Homero, Ilíada, 22.136 y ss.


Que a Héctor, al verlo, temblor lo tomó; y ya no era osado
más aguardar, que las puertas dejó, y huyó en un espanto;
y a él se lanzó el Peleida, a sus fuertes piernas fiado:
tal cual el milano en los montes, ligero el más de los pájaros,
a una arrullona paloma se arroja fácil al paso,
que ella por bajo va huyendo, y él cerca, agudo grayando,
la acosa una vez y otra vez, y es su ansia atraparla a zarpazo,
tal él en afán volaba derecho, y Héctor por bajo
del muro troyano iba huyendo, y movía los pies a rebato.
Y así la atalaya, y así el Cabrahigo airoso pasando,
siempre por so la muralla, carril adelante iban raudos;
y a las correntías fontanas llegaban, allí donde ambos
brotan los dos manantiales del torbellinoso Escamandro,
que el uno corre con agua templada, y sube de él vaho
todo a redor, igual que de un fuego ardiente humeando,
y el otro igual que granizo de frío corre en verano
o como gélida nieve o cuajada agua en carámbano;
que allí cerca de ellos los lavaderos se hallan, bien anchos,
hermosos, pedreños, en donde ropajes lustrigalanos
lavaban las hijas graciosas y esposas de los Troyanos
antaño en la paz, que no habían los hijos de Aqueos llegado.
22.188 y ss.
Y a Héctor sin tregua el raudo Aquileo le iba a la zaga;
alzándolo del cubil, lo persigue por valles y navas,
que si se escapa a su vista agachándose entre las matas,
al husmo del rastro lo sigue corriendo, hasta que lo halla,
tal Héctor al raudo Peleida ni un punto se le escapaba;
y, cuantas veces tentaba de irse a las Puertas Dardanias,
saltando a desvío, por bajo las torres belmuralladas,
a ver si del alto con tiros de flecha amparo le daban,
tantas lo hacía tornar, tomándole la ventaja,
hacia la llanura, y él siempre del lado del muro volaba.
Y, tal como en sueños no puede uno a otro seguirlo que escapa
(ni puede escapar el que huye ni el otro tampoco lo alcanza),
tal él no podía atraparlo ni aquél zafarse a su ansia.

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