Las páginas de la historia rebosan de héroes. En los relatos de nuestros antepasados, en las leyendas que se transmiten de boca en boca desde tiempos remotos y en las páginas de los libros, los héroes asoman casi en cada línea, en cada instante, fascinando a jóvenes y viejos con sus rostros llenos de equilibrio y de belleza.
La fama de los héroes ha traspasado la tela del tiempo, desafiando nuestra naturaleza olvidadiza con una fuerza casi inexorable. Desde Aquiles y Ulises hasta Eneas, desde Leónidas hasta Julio César.
En realidad, con el paso del tiempo, la historia ha transformado a los reyezuelos en monarcas; a los pequeños señores que gobernaban aldeas llenas de esclavos en reyes altivos, autores de hazañas increíbles. Los sanguinarios guerreros que llenaron de luto casas y ciudades, se alzan hoy en los templos, en las calles y en las plazas, desafiando las miradas de quienes los contemplan con un gesto de duda o de reproche.
En las escuelas, los jóvenes son educados en la creencia de que la historia está escrita por los héroes: Jasón, el viajero infatigable que navegó a bordo de la nave Argos por mares de leyenda con el objetivo de recuperar el símbolo de un mundo agonizante; Aquiles, que aceptó la muerte como un accidente sin importancia a cambio de la fama eterna; Ulises, capaz de rendir la tenacidad de Troya con la trampa de un caballo de madera y de sobrevivir a las emboscadas de la vida y a la furia de la naturaleza para poder ver de nuevo las costas de Ítaca; Leónidas, el rey de Esparta, que detuvo con un puñado de espartanos el avance del invasor persa hacia el corazón de Grecia...
Nuestra memoria está preñada con la semilla de unos héroes capaces de hacer lo que nosotros ni siquiera podríamos imaginar en los más atrevidos de nuestros sueños.
Otros héroes no forman parte del nebuloso mundo de los mitos, sino de la historia. Alejandro, el muchacho que conquistó el mundo cuando era poco más que un adolescente; Aníbal, el genio de la guerra que estuvo a punto de cambiar el curso de la historia con su desafío al poder romano; Julio César, el caudillo popular, el conquistador, el hombre que sobrevivió a las más desesperadas situaciones gracias a su genio extraordinario.
Nuestros ojos se entornan y nuestra imaginación se deja mecer cuando oímos los nombres de estos héroes que nos son presentados como ejemplos inmortales de lo más excelso que el ser humano puede llegar a conseguir. Sin embargo, rara vez alguien nos dice que Jasón no hubiera cumplido su objetivo sin el socorro de Medea, la mujer que fue capaz de todo tipo de traiciones para ayudarlo, y a la que después abandonó; ni que Aquiles hizo sacrificios humanos delante de la tumba de Patroclo; ni que Ulises fue capaz de asesinar a traición por simple resentimiento; ni que el sacrificio al que Leónidas obligó a sus hombres fue un acto completamente estéril.
Ningún libro nos cuenta que Alejandro conquistó el mundo huyendo de los fantasmas y terrores de su infancia, ni que Aníbal acabó sus días como un pordiosero perseguido, sin una choza en la que sentirse seguro, ni que César asentó su poder sobre la sangre de miles de víctimas civiles inocentes.
Mis héroes no alientan en los altares, en las batallas o en los palacios. Mis héroes habitan en chozas, y su esfuerzo no persigue la inmortalidad sino la supervivencia.
1 comentario:
Efectivamente, mis horoes también residen en las chozas.
Son, los que no puden esperar que su osadia, les conduzca a la gloria. Los que no creen en ningun Dios, y por lo tanto no esperan ninguna recompensa en otra vida. Los que saben que la vida comienza cuando nacen y termima cuando mueren y no hay más cuentos. Y sin embargo, trabajan para dejar un mundo más justo, con menos desigualdades, con menos ignorancia.
Esos son mis heroes, los que nos dejan un mundo más humano, sin esperar nada a cambio.
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