Independientemente de que Alcmán, tal como veíamos en el artículo anterior dedicado al poeta, fuese lidio o espartano, el hecho es que se trata de un poeta completamente laconio, y no sólo por el dialecto griego que utiliza en sus versos. Sus poemas nos permiten sumergirnos en una ciudad y en un tiempo muy difíciles de rastrear por otras vías: la Esparta del siglo VII a. C.
La Esparta arcaica era, en efecto, muy diferente a la ciudad guerrera, cerrada y conservadora que habría de ser en época clásica. La sociedad militarista (obligada por sus propias decisiones a crear un aparato militar sin parangón que pudiera mantener sometida a toda una sociedad paralela de esclavos) y la ciudad que basó todo su prestigio en la fuerza de su invencible infantería, eran muy diferentes en la época de Alcmán.
En el siglo VII a. C. Esparta debía de ser una ciudad fascinante, en la que convivían arcaísmos antiquísimos con corrientes completamente modernas importadas de Oriente, que tenían su hueco no sólo en la arquitectura y la escultura, sino también en las composiciones literarias. Es fácil entender lo que digo si uno contempla los hallazgos procedentes de las excavaciones del templo de Ártemis Ortia, conservados en el Museo Nacional de Atenas: grotescas máscaras de viejas que danzan en el seno de los coros junto con marfiles de exquisita belleza, de un estilo inspirado muy claramente en Oriente. Éste es el contexto en que cabe situar el llamado partenio de Alcmán, un poema muy sugerente.
Esparta era una ciudad pródiga, llena de fiestas cargadas de esplendor y alegría, en las que se aprecia un cierto culto a la belleza, muy presente en los coros femeninos. Eran fiestas cubiertas de un cierto halo de misterio, celebradas a la luz de la luna o bajo las alas de la luz del ocaso; fiestas en las que se enfrentaban ritualmente coros de viejos y jóvenes, coros de hermosas doncellas y coros de viejas, coros que representaban el esplendor de la primavera y coros que, al contrario, reflejaban la mortecina luz del invierno, siempre derrotado. En el seno de estos coros, que recorrían la ciudad y sus campos, a veces se cantaban melodías hermosísimas, a veces se bailaba frenéticamente; algunas veces el movimiento del coro se acompasaba con un canto melodioso y tranquilo, otras veces la música incitaba a la persecución, a la rivalidad, incluso al frenesí.
Un partenio es un canto de doncellas, de jóvenes vírgenes. Normalmente se cantaba (y danzaba) en el contexto de la competición (ἀγών) entre coros femeninos, construidos sobre el canto, la danza, la carrera y la belleza de los vestidos y los cuerpos de las muchachas. A veces un coro ensalzaba la belleza del coro rival con un innegable erotismo buscado por el poeta que, seguramente, celebraba en sus versos la belleza de las mujeres que iban a cantar su composición. Otras veces es la corego de un coro (la jefe o directora de un coro) la que repara en la belleza de su rival.
Me encantaría poder viajar en el tiempo y detenerme, al menos un instante, en esta Esparta del siglo VII a. C., moderna, arcaica, alegre y adusta, rebosante de belleza y de una libertad que, con el paso del tiempo, habría de perder por completo. Ésta es la Esparta que yo visitaría, la de los coros y fiestas, la del esplendor de la lírica coral, la de los coros que compiten mecidos por los primeros flecos del cálido viento de la primavera.
Alcmán es, más que ninguna otra cosa, un poeta compositor de poemas corales concebidos para ser cantados por coros de doncellas en el marco de las fiestas y los cultos. Es decir, un poeta de partenios. Conservamos un fragmento largo del llamado Partenio 1, concebido para ser cantado en la fiesta en honor de la diosa Ártemis Ortia, a la que se le ofrendaba un vestido.
Hay dos coros; uno está encabezado por Hagesícora, otro por Ágido. Probablemente, después de cantar el partenio, los dos coros competían en una carrera nocturna cuyo premio era la ofrenda a la diosa de un peplo o vestido femenino, momento en el que las dos muchachas cantaban de nuevo.
La interpretación de este poema es realmente controvertida, y presenta problemas difíciles de aclarar. No es éste el lugar adecuado para discutir los muchos puntos de vista que se han aportado. Lo que importa verdaderamente es la belleza de los versos de Alcmán, el estímulo que suponen para nuestra imaginación, que intenta visualizar a las muchachas que compiten en esta especie de “carrera-danza”, como la llamó el profesor F. R. Adrados, que se celebra a la luz de la luna:
[…] Hay un castigo de los dioses.
Dichoso aquel que, con feliz ánimo,
la trama del día teje sin lágrimas.
Mas yo canto la luz de Ágido.
La veo como al sol
al que ella misma invoca,
testigo de su luz.
Dichoso aquel que, con feliz ánimo,
la trama del día teje sin lágrimas.
Mas yo canto la luz de Ágido.
La veo como al sol
al que ella misma invoca,
testigo de su luz.
[…] Hagesícora es distinta;
brillante como si alguien
un caballo colocase en medio de las reses;
un caballo vencedor, de cascos resonantes,
propio de un alado sueño.
brillante como si alguien
un caballo colocase en medio de las reses;
un caballo vencedor, de cascos resonantes,
propio de un alado sueño.
[…] Ahí está Hagesícora, mírala,
y Ágido, la segunda en belleza,
que corre tras de ella.
Luchan con nosotras
que llevamos un peplo a la diosa,
luchan en medio de la noche inmortal
emergiendo de ella como Sirio.
y Ágido, la segunda en belleza,
que corre tras de ella.
Luchan con nosotras
que llevamos un peplo a la diosa,
luchan en medio de la noche inmortal
emergiendo de ella como Sirio.
[…] Sigamos a Hagesícora
pues al piloto antes que a nadie
en la nave es preciso obedecer.
Ella no tendrá la dulce voz de las sirenas,
pues son diosas,
pero nosotras somos diez muchachas
cantando igual que once
y ella tiene la voz de un cisne
deslizándose sobre las corrientes del Janto,
sus hermosos, rubios, bucles al viento […]
pues al piloto antes que a nadie
en la nave es preciso obedecer.
Ella no tendrá la dulce voz de las sirenas,
pues son diosas,
pero nosotras somos diez muchachas
cantando igual que once
y ella tiene la voz de un cisne
deslizándose sobre las corrientes del Janto,
sus hermosos, rubios, bucles al viento […]
Alcmán es el amanecer de la lírica coral de la antigua Grecia. Su arte culminaría por completo en los versos de Píndaro, mucho tiempo después. Sus poemas nos hacen un regalo que nunca podremos agradecerle suficientemente: nos permiten penetrar en el mundo, hermoso, antiguo, moderno, de la Esparta del siglo VII a. C.
1 comentario:
Hola, muy interesante tu blog, aunque soy alguien profano en estos temas, me surgen 2 curiosidades al leerlo: cuando dices que era muy diferente a la esparto clásica que todos conocemos, ¿quieres decir que en esa "esparta" ya no se hacían estas competiciones corales? y la otra es, más o menos se sabe cual es la edad que podría tener hagesicora y sus alumnas?
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