Safo de Lesbos

᾿Έσπερε πάντα φέρων ἴοσα φαίνολις ἐσκέδασ' Αὔως,
φέρεις ὄιν,
φέρεις αἶγα,
φέρεις ἄπυ μάτερι παῖδα,

Estrella de la tarde que a casa llevas cuanto dispersó la Aurora clara,
llevas la oveja,
llevas la cabra,
y de su madre a la niña separas.
(Safo, 104a LP)

οΤον τό γλυκύμαλον έρεύθεται άκρωι έπ’ ύσδωι,
άκρον έπ’ άκροτάτωι, λελάθοντο δέ μαλοδρόπηες·
ού μάν έκλελάθοντ’, άλλ’ ούκ έδύναντ’ έπίκεσθαι

Como la manzana que, roja, se empina en la alta rama,
en lo alto de la más alta rama. Los cosecheros la olvidaron.
No, no la olvidaron. No pudieron alcanzarla.
(Safo, 105a LP)

Poesía en concierto

En el año 2009 se celebró el ciclo llamado Poesía en concierto. El alma mater de este proyecto fue la escritora Teresa Sebastián, que me invitó a participar en el. Mi aportación fue una primera lectura de la Ilíada, realizada durante el mes de enero en el local La Escalera de Jacob, y una segunda llevada a cabo en junio del mismo año en el Centro Cultural Galileo Galilei. En ambos casos me acompañó un buen amigo, el extraordinario músico Dimitri Psonis, originario de Creta pero, como muchos de sus antepasados, ciudadano del mundo.
La grabación que les presento fue realizada en la sala Escalera de Jacob. En ella intervienen, además de mí mismo, Teresa Sebastián y Dimitri Psonis.

Dimitri Psonis. Bernardo Souvirón

Homero, Ilíada, 22.136 y ss.


Que a Héctor, al verlo, temblor lo tomó; y ya no era osado
más aguardar, que las puertas dejó, y huyó en un espanto;
y a él se lanzó el Peleida, a sus fuertes piernas fiado:
tal cual el milano en los montes, ligero el más de los pájaros,
a una arrullona paloma se arroja fácil al paso,
que ella por bajo va huyendo, y él cerca, agudo grayando,
la acosa una vez y otra vez, y es su ansia atraparla a zarpazo,
tal él en afán volaba derecho, y Héctor por bajo
del muro troyano iba huyendo, y movía los pies a rebato.
Y así la atalaya, y así el Cabrahigo airoso pasando,
siempre por so la muralla, carril adelante iban raudos;
y a las correntías fontanas llegaban, allí donde ambos
brotan los dos manantiales del torbellinoso Escamandro,
que el uno corre con agua templada, y sube de él vaho
todo a redor, igual que de un fuego ardiente humeando,
y el otro igual que granizo de frío corre en verano
o como gélida nieve o cuajada agua en carámbano;
que allí cerca de ellos los lavaderos se hallan, bien anchos,
hermosos, pedreños, en donde ropajes lustrigalanos
lavaban las hijas graciosas y esposas de los Troyanos
antaño en la paz, que no habían los hijos de Aqueos llegado.
22.188 y ss.
Y a Héctor sin tregua el raudo Aquileo le iba a la zaga;
alzándolo del cubil, lo persigue por valles y navas,
que si se escapa a su vista agachándose entre las matas,
al husmo del rastro lo sigue corriendo, hasta que lo halla,
tal Héctor al raudo Peleida ni un punto se le escapaba;
y, cuantas veces tentaba de irse a las Puertas Dardanias,
saltando a desvío, por bajo las torres belmuralladas,
a ver si del alto con tiros de flecha amparo le daban,
tantas lo hacía tornar, tomándole la ventaja,
hacia la llanura, y él siempre del lado del muro volaba.
Y, tal como en sueños no puede uno a otro seguirlo que escapa
(ni puede escapar el que huye ni el otro tampoco lo alcanza),
tal él no podía atraparlo ni aquél zafarse a su ansia.