delante el goce de la riqueza que le estaba reservado ni retardó el peligro por la esperanza de poder enriquecerse todavía si quedaba indemne, sino que considerando más deseable que estas cosas el castigo del enemigo, y juzgando además que éste era el más hermoso de los peligros, decidieron, arriesgándose a él, castigar al enemigo y privarse de aquellos bienes, confiando a la esperanza la incertidumbre del éxito y atreviéndose, en cambio, al obrar, a confiar en sí mismos.
Consideraron, pues, en el trance mismo de la lucha, que debían sufrir la muerte antes de salvarse huyendo, y evitaron una fama vergonzosa. Sostuvieron la lucha al precio de la vida y, en un breve instante del azar, en la culminación de su gloria, no de su miedo, murieron. […] Y dando sus vidas por el interés común reciben para sí mismos una alabanza inmortal y la más gloriosa tumba: no el lugar en el que yacen; su tumba es otra; otra en la que queda para siempre su gloria, hecha inmortal en el corazón de todos los hombres. Pues la tierra entera es la tumba de los hombres buenos. Es una tumba que no está indicada sólo por la inscripción de las columnas sepulcrales en el país propio, sino que, aun en el extraño, vive en cada hombre como un recuerdo no escrito, grabado en el corazón, no en algo material.
[…]
Por ello ni os compadezco ahora a vosotros, sus padres, cuantos estáis presentes; pues, criados en medio de toda clase de adversidades, sabéis que la buena fortuna pertenece a quienes reciben, como vuestros hijos ahora, la muerte más hermosa. […] Y los que habéis traspasado ya el umbral de la juventud, pensad que la parte de vuestra vida en que fuisteis felices es vuestra mayor ganancia, y que esta otra parte de vuestra vida será breve. Encontrad el consuelo en la gloria de vuestros hijos, porque el deseo de honores es lo único ajeno a la vejez, y en la parte inútil de la vida no es, como algunos dicen, el deseo de lucrarse lo que predomina, sino recibir honores.
[…]
Y si debo también hacer una mención en relación con la virtud de las mujeres que desde ahora serán viudas, con una breve indicación lo diré todo. Vuestra gloria consistirá en no ser inferiores a vuestra condición natural y, por tanto, en que entre los hombres haya sobre vosotras las menores conversaciones posibles, sea para alabaros o para criticaros”.
(TUCÍDIDES, Historia de la guerra del Peloponeso, 37 y ss.)
Pericles, hijo de Xantipo, ateniense
Busto de Pericles con la inscripción “Pericles, hijo de Xantipo, ateniense”. Mármol, copia romana de un original griego de ca. 430 a.C.

Cuando uno contempla un mapa de Grecia

Cuando uno contempla un mapa de Grecia toda su tierra parece estar desperdigada, rota, esparcida como las esquirlas de una roca barrenada por la historia. Cuando uno camina por las tierras de Grecia, descubre con asombro cómo mar y tierra se confunden, como amantes, en un abrazo eterno en el que la naturaleza de ambos se disuelve, fundida por un calor hondo y húmedo, como el de los miembros humanos en invierno.
En realidad, el mapa y las tierras de Grecia son como una alegoría de su propia historia y, como si un minúsculo big bang hubiera hecho estallar el núcleo de su alma, sus pedazos están esparcidos por todos los lugares del planeta, por lejanos que parezcan. Llevada por el mismo afán de proseguir que hizo a Alejandro alcanzar las costas del océano Índico, Grecia también está presente en otros planetas, en otras tierras, mares, o cielos y en las innumerables estrellas que cada noche iluminan desde la bóveda del cielo nuestro efímero afán de conocimiento. El Universo está enclavado sobre un mapa insólito en el que cada pueblo, cada aldea, tiene un nombre griego.
Los retazos de Grecia adornan los Museos de lugares que no existían cuando los artistas griegos escribían sus obras, esculpían sus estatuas o dibujaban sobre los vasos de cerámica el alma de sus mitos; en todas las bibliotecas hay libros escritos en griego o traducidos del griego. En todas partes hay obras de arte (libros, documentos, estatuas, cerámica...) que fueron robados, expoliados, arrancados de Grecia por hombres fascinados y valientes y, también, por taimados ladrones sedientos de fortuna.
En Londres, en el British Museum, están expuestas las estatuas que Fidias hizo para los frontones del Partenón. A principios del siglo XIX, Thomas Bruce, conde de Elgin, cuando Grecia estaba bajo el dominio turco, sacó de Atenas doscientos cajones llenos del tesoro del Partenón y los envió a Londres. Pagó por ellos 74.240 libras. Durante años se discutió el derecho de posesión de estas obras maravillosas, de estas estatuas que al escultor italiano Antonio Canova le parecieron “de carne y hueso”; hasta que en el año 1816, tras una resolución del Parlamento, fueron compradas por un total de 35.000 libras; ni siquiera la mitad de lo que habían costado.
¿Deben devolverse tales obras a los griegos? ¿Deben volver a Atenas, al lugar en que nacieron, a la patria de su autor, muerto hace más de dos mil quinientos años? ¿Deben volver a Grecia todos los fragmentos que el big bang de su historia ha esparcido por todo el mundo, aun siendo ya parte del patrimonio de todos los seres humanos de la Tierra?
En el cielo nocturno de estos días contemplo a Orión, a Andrómeda, a las Pléyades... a toda Grecia, expoliada, inmortal.

El mundo egeo en vísperas de la Guerra del Peloponeso (431 a.C.)
El mundo egeo en vísperas de la Guerra del Peloponeso (431 a.C.)

    Hola de nuevo:
    Os envío este artículo, escrito hace ya algún tiempo. A veces viajar a Grecia no es sólo viajar en busca de monumentos, de recuerdos de otros tiempos. También es viajar con la intención de contemplar el paisaje que vieron los antiguos, aunque en él no estén ahora los antiguos templos, las antiguas estatuas. Yo creo que, de alguna manera, todos los que venís a este viaje lo sabéis.
    En fin. 
    Os mando la lista con la distribución de habitaciones de nuevo, con los cambios que ha habido. Si hay algún error decídmelo por favor, porque los hoteles nos piden ya la distribución. Es importante que lo tengan con tiempo pues, dada la diligencia (un tanto improbable) de los griegos, nos evitaremos así esperas innecesarias cuando lleguemos a los hoteles. 
    Hay que hacer el segundo pago. Os lo recuerdo, aunque sé que no hace falta. Seguid las mismas instrucciones que ya os mandé hace algún tiempo, por favor.
    Un abrazo fuerte. Ya queda menos.
    Bernardo Souvirón Guijo
    4 de marzo de 2014

De rerum natura


Lucrecio. De rerum natura

Habiéndote demostrado que las cosas no pueden nacer de la nada ni, una vez nacidas, ser devueltas de nuevo a la nada, no fuera a hacerte recelar de mis palabras la incapacidad de tus ojos para distinguir los elementos primeros, déjame citarte otros cuerpos cuya existencia material deberás admitir aun siendo invisibles.
La enfurecida fuerza del viento azota las olas, derriba naves enormes y dispersa las nubes; o bien, en arrebatado torbellino recorriendo los llanos, los siembra de grandes troncos arrancados de cuajo y sacude las cimas de los montes con su soplo, flagelo de las selvas: tal es su furor cuando silba estridente, de tal modo se ensaña con amenazante murmullo. Son pues, sin duda, los vientos cuerpos invisibles, que barren el mar, las tierras y, en fin, las nubes del cielo, llevándoselas a jirones en súbito remolino. Su curso, sembrador de ruina, no es distinto al de la muelle substancia del agua cuando irrumpe en desbordada corriente, y de lo alto de los montes se despeña, engrosado por las lluvias, un poderoso torrente arrastrando en confusión despojos de las selvas y troncos enteros, sin que los robustos puentes puedan aguantar el empuje del agua que baja: así, turbulento por los aguaceros échase el río contra los diques con fuerza irresistible, todo lo derriba con estruendo y bajo sus olas revuelve piedras enormes; arrolla cuanto a su curso se opone. De este modo deben también moverse los soplos del viento; donde se arrojan, cual poderoso río, todo lo trastornan y derriban ante sí con embate incesante; o bien, en revuelto remolino lo arrebatan raudos, se lo llevan en tromba. Por tanto, una vez más lo repito, los vientos son cuerpos invisibles, ya que por su carácter y efectos emulan a los grandes ríos, cuyo cuerpo es manifiesto.
Sentimos además los diversos olores de las cosas, sin que jamás los veamos venir a nuestra nariz, ni vemos la ardencia del calor, ni podemos con los ojos captar el frío, ni nuestra vista percibe las voces; y no obstante, todos estos objetos fuerza es que sean de substancia corpórea, dado que pueden impeler los sentido, pues nada puede tocar y ser tocado, si no es cuerpo.   
Se humedecen las ropas tendidas en la ribera donde rompen las olas, y se secan expuestas al sol. Mas, ni hemos visto de qué modo las empapó la humedad, tampoco cómo la ha ahuyentado el calor. Así pues, el agua se pulveriza en partículas que de ningún modo pueden captar nuestros ojos. Más todavía: al cabo de muchas revoluciones anuales del sol, la sortija con el uso adelgaza por dentro; gota que cae excava una roca; aunque de hierro, la corva del arado mengua imperceptiblemente en los surcos, Y en las calles vemos el enlosado de piedra gastado por los pies de la turba; asimismo, junto a las puertas, las estatuas de bronce dejan ver cómo adelgazan sus diestras por el tacto de tanta gente que las besa al pasar. Todas estas cosas disminuyen, pues, ya que las vemos gastarse; pero, qué partículas las dejan en cada momento, es una visión que nuestra mezquina naturaleza nos veda.
Por último, todo lo que el tiempo y la naturaleza aportan poco a poco a las cosas, forzándolas a crecer dentro de límites, no alcanzamos a verlo por más que agucemos los ojos; ni tampoco lo que los cuerpos pierden al envejecer y agostarse; ni lo que las rocas suspendidas sobre el mar, roídas por la mordedura de la sal, van perdiendo a cada momento. 
Invisibles son, pues, los cuerpos con que obra la Naturaleza.  
(Lucrecio, De rerum natura, 1.265-328)

******/

Texto nº 2
Cuando a los ojos hundida en vileza la vida humana
yacía por tierra, abrumada bajo el peso de la religión,
cuya cabeza asomaba desde las regiones celestes
amenazando a los mortales con su horrible mueca, 
un hombre griego osó rebelarse y alzar hacia ella sus ojos mortales.
No lo detuvieron ni la fama de los dioses, ni los rayos
ni el cielo con su amenazante bramido.
Al contrario, más excitaron el penetrante valor de su ánimo
y su deseo de forzar los apretados cerrojos 
que cierran las puertas de la naturaleza.
Su vigoroso espíritu triunfó y lejos
avanzó, más allá del llameante recinto del mundo.
Y el todo infinito recorrió con mente y ánimo.
De allí nos trae, victorioso, el conocimiento de lo que puede nacer, 
de lo que no, las leyes, en fin, que a cada cosa delimitan su poder,
y sus jalones, hondamente hincados.
La religión, por ello, sometida yace a nuestros pies 
y a nosotros la victoria al cielo nos iguala.
(De rerum natura, 1.62 y ss.)

******/

Texto nº 3
[...] Es necesario que los miedos del alma y sus tinieblas
los disipen no los rayos del sol ni los luminosos dardos del día
non radii solis neque lucida tela diei / discutiant
sino la observación de la naturaleza y la razón
sed naturae species ratioque.
De aquí nuestro primer principio parte:
Jamás cosa alguna se engendró de la nada por obra divina.
(1.146 y ss.)

La persistencia de la palabra

Encuentro músico-literario de la Delegación de Madrid de la SEEC
23 ABRIL 2022, 12.00h
MUSEO DE SAN ISIDRO
Pl. de San Andrés, 2 Madrid

Voz: BERNARDO SOUVIRÓN
Música: DIMITRI PSONIS
Bernardo Souvirón. Dimitri Psonis
*Entrada libre hasta completar aforo.

Dimitri Psonis tocando el Santur Persa y la Lira Bizantina (Kemanche clásica)


Museo de San Isidro los orígenes de Madrid
MUSEOS MUNICIPALES
SOCIEDAD ASICOS

Θάλασσα, θάλασσα

Odysséas Elýtis


Una oración transfigura sus alturas
Cambia de cauce el tiempo
Y desnudos de cuita terrenal
A otras nociones nos conduce

¿Dónde está el pulso del suelo
La sangre en la memoria de nuestros rostros
El auténtico viaje de ida?

[...]

Dentro de nosotros se desgajó el silencio
Su arcángel tocó lo más hondo
A un caos inhóspito hizo rodar la memoria
Cuando nos ofrecimos a una increíble orilla

Orilla de las leves sombras
Soñada en otro tiempo por lágrimas
Los dorados estigmas nos miraron
Tanto que nos desprendimos de nuestro peso
¡Cómo nos despedimos de nuestro pecado!

[...]

Día concha reluciente de la voz que me creaste
Desnudo para andar en mis diarios domingos
Entre las bienvenidas de las riberas
Suelta el viento conocido por vez primera
Extiende un verde arriate de ternura
Para que deslice el sol su cabeza
Encienda con sus labios las amapolas
Las amapolas que segarán los orgullosos hombres
Para que no haya otra señal en su pecho desnudo
Que la sangre del desdén que borró la tristeza
Llegando hasta la memoria de la libertad.

Pronuncié el amor la salud el rayo de la rosa
Que solo encuentra en derechura el corazón
La Grecia que con firmeza pisa la mar
La Grecia que me transporta siempre viajero
A desnudas montañas gloriosas de nieve.

Doy la mano a la justicia
Transparente surtidor cimera fuente
Mi cielo es profundo e inmutable
Lo que amo nace sin cesar
Lo que amo se encuentra siempre en su principio.

[...]

Con qué piedras qué sangre y qué hierro
Y qué fuego estamos hechos
Cuando parecemos de simple nube
Y nos lapidan y nos llaman
Ilusos
El cómo pasamos nuestros días y nuestras noches
Un Dios lo sabe

Amigo mío cuando enciende la noche tu eléctrico dolor
Ves el árbol del corazón que se extiende 
Tus manos abiertas bajo una Idea toda blanca
Que insistes en rogar
Que insiste en no bajar
Años y años
Aquélla allí en lo alto tú aquí al lado.

Y sin embargo la visión del anhelo despierta un día hecha carne
Y allí en donde antes no resplandecía sino desierto desnudo
Ahora ríe una hermosa ciudad como la deseaste
A punto estás de verla te espera
Trae tu mano y vamos antes de que el Alba
La lustre de gritos de triunfo.

Trae tu mano — antes de que se reúnan pájaros 
En los brazos de los hombres y lo trinen 
Que por fin se mostró viniendo de lejos 
¡La virgen que los caminos de la mar mira la Esperanza!

Vamos juntos y que nos lapiden
Y que nos llamen ilusos
Amigo mío cuántos no sintieron nunca con qué
Hierro con qué piedras qué sangre qué fuego
¡Construímos soñamos y cantamos!
(Odysséas Elýtis, Antología; Akal bolsillo, 77; Traducción: Alfonso S. Rodríguez)

Poesía lírica coral

Alcmán, Partenio 1


[…] Hay un castigo de los dioses.
Dichoso aquel que, con feliz ánimo,
la trama del día teje sin lágrimas.
Mas yo canto la luz de Ágido.
La veo como al sol
al que ella misma invoca,
testigo de su luz.

[…] Hagesícora es distinta;
brillante como si alguien
un caballo colocase en medio de las reses;
un caballo vencedor, de cascos resonantes,
propio de un alado sueño.

[…] Ahí está Hagesícora, mírala,
y Ágido, la segunda en belleza,
que corre tras de ella.
Luchan con nosotras
que llevamos un peplo a la diosa,
luchan en medio de la noche inmortal
emergiendo de ella como Sirio.

[…] Sigamos a Hagesícora
pues al piloto antes que a nadie
en la nave es preciso obedecer.
Ella no tendrá la dulce voz de las sirenas,
pues son diosas,
pero nosotras somos diez muchachas
cantando igual que once
y ella tiene la voz de un cisne
deslizándose sobre las corrientes del Janto,
sus hermosos, rubios, bucles al viento […]
(Alcmán, Partenio 1)

Coro de ancianos persas

Están en la explanada del palacio real. A un lado, la tumba del Gran Rey Darío, padre de Jerjes.

Entrada del coro
Aquí estamos los llamados fieles de los persas, 
que han marchado a tierra griega, 
la guardia de los esplendentes palacios, llenos de oro,
a los que de vejez por privilegio, 
el mismo Jerjes rey, nacido de Darío,
hizo custodios de esta tierra.

Pero sobre el retorno del monarca
y de su tropa rica en oro, ahora,
[…] se turba mi corazón por dentro.
Porque toda la fuerza hija de Asia
partido ha y ladra en tomo a un joven
y ni un mensajero ni un jinete
llega a la capital de los persas:
aquellos que de Susa y Ecbatana
[…] fueron, unos a caballo,
otros en naves o marchando a pie,
formando fuerza de combate.

Es así como los caudillos de los persas,
reyes que son vasallos del Gran Rey,
marchan, jefes de tropa numerosa,
que matan con el arco, caballeros
temibles a la vista y en la lucha
por el valor tenaz de su ánimo.

Una tal flor del territorio persa
partido ha de varones,
por ellos la tierra entera de Asia
tras criarlos, de amor ardiente gime
y los padres y esposas, día tras día,
por el tiempo que pasa se estremecen.

Estrofas
Cruzó ya la que asola las ciudades,
la real armada, a la vecina
tierra que está en la otra ribera,
en balsas que ata el lino el mar salvando,
[…]
cual yugo echando a la cerviz del ponto.

Del Asia populosa el audaz jefe
hace que en todas direcciones
rebaño prodigioso avance,
confiado en quienes su ejército gobiernan
por tierra, y en los rudos jefes del mar,
él, un mortal igual a los dioses,
miembro de una raza nacida del oro.

Con su mirada sombría mirando,
ojos de serpiente sanguinaria,
miles de brazos gobierna, miles de naves,
avanza presuroso sobre un carro sirio
y lleva contra héroes famosos por su lanza
un Ares que triunfa con el arco.

Mas de nadie se espera que oponiéndose
a ese gran río de soldados, pueda
con unos fuertes diques poner freno
a la ola del mar indomeñable:
pues es irresistible la tropa de los persas,
su pueblo de corazón valiente.

Mas ¿qué hombre mortal del dios evitará el engaño?
¿Quién hay que con pie raudo dé un fácil salto 
con pleno dominio? Amistoso y halagador primero
el dios en su red al mortal atrapa
y no puede éste escapar de ella.

Mi alma está de luto
de terror se siente desgarrada
¡Ay del ejército persa!
Temo por la gran ciudad de Susa,
temo que vacía de hombres quede.

Toda la región de Cisa devolverá el eco;
una confusa multitud de mujeres ¡ay! proferirá el grito,
el duelo desgarrará sus finos vestidos de lino.

Los lechos se mojan de lágrimas
por la nostalgia de los esposos,
cada una de ellas, las mujeres persas
por el dolor se desalientan 
tras despedir a su esposo,
con el deseo amoroso con que aman
a su marcial, a su brioso esposo,
solas se quedan sin sus hombres.
¿Cómo estará Jerjes, el rey, nacido de Darío?
¿Vencerá el disparo del arco o ¿Ha prevalecido la fuerza de la lanza? 
(Esquilo, Persas, 1 y ss.)

Mujeres persas

Historia de Grecia II. La Grecia Clásica


Tucídides
Tucídides
Sin embargo no se equivocará quien, de acuerdo con los indicios expuestos, crea que los hechos a los que me he referido sucedieron poco más o menos como he dicho, y no de más crédito a lo que sobre tales hechos han cantado los poetas o han compuesto otros escritores. Con frecuencia muchos autores escriben sobre cosas de las que no tienen pruebas y sobre hechos que, debido al paso del tiempo, resultan en su mayor parte increíbles, inmersos en el mito.
Quizá la falta de un elemento mítico en mi narración reste encanto a mi obra. Pero si cuantos quieren tener un conocimiento exacto de los hechos del pasado (y de los que, de acuerdo con las leyes de la naturaleza humana, habrán de ser iguales o semejantes en el futuro) consideran que mi obra es útil, entonces será suficiente. Mi obra ha sido compuesta como una adquisición para la eternidad, no como una pieza de concurso para deleite de un momento (κτῆμά τε ἐς αἰεὶ μᾶλλον ἢ ἀγώνισμα ἐς τὸ παραχρῆμα ἀκούειν ξύγκειται).
(Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, 1. 21 y 22)


Palabras de Pericles ante los padres de los jóvenes caídos al comienzo de la guerra.

“Ninguno de éstos flaqueó poniendo delante el goce de la riqueza que le estaba reservado ni retardó el peligro por 1a esperanza de enriquecerse si quedaba indemne, sino que considerando más deseable que estas cosas el castigo del enemigo, y juzgando además que éste era el más hermoso los peligros, decidieron, arriesgándose a él, privarse de aquellos bienes confiando a la esperanza la incertidumbre del éxito y, en cambio, atreviéndose a confiar en sí mismos al obrar. Consideraron, pues, en el trance mismo de la lucha, que se debía sufrir la muerte antes que salvarse huyendo, y evitaron una fama vergonzosa, sostuvieron la lucha al precio de su vida, y en un breve instante del azar, en la culminación de su gloria, no de su miedo, murieron.  
Y, dando sus vidas por el interés común, recibían para sí mismos una alabanza inmortal y la más gloriosa tumba: no el lugar en que yacen, sino aquella otra en que queda a perpetuidad su gloria, hecha inmortal en el corazón de todos los hombres. Pues la tierra entera es la tumba de los hombres ilustres y no está indicada sólo por la inscripción de las columnas sepulcrales en el país propio, sino que, aún en el extraño, vive en cada hombre un recuerdo no escrito, grabado más en el corazón que en algo material”.
(Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, 2.42 y ss.)




Alcmán de Esparta

Muchachas de dulces cantos y voz amada,
mis rodillas apenas pueden ya sostenerme.
Ojalá fuera yo un cérilo, ave sagrada
que, brillante, vuela, purpúrea como el mar,
con el corazón valiente, sobre las olas.
(Alcmán. Fragmento 26 LP)
Alcmán


Inscripción en el casco de Milcíades

Hola, buenos días. Ayer os envié la inscripción que puede leerse en el casco consagrado por Milcíades a Zeus Olímpico. Se me olvidó traducirlo. Os lo envío hoy con la trascripción en minúscula y la traducción al español. Las letras que aparecen entre paréntesis se leen mal, pero pueden restituirse sin dificultad.
Un abrazo. Y, como siempre, salud.

Yelmo de Milcíades

ΜΙΛΤΙΑΔΕΣΑΝΕ(Θ)ΕΚΕΝ(Τ)ΩΙΔΙ
Μιλτίαδες  ἀνε(θ)εκεν  (τ)ῷ  Δί.
Milcíades lo dedicó a Zeus.

¿De qué color era la Grecia Clásica?

Nunca vi el color de la Prehistoria, pero sí el color de sus pinturas. Este documental es una reflexión sobre cómo percibimos la Historia y en qué medida esta percepción se corresponde con la realidad. ¿De qué color era la Grecia Clásica? ¿Y el Antiguo Egipto? ¿Y la Edad Media?

DIBUJOS

Aitor M. Correcher
Margarita Oliver Farner
Ana Awad Navarro
Daniel Alonso Martínez
Fernando Granda García-Argüelles
Patricia Oliver Farner
Fernando Granda Pardo de Santayana
Jorge Villasante
Narciso Velver
Susana Oliver Farner

ENTREVISTAS

Bernardo Souvirón 
Javier González Solas 
Juan Carlos Alfeo

CÁMARA-SONIDO

Aitor M. Correcher

TEXTO. INTRODUCCIÓN

Leonardo Ricci ‘Anonymous (20th Century)’

VOZ 

Daniel Alonso Martínez

IMÁGENES

Cueva de las Manos. Archivo fotográfico de la Coordinación del Sitio Cueva de las Manos. Río Pinturas, Argentina
Templo de Ramsés III, Medinet Habu, Egipto
Sarcófago romano con el mito de Endimión y Selene, siglo III a.C. 
Ermita Visigoda de Santa María, Quintanilla de las Viñas, España
La huida a Egipto. Adam Elsheimer, 1609 
La agonía en el jardín, Jan Gossaert (Mabuse), 1510 
Experimento con un pájaro en una bomba de aire, Joseph Wright de Derby, 1768
La luna de la cosecha, George Mason, 1872 
La gitana dormida, Henri Rousseau, 1897 
La noche estrellada, Vincent van Gogh, 1889 
Guerreros de Riace, siglo V a.C.
Discóbolo, Mirón de Eleuteras, siglo V a.C.
Restauración del Partenón, Alexis Paccard, siglo XIX 
Vista del Partenón, Edward Dodwell, 1821 
Partenón de Atenas, Grabado de W. Miller de un dibujo de H. W. Williams, 1829

MÚSICA

‘Snowflakes in the air’
Pete Calandra 
Scott P. Schreer

‘Berceuse’ 
Shiqi Geng

Piano Composición, Op. 26 
Nicholas Ruaimi

‘Rêverie’
Claude Debussy interpretado por Evi Kourtbouyanni

LOCALIZACIONES

Madrid 
Mallorca

AGRADECIMIENTO ESPECIAL

A todos los que han colaborado con sus dibujos e ideas

A Salvador Oliver Farner, por echarme una mano
A Narciso Velver y Luis Fernández
A la Universidad Complutense de Madrid
Y a la Coordinación Ejecutiva Cueva de las Manos de la municipalidad de Perito Moreno en Argentina

DIRECCIÓN - PRODUCCIÓN - MONTAJE

Victoria Oliver Farner

2013

¿Qué es para ti la Humanidad?


El 8 de mayo celebramos el nacimiento de Henri Dunant, fundador de la Cruz Roja. Aquel 24 de junio de 1859, cuando él y la vecindad de Castiglioni dello Stiviere atendieron a los 40.000 heridos que yacían abandonados en el campo de batalla de Solferino, no lo hicieron pensando en quiénes eran amigos o enemigos. Lo hicieron por humanidad. Lo hicieron porque descubrieron su amor al prójimo por el solo hecho de serlo.
A menudo olvidamos lo obvio, por eso nunca está de más recordar qué todos los 8 de mayo se celebra el Día Mundial de la Cruz Roja, para conmemorar el nacimiento del hombre que supo despertar nuestro sentimiento de humanidad.
Hoy, opinamos sobre la humanidad pero, ¿sabemos qué es la Humanidad?

Míasma

No siempre nuestros sentidos pueden advertir la contaminación; algunas veces se desliza entre nosotros como un reptil invisible, sin generar olor, ni dolor, ni ningún otro síntoma físico que nos delate su presencia. Algunos tipos de contaminación sólo dejan huella. Una huella que aparece claramente con el transcurso del tiempo. Los antiguos griegos creían que ciertos actos, ciertos comportamientos de las personas, producen una suerte de contaminación invisible a la que llamaron míasma. El míasma, siempre asociado a conductas que se deslizan por el abismo de la mentira, la codicia o simplemente la estupidez, penetra en nosotros mismos o en nuestra sociedad sin que nos demos cuenta, sin que detectemos su presencia, como una epidemia, como un virus invisible que duerme al lado de nuestros sueños esperando la oportunidad de convertirlos en pesadillas.
Un míasma, en efecto, puede extenderse rápidamente y convertirse en una epidemia dañina que es susceptible de heredarse e, incluso, de propagarse a grupos enteros o, incluso, a una ciudad. Ese es el caso de la leyenda que encarna Edipo y su amada ciudad de Tebas, presa de una enfermedad colectiva generada por él mismo, por el hombre al que los tebanos, agradecidos, habían convertido en rey. Edipo, sin saberlo, es portador de un míasma fraguado por delitos que nunca fue consciente de haber cometido.
Hoy estamos rodeados de personas que generan miasma. La semejanza esencial de algunas de ellas con Edipo (de cuya existencia y ejemplo quizá lo ignoren casi todo) es que tampoco son conscientes del mal que propagan y no son capaces de prever las consecuencias que sus palabras pueden tener en la sociedad a la que pertenecen. Casi siempre se presentan como lo contrario de lo que son, pues aparecen como sanadores, como médicos de una enfermedad imaginaria que afecta sólo a quienes no comparten sus ideas ni su visión del mundo.
Uno de estos supuestos sanadores es D. Antonio Algora, obispo de Ciudad Real, que ha comparado al Presidente del Gobierno de España con el emperador romano Calígula. "Sin duda alguna", dijo, "la gente tendrá que aprender quién era Calígula y las costumbres que impuso en Roma", y añadía que "tras un inicio de mandato prometedor se convirtió en un despiadado y cruel mandatario, de depravadas costumbres y gustos".
Son palabras que contaminan a quien las lee igual que lo haría el invisible virus de una enfermedad. El obispo Algora ensucia con su fatua y vana ignorancia el aire que todos respiramos y añade leña seca al fuego de la intolerancia.

Publicado en La Clave, 24 de marzo de 2006

Míasma

Efímeros

ἐπάμεροι. τί δὲ τις; τί δ' οὔ τις; σκιᾶς ὄναρ ἄνθρωπος. 

Seres de un día. ¿Qué es uno? ¿Qué no es? El hombre es el sueño de una sombra. (Píndaro, Nemea, 8. 95).
Píndaro

Historia de la guerra del Peloponeso

Muchas calamidades se abatieron sobre las ciudades con motivo de la guerra, calamidades que ocurren y que siempre ocurrirán mientras la naturaleza humana sea la misma [...]
En tiempos de paz y prosperidad los Estados y los particulares son magnánimos porque no se ven urgidos por situaciones de imperiosa necesidad. Mas la guerra, que arrebata el bienestar de la vida cotidiana, es un feroz maestro que modela los sentimientos de acuerdo con las circunstancias.
(Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, 3.82.2)

Tucídides

Los griegos y lo irracional

Hola, buenos días. Ayer, durante la clase, cité de pasada un pasaje del profesor Dodds. Cuando, hace tiempo, trataba yo de comparar lo que sucedió en nuestro mundo durante los años 80 con lo sucedido en la Atenas de finales del s. V, este párrafo de Dodds me resultó maravillosamente clarificador.
En los años 80 se produjeron en el mundo movimientos políticos que supusieron, a mi juicio, una inflexión en nuestra historia reciente. Movimientos conservadores que renegaron del camino iniciado tras la Segunda Guerra Mundial (R. Reagan en EEUU, M. Thatcher en Inglaterra, el giro capitalista en China, la destrucción de toda esperanza de paz en Oriente Medio, la revolución de los ayatolas en Irán, el principio del integrismo radical en el mundo musulmán...) terminaron con la esperanza que, como yo, tenían muchos jóvenes en todas partes del mundo.
Se produjo una desesperanza muy profunda entre quienes creíamos que el mundo iba a cambiar para mejor, pues estábamos inmersos en la creencia de que somos un planeta, una especie, y soñábamos con la desaparición de las fronteras.
Fue entonces cuando leí este texto de Dodds, que imaginaba a un jinete (la humanidad) sobre un caballo (la historia); ambos se encaminaban a dar el salto decisivo hacia un mundo nuevo. Pero el salto no se produjo.

“Nosotros hemos experimentado una gran época de racionalismo, marcada por adelantos científicos más allá de todo lo que en épocas anteriores se hubiera creído posible, y que ha enfrentado a la humanidad con la esperanza de una sociedad más abierta que ninguna otra que jamás haya conocido.

Y en los últimos cuarenta años hemos experimentado asimismo algo más: los síntomas inequívocos de un retraimiento ante esta perspectiva. 

¿Qué significan este retraimiento y esta duda? ¿Es la vacilación que precede al salto, o el comienzo del pánico fugitivo? Sobre una cuestión de tal naturaleza un simple profesor de griego no es quién para opinar. Pero puede hacer una cosa. Puede recordar a sus lectores que una vez en la historia un pueblo cabalgó hacia ese mismo salto, cabalgó hacia él y rehusó darlo. Y puede rogar a sus lectores que examinen todas las circunstancias de esa negativa.

¿Fue el caballo el que se negó, o el jinete? Esta es en realidad la cuestión crucial. Personalmente creo que fue el caballo, es decir, los elementos irracionales de la naturaleza humana que gobiernan sin nuestro conocimiento una parte tan grande de nuestra conducta y una parte tan grande de lo que creemos nuestro pensamiento. Y si tengo razón en esto, puedo ver en este hecho razones para esperar.

Los hombres que crearon el primer racionalismo europeo no fueron nunca ‘meros’ racionalistas, es decir, fueron profunda e imaginativamente conscientes del poder, el misterio y el peligro de lo irracional. Pero sólo podían describir lo que acontecía por debajo del umbral de la conciencia en un lenguaje mitológico o simbólico; no tenían instrumento alguno para entenderlo, menos aún para controlarlo, y en la Época Helenística muchos de ellos cometieron el error fatal de creer que podían ignorarlo. 

El hombre moderno, por el contrario, está empezando a adquirir ese instrumento. Está todavía muy lejos de ser perfecto, y no siempre se le maneja con habilidad. En muchos campos, incluso en el de la historia, sus posibilidades y sus limitaciones están aún por probar. No obstante, parece ofrecer esperanzas de que, si lo usamos sabiamente, llegaremos por fin a comprender mejor a nuestro caballo; de que, comprendiéndolo mejor, podremos, mediante un entrenamiento mejor, vencer su miedo, y de que, venciendo el miedo, caballo y jinete darán un día ese salto decisivo, y lo darán con éxito”.

(E.R. DODDS, Los griegos y lo irracional)


Son palabras escritas hace tiempo, cuando la revolución tecnológica que vivimos hoy ni siquiera podía imaginarse. Pero, en mi opinión, son palabras sabias, con las que, una y otra vez, me siento identificado.
Quizá os ayuden también a comprender ese mundo de quienes "crearon el primer racionalismo europeo", en el que vamos a sumergirnos.
Un abrazo. Y salud.
E.R. DODDS, Los griegos y lo irracional

Ulises, Alfred Lord Tennyson (1809-1892)

De nada sirve que viva como un rey inútil
junto a este hogar apagado, entre rocas estériles,
consorte de una anciana,
inventando y decidiendo leyes arbitrarias para un pueblo bárbaro,
que acumula, y duerme, y se alimenta,
y no sabe ya quién soy.
[…]
No encuentro descanso al no viajar; quiero beber
la vida hasta las heces. Siempre he gozado mucho,
he sufrido mucho, con quienes me amaban o en soledad;
en la costa y cuando con veloces corrientes
las constelaciones de la lluvia irritaban el mar oscuro.
Y he llegado a ser famoso, pues siempre en camino,
impulsado por un corazón hambriento
he visto y conocido mucho […]
y he bebido el placer del combate junto a mis iguales,
allá lejos, en las resonantes llanuras de la lluviosa Troya.

Formo parte de todo lo que he visto;
y, sin embargo, toda experiencia es un arco a través del cual
un mundo ignoto se vislumbra,
un horizonte que huye
una y otra vez mientras avanzo.
¡Qué cansancio es detenerse, terminar,
oxidarse sin brillo, no resplandecer con el ejercicio!
Como si respirar fuera la vida.
Una vida sobre otra
sería del todo insuficiente,
y de la única que tengo poco ya me resta.
Pero cada hora me rescata del silencio eterno,
añade algo, trae algo nuevo;
y sería despreciable […]
refrenar este espíritu ya viejo, pero que arde en el deseo
de seguir aprendiendo como se sigue a una estrella que cae
más allá del límite más recóndito del pensamiento humano.
[…]
Allí está el puerto; el barco extiende sus velas;
allí llama el amplio y oscuro mar.
Vosotros, mis marineros, almas que habéis trabajado
y sufrido y pensado junto a mí,
y que siempre recibisteis con alegre bienvenida
al trueno o al día despejado,
recibiéndolos con corazones libres
e inteligencias libres,
vosotros y yo hemos envejecido.
Mas la ancianidad tiene todavía su honra y su trabajo.
La muerte lo acaba todo: pero algo antes del fin,
alguna labor excelente y notable, todavía puede realizarse,
no indigna de quienes compartieron el campo de batalla con los dioses.

Las estrellas comienzan a brillar sobre las rocas:
el largo día avanza hacia su fin; la lenta luna asciende;
los hondos lamentos son ya de muchas voces.
Venid, amigos míos, no es demasiado tarde para buscar un mundo nuevo.
Zarpemos, y sentados en perfecto orden
hiramos los resonantes surcos, pues me propongo
navegar más allá del poniente y el lugar en que se bañan
todos los astros del occidente,
hasta que muera.
Es posible que las corrientes nos hundan y destruyan;
es posible que demos con las Islas Venturosas,
y veamos al gran Aquiles, a quien conocimos.

A pesar de que mucho se ha perdido, queda mucho;
y, a pesar de que no tenemos ahora el vigor
que antaño movía la tierra y los cielos, lo que somos, eso somos:
un espíritu ecuánime de corazones heroicos,
debilitados por el tiempo y el destino,
pero con una voluntad decidida
a combatir, buscar, encontrar y no ceder.
(A. TENNYSON, Ulises, 1833).

Alfred Lord Tennyson
Alfred Lord Tennyson (1809-1892)


Solón de Atenas

Cada cual a su modo se afana. Uno recorre el mar rico en peces deseando llevar en sus naves riqueza a su casa. Azotado por terribles vientos no busca abrigo ninguno para su vida. Otro [...] en cambio, ara la tierra llena de árboles y trabaja a jornal todo un año. Otro [...] se gana el sustento con sus manos, otro conociendo las normas del arte poética. A otro lo hizo adivino el rey Apolo, el flechador, y ve la desgracia que desde lejos a un hombre lo acecha [...] Otros, los médicos [...]
(SOLÓN, Fr. 1 D v. 43 y ss.)

Y vosotros, los que siempre hasta hartaros tuvisteis riquezas, sosegando el violento corazón dentro del pecho, contened vuestra arrogancia. Pues son ricos muchos malvados y hay muchos buenos que de todo carecen. Mas nosotros no cambiaremos la virtud por la riqueza, pues aquella está firme, mientras que la riqueza ora uno, ora otro la posee.
(SOLÓN, Fragmento 5D)
Kaspar von Zumbusch
Representación alegórica de la fuerza. Kaspar von Zumbusch, Munich 1875. Memorial, Maximiliano II de Baviera

Arranqué de la negra tierra los mojones hincados por todos los lugares; de una tierra que antes era esclava y ahora libre. A Atenas, nuestra patria [...] devolví a muchos hombres que habían sido vendidos con razón o sin ella y a otros que, obligados a exiliarse por su extrema pobreza, habían olvidado ya la lengua de Atenas. A otros que aquí mismo sufrían vergonzosa esclavitud, temblando ante el humor de sus amos, los hice libres. Todas estas cosas las hice poniendo en armonía la fuerza y la justicia [...] También escribí leyes igual para el plebeyo que para el noble, aplicando a ambos una justicia recta [...] Si yo hubiera hecho un día lo que a unos agradaba, y lo que a los contrarios al día siguiente, de muchos hombres esta ciudad hubiera quedado viuda. Así que, buscando ayuda en todas partes, me revolví como un lobo en medio de los perros.
(SOLÓN, Fragmento 24D)
Constitución de Solón


Constitución de Solón

Cavafis

Sin miramientos, sin pudor, sin lástima
altas y sólidas murallas me han levantado en torno.
Y ahora, aquí estoy, quieto y desesperándome.
No pienso en otra cosa: este destino me devora el alma;
porque yo muchas cosas tenía que hacer fuera.
¡Ay, cuando levantaban las murallas, cómo no me di cuenta!
Pero nunca oí ruido ni voces de albañiles.
Imperceptiblemente me encerraron fuera del mundo.
(C. Cavafis).


La Grecia clásica

Presentación: 
CURSO - HISTORIA DE GRECIA (Febrero-mayo 22)
LA GRECIA CLÁSICA
Bernardo Souvirón le está invitando a una reunión de Zoom programada.
Unirse a la reunión Zoom:

Martes, 1/Febrero 2022, a las 18.00

Bernardo Souvirón Guijo
bsouvironguijo@gmail.com

Bernardo Souvirón

Los hijos de Ulises

En cuanto la oscuridad se espesaba, una multitud de historias y leyendas que nos contaban nuestros padres y nuestros abuelos se arremolinaba en nuestra mente; ante nuestros maravillados ojos, resucitaban épocas y civilizaciones muy antiguas; en torno nuestro se perfilaban mundos inmateriales y fabulosos… Y de repente, mientras los mirábamos fascinados, se encendían soles invisibles y los bañaban de luz como si formaran los decorados de un gigantesco teatro al aire libre, y entonces distinguíamos una multitud de héroes clásicos, de ilustres guerreros y de reyes mitológicos seguidos por sus ejércitos, sus pueblos, semidioses legendarios que para placer nuestro regresaban a habitar su palacio y su tierra, y repetían sus hazañas.

Su presencia nos encantaba, nos hechizaba, no nos aterraba nunca: estábamos acostumbrados desde nuestra más tierna infancia a vivir entre los monumentos dejados a su paso, las columnas de sus templos salpicaban nuestro país. En algunos rincones, al trabajar viñas y campos, los cultivadores descubrían trozos de estatua, jarrones, estelas funerarias, jarras llenas de monedas. No pasaba un solo año sin que se supiera que un campesino había desenterrado con su pico o su arado un esqueleto intacto en su tumba, y que había reunido piadosamente los objetos mortuorios y los presentes ofrecidos al difunto por sus allegados. En la escuela, los maestros nos decían que, a pesar de los milenios transcurridos, hablábamos la misma lengua que hablaban nuestros antepasados, nos llevaban a los museos para hacernos leer en los mármoles los decretos de la Asamblea del pueblo y las diferentes inscripciones, y comprobábamos que después de tantísimos siglos ni una sola letra de nuestro alfabeto había cambiado.

Los Antiguos no nos soltaban, por así decirlo, jamás; encontraban mil maneras de inmiscuirse en nuestra vida, de recordarnos su existencia. Al atardecer, en casa, cuando llegaba el momento de hacer los deberes para el día siguiente, su mitología y su historia nos daban mucho quehacer; nos ocupábamos de los grandes hombres políticos que habían gobernado sus ciudades, nos enredábamos en las querellas, las rivalidades y las maquinaciones de sus dioses. Mi padre cogía de una estantería a Esopo, Heródoto o Hesíodo, y comenzaba el control, la lectura o la recitación. Cuando me olvidaba de un nombre o me saltaba una línea, mi padre, para refrescarme la memoria, levantaba la vara de olivo que reservaba para este uso: delgada, flexible, cimbreante. Casi al mismo tiempo, desde las casas vecinas llegaban, consolándome un poco, los gritos y lloros de mis camaradas que sufrían tormentos semejantes a los míos, oía los pescozones y las broncas que acompañaban la descripción de la batalla de Maratón, el relato de la expedición de los Argonautas, los versos de la Ilíada.

(ARIS FAKINOS, Los hijos de Ulises)
Céfiro