Alcmán, el extraño poeta que escribía en Laconio

papiro partenio alcmán
Fragmento de un papiro procedente de Oxirrinco (Egipto), que contiene un texto de un Partenio de Alcmán.

Entre los poetas líricos de la antigua Grecia, algunos son completamente desconocidos por todo aquel que no sea un especialista. Algunas veces, estos poetas son auténticos pioneros. Otras, verdaderas rarezas.
Tal es el caso de Alcmán, el único representante de lo que podríamos llamar la literatura laconia. El término laconio es casi sinónimo de espartano, pues Laconia era la región en la que se asentaba la ciudad doria por excelencia. Alcmán es el único autor de la literatura griega que escribe en el dialecto de Esparta, aunque parece que no era natural de esta ciudad (algunos autores sostienen, sin embargo, que sí), sino de Sardes, la capital de Lidia, en Asia Menor (en la actual Turquía).
Vivió en el siglo VII a. C., durante la llamada época arcaica, y es testigo de un mundo que no habría de sobrevivirle muchos años. Por aquella época, Esparta era una especie de meca de la poesía lírica coral, y acogía en su seno no sólo a poetas locales, sino a esa clase de poeta itinerante, viajero, que, al amparo de la generosidad de ciertos nobles y reyes, acaba estableciéndose lejos de su patria.
Los fragmentos que conservamos de Alcmán nos permiten, quizá por única vez, adentrarnos no sólo en un tipo de poesía relativamente desconocida, sino también en una Esparta que está lejos de la dureza y sobriedad que habrían de caracterizarla más tarde. Por esta época, convivían en la ciudad verdaderos arcaísmos, muy antiguos, y, a la vez, las nuevas corrientes artísticas y literarias procedentes de Oriente. Las excavaciones arqueológicas dan buena fe de ello.
Es extraño contemplar, a través de los versos de Alcmán y de otros poetas, una Esparta en la que el esplendor e, incluso el lujo, aparecen en las fiestas y se reflejan en los coros, especialmente femeninos, que cantan en honor de la juventud, de las bodas, de la virginidad y de toda suerte de símbolos de renovación de la vida.
Sólo conservamos fragmentos (alguno bastante extenso) de la obra de Alcmán. En las líneas que siguen voy a reproducir alguno de ellos, con la esperanza de que el lector pueda conocer algo del arte de uno de los primeros poetas de la historia de Occidente.
Sobre la melancolía que provoca le vejez (el recuerdo de haber sido joven), Alcmán escribe:
Muchachas de dulces cantos y voz amada,
mis rodillas apenas pueden ya sostenerme.
Ojalá fuera yo un cérilo, ave sagrada
que, brillante, vuela, purpúrea como el mar,
con el corazón valiente, sobre las olas.
(Fragmento 26 LP)
En otro fragmento el poeta evoca la noche en la naturaleza virgen. ¡Qué clase de milagro ha tenido que darse para que, dos mil setecientos años después, podamos leer estos versos!
Duermen las cumbres de las montañas y los valles.
Duermen las colinas y las barrancas,
y el bosque, y los animales que cría la negra tierra.
Duermen las fieras del monte, los enjambres,
y los monstruos en el fondo del mar fulgente.
Y duermen las aves, muchedumbre de largas alas.
(Fragmento 89 LP)
Y por último, un fragmento en el que el poeta habla de sí mismo. La poesía lírica es el seno del que nació la individualidad en la antigua Grecia y sirvió, a la vez, como vehículo de expresión de los sentimientos individuales, ausentes por completo en los versos homéricos.
Te daré un día un cuenco
en el que acopiar toda suerte de manjares.
Todavía no ha sido calentado por el fuego
pero muy pronto estará lleno con uno de esos guisos
que Alcmán, el cometodo, disfruta probando al caer la tarde.
Pues él no come nada exquisito.
Al contrario: como el pueblo, Alcmán disfruta con manjares corrientes.
(Fragmento 17 P)
La sencillez y claridad de la poesía lírica se hacen atemporales en estos versos, escritos hace 2700 años.

Homero, transmisor de modelos

Joseph Marie Vien. Despedida de Héctor y Andrómaca
Joseph Marie Vien. Despedida de Héctor y Andrómaca. Museo del Louvre. Despedida de Héctor y Andrómaca. El niño, Astianacte ('El señor de la ciudad'), en brazos de la nodriza, se encoge, asustado por el aspecto de su padre.

Homero es el primer escritor de occidente. Utilizando el alfabeto griego, recién creado, fijó por escrito las leyendas de Troya. Desdichadamente no sabemos nada de él, pues pertenece a una época en que la individualidad no existe todavía.
Aedo o rapsoda, poseído por la “locura” poética, Homero era para los antiguos un verdadero adivino; un adivino del pasado. Mas, con el correr del tiempo, llegó a convertirse en el educador del pueblo griego y, a la vez, en el forjador del carácter de los héroes o, lo que es lo mismo, del carácter masculino.
En los versos que les muestro a continuación, extraídos del canto VI de la Ilíada, puede verse con claridad este carácter educador de Homero. Aprovechando la despedida entre Héctor y su esposa, la hermosa Andrómaca, el poeta describe cristalinamente en unos cuantos versos los papeles del hombre y la mujer en la sociedad de los aqueos, es decir, en nuestra propia sociedad. Poco han cambiado las cosas desde entonces.
El gran caudillo de Troya imagina el cruel destino que espera a su esposa, sirviendo como esclava en la casa de cualquier aqueo. Prefiere la muerte antes que contemplar a su mujer en ese estado.
Ilíada, 6. 450 y ss:
Mas no tanto el mal de los Troes [1] tras mí que queden me importa
ni de Hécuba ni de Príamo rey la suerte que corran
ni de mis hermanos los muchos y bravos que bajo la horda
de los enemigos caigan al polvo en tal mala hora
cuanto de ti, cuando venga un Aqueo brónciga-cota,
que lagrimeando te arrastra y de libertad te despoja;
y aun puede que en Argos tejiendo el telar te veas de otra
y agua trayendo de fuente tal vez tesalia o laconia,
bien mal de tu grado; mas ley pesará sobre tí poderosa;
y alguno habrá quizá que te diga al verte toda llorosa:
“De Héctor he ahí la mujer, el que era primero en la tropa
de Troes potridomantes, cuando era la guerra de Troya”.
Así dirá alguno, y a ti te entrará una nueva congoja
por falta del hombre que a salvo de vida de esclava te ponga.
mas a mí ¡bien muerto me cubra la tierra en mi fosa,
antes que a ti arrastrada te vea y tus gritos que oiga!
El párrafo continúa con una de las escenas más conmovedoras de toda la Ilíada. Héctor toma en sus brazos a su hijo, apenas un bebé. El niño se asusta al ver el aspecto de su padre que, conmovido, se quita el yelmo y acaricia a su hijo entre sonrisas. Entonces reza rogando que aquel niño, al que sostiene entre sus brazos, llegue a ser un hombre digno de Troya y de su linaje. Las palabras que Héctor dirige a Zeus son muy reveladoras, pues muestran que la única gloria que puede ganar un hombre debe conquistarse en el campo de batalla.
Ilíada, 6.466 y ss. [2]
Tal en diciendo, al niño fue a hacerle una carantoña
Héctor preclaro; y al aya belcinta el niño chillando
atrás se le echó asustado a la facha del padre
y la sombra, temiendo del bronce y la cresta corcelifosca
al verla terrible del alto del yelmo agitándose en ondas;
y el padre se echó a reír, y con él la madre y señora.
Al punto quitó el bravo Héctor de su cabeza briosa
el yelmo, y en tierra lo puso fulgiendo en toda su gloria;
y ya que a su hijo besó y le hizo hacer en sus manos cabriolas,
a Zeus y a los otros dioses en rezo habló de su boca:
“Zeus y los dioses demás, otorgad que a mis votos responda
este hijo mío, en ser como yo y de los Troes corona
y tal de bravos en sus bríos, y sea rey sobre Troya,
y alguna vez uno diga: ‘mejor que el padre y con sobra’,
al verlo de guerra volver, y armas traiga en sangre aun rojas
de un hombre que haya matado, y se goce la madre en su gloria.
Finalmente, Héctor decide que es hora de volver a la guerra. Pide a su esposa que vuelva a la casa, para que atienda allí a las tareas que le son propias. De nuevo el modelo, esta vez el femenino.
Ilíada 6. 490 y ss.
Mas ¡ea, véte a la casa, y allí tu atiende a tus obras,
al huso y la rueca y telar, y ordena a las servidoras
que hagan la jera avanzar!; que a los hombres guerra les toca,
a todos, y a mí el que más, los que son nacidos en Troya.
La escena termina de manera conmovedora. Andrómaca vuelve la cabeza de vez en vez, mientras se encamina hacia su casa. Intuye que no volverá a ver vivo a su marido.
Ilíada, 6. 494 y ss.
Tal en hablando tomó el claro Héctor el yelmo de torna
el corcelicrespo; y camino a su casa iba yendo la esposa,
los ojos a trechos volviendo, en florido llanto llorosa.
En efecto, Héctor y Andrómaca no vuelven a verse más. La guerra continúa, pues sin ella la mentalidad masculina sería incomprensible. Es la guerra la que pone a cada uno en su sitio, la base de un tipo de sociedad vigente hasta nuestros días.
El triunfo de la sociedad patriarcal, cuyos postulados son transmitidos por Homero, depende de la existencia de la guerra.



[1] Troyanos.
[2] Utilizo la traducción de A. García Calvo (Ed. Lucina, Zamora, 1995). Es una traducción difícil, dura a veces, llena de neologismos. Es lo más parecido que conozco al lenguaje de Homero. Imprescindible.

¿Qué es la democracia?

Philipp von Foltz. Discurso fúnebre de Pericles
Philipp von Foltz. Discurso fúnebre de Pericles. Desde la Pníx, con la Acrópolis al fondo, Pericles se dirige a los atenienses para consolarlos en el entierro de los primeros caídos en la guerra del Peloponeso.

Los tiempos difíciles propician preguntas y buscan algunas respuestas. Ésta segunda década (recién estrenada) del siglo XXI, es propicia a las preguntas, pues son muchos los sueños que parecen haberse desvanecido y muchas las expectativas que parecen condenadas a no cumplirse.
Una de esas preguntas, sin duda entre las más importantes, tiene que ver con el sistema de convivencia en el que estamos inmersos los ciudadanos de Europa; un sistema, por cierto que nos viene desde muy antiguo.
La historia de las ideas políticas no es, ciertamente, otra cosa que nuestra tentativa por procurarse mecanismos de convivencia. Es, al cabo, la historia de todos nuestros intentos, vanos hasta el día de hoy, por evitar el enfrentamiento y la guerra. Se trata de una historia dramática y, en cierta medida, triste, pues es una historia inacabada.
En efecto, tres mil años después de que la política se iniciara en Grecia, no hemos conseguido hacer que las ideas liberadoras sean universales y que los logros que éstas aportan sean patrimonio de todos los seres humanos de nuestro mundo. Como tantas otras veces, hemos globalizado el beneficio económico, las leyes que santifican la riqueza y perpetúan la pobreza, pero no henos globalizado las ideas que nos han hecho sentir, al menos en algún momento, hombres libres.
De entre todos los sistemas de convivencia, hemos adoptado uno que fue inventado y experimentado por primera vez en Atenas, hace dos mil quinientos años, más o menos. Los propios atenienses lo llamaron democracia, pues gracias a este sistema fueron los primeros en crear un tipo de Estado que exigía la participación real en la vida pública de todos los que formaban parte de él. Llamaron a este Estado πόλις (pólis), a quienes formaban parte de él πολίτης (polítai, es decir, ‘ciudadanos’), y a la actividad que los ciudadanos desarrollaban en la pólis, πολίτευμα, es decir, ‘política’.
La palabra democracia ha sido definida muchas veces, precisada con adjetivos más o menos acertados (radical, cristiana, socialdemocracia, etc.) y traicionada permanentemente por la práctica política. Mas ¿cómo la definían los propios atenienses? ¿Cómo entendían ellos su sistema político de convivencia, al que habían bautizado con el término democracia?
Quizá las palabras del propio Pericles, auténtico conductor de la democracia ateniense durante los años de esplendor del siglo V a. C., nos sirvan para entender lo que, realmente, significaba democracia para los propios atenienses. Tales palabras, pronunciadas con motivo del funeral que el estado ateniense organizó en honor de los primeros caídos en la guerra del Peloponeso, nos han sido transmitidas por Tucídides, quien en el libro II de su Historia de la guerra del Peloponeso pone en boca de Pericles lo siguiente:
Nuestro sistema de gobierno nada tiene que envidiar a las instituciones de los pueblos vecinos, pues somos nosotros más bien ejemplo que imitadores de otros. El nombre de nuestro sistema de gobierno es democracia, pues el poder de gobernar no está en manos de unos pocos, sino de la mayoría. Y de la misma manera que las leyes son iguales para todos en lo que se refiere a los asuntos privados, así también, en lo que se refiere a las funciones públicas, es preferido aquel ciudadano que goza de la consideración general no por razón de su clase social, sino por su mérito personal. Pues si alguien puede hacer un buen servicio al Estado, entonces ni la pobreza ni la oscura condición social pueden ser un impedimento.
[…] Cumplimos siempre con escrúpulo las disposiciones de nuestro Estado, respetando a las autoridades y obedeciendo las leyes, especialmente las establecidas en favor de quienes sufren injusticia y aquellas que por su propia naturaleza no están escritas [1], pero traen una vergüenza manifiesta a todo aquel que las incumple.
[…] Amamos la belleza con medida y la sabiduría sin relajación. Utilizamos la riqueza más como un medio para la acción que como motivo de jactancia, de manera que, entre nosotros, la pobreza no significa baldón alguno para nadie; el verdadero baldón es, precisamente, no poner todo empeño en evitarla.
Nos ocupamos de nuestros asuntos privados, pero también de los asuntos públicos, y así gente de muy diversos oficios conoce perfectamente tales asuntos públicos, pues somos los únicos que no consideramos ocioso, sino inútil, al ciudadano que no participa de la vida en común.

Así pues, afirmo que Atenas es un modelo para toda Grecia, y creo que cualquier ateniense está en disposición de lograr un desarrollo completo en los más variados aspectos, y de conseguir, al tiempo, una inteligencia flexible […] que le permita enfrentarse con éxito a las situaciones más diversas.
(Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, 2. 37 y ss.)
Estas palabras fueron pronunciadas en el año 431 a. C. A mi juicio, podrían haber sido pronunciadas hoy mismo.
Tal es el valor eterno que encierra su significado.



[1] Se refiere Pericles a las leyes naturales, no reflejadas en ningún código legal.

La amenaza de la democracia (II)

Platón y Aristóteles
Platón, el maestro, pasea con Aristóteles, el discípulo. Aquel sostiene en su mano un ejemplar de su Timeo. Éste, otro de su Ética. Este fragmento del cuadro de Rafael muestra, en todos sus detalles, la relación entre el maestro y el discípulo.

Al publicar la primera parte de este artículo decía que iba a tener dos partes. La verdad es que va a tener alguna más, porque deseo desarrollar el tema que me ocupa con toda la profundidad que merece, partiendo desde lo que entiendo que son sus raíces. Espero no cansar demasiado a mis lectores.
En el artículo anterior abordé algunas de las razones que, a mi juicio, están poniendo en riesgo los sistemas democráticos de Occidente. Soy perfectamente consciente de la complejidad que, frente a la democracia ateniense (integrada sólo por unos cuantos miles de ciudadanos) han ido adquiriendo las democracias occidentales, que deben asentarse sobre millones de ciudadanos.
Aun así, la esencia de la democracia ateniense, la pervivencia de los principios sobre los que se cimentaba y la necesidad, quizá hoy más que nunca, de los sistemas de control que establecía en relación con la gestión de los cargos públicos, siguen estando plenamente vigentes. De hecho, el abandono de estas prácticas ha hecho que la corrupción política se haya convertido en una costumbre, casi en una destreza practicada sin pudor por parte de una casta política que actúa fuera del control de los ciudadanos a los que representa.
Es difícil analizar las razones que han llevado a las democracias europeas  al punto de inflexión en el que se encuentran hoy y, desde luego, es muy difícil abordar en un trabajo como éste el complejo entramado que las explica. Pero sí voy a intentar explicar dos de ellas. Las dos razones que, a mi juicio, han influido decisivamente en el proceso que nos ha llevado a la situación actual.
Una de estas razones es bien conocida, y tiene que ver con la concepción moderna de la economía y del capitalismo. La otra, que posiblemente explica la anterior, tiene que ver con uno de los pilares de toda sociedad civilizada: la educación.
Permítame el lector que empiece por ésta.

Las leyes educativas en nuestro país


Soy profesor desde el año 1978. Durante mi vida he conocido tres planes de estudio. El primero de ellos, conocido como Plan de Estudios de 1957, es el que cursé como estudiante. Establecía unos estudios de bachillerato que duraban seis cursos, divididos en dos etapas, bachillerato elemental y bachillerato superior, a cuyo término (en cuarto y sexto curso) había que hacer dos exámenes de reválida. El ciclo de la que entonces se llamaba enseñanza media terminaba con el llamado curso Preuniversitario. Cuando un alumno de este Plan entraba en la Universidad, había realizado dos exámenes de reválida y otro más de acceso a los estudios universitarios (las famosas Pruebas de Madurez del Preuniversitario), después de haber cursado un bachillerato que se extendía a lo largo de siete cursos.
El Plan del 57 fue sustituido por la Ley General de Educación de 1970, promovida por  José Luis Villar Palasí, ministro de educación desde el año 1969. Viví el arranque de este nuevo Plan de Estudios a mediados de los años setenta como estudiante universitario de Filología Clásica, y recuerdo la preocupación que entonces sentimos muchos ante la sensible disminución de los estudios de letras (especialmente de latín y griego)  que la ley proponía.
A mi juicio, la LGE se basaba en estos pilares fundamentales:
1.- Una mayor duración de la enseñanza primaria, rebautizada por la ley como Enseñanza General Básica (EGB), que pasaba a ser obligatoria hasta los catorce años.
2.- Una drástica reducción de los estudios de un bachillerato que pasaba a llamarse Unificado y Polivalente (BUP). Los antiguos siete cursos del Plan del 57 (los seis del bachillerato más el preuniversitario) se veían reducidos a cuatro: tres de bachillerato (exactamente la mitad que en el Plan anterior) y un Curso de Orientación Universitaria (COU). Ni durante los muchos años que impartí clases de BUP en los Institutos de Bachillerato ni hoy día, cuando el BUP es apenas un recuerdo, he conseguido comprender por qué razón aquel bachillerato fue llamado “unificado”. Tampoco sé la razón que justificaba que el curso previo al ingreso a la Universidad fuera llamado de “orientación universitaria”.
3.- La creación de una red de Institutos de Formación Profesional (FP), que tendía a sustituir a las antiguas Escuelas de Artes y Oficios. De esta manera cada alumno, al terminar sus estudios de EGB debía elegir entre los Institutos de Bachillerato, cuya preparación era claramente preuniversitaria, y los de FP, que orientaban a los alumnos hacia el mundo del trabajo.
4.- Desde el punto de vista pedagógico la aportación clave de la LGE era el concepto de “evaluación continua”. Se intentaba hacer desaparecer la noción de  “examen”, con la carga negativa que parecía contener esta palabra, y sustituirla por la de “evaluación”. Para conseguirlo se encargaba a los Institutos de Ciencias de la Educación (ICE), dependientes de las Universidades, la impartición de un curso (obligatorio para todo licenciado que pretendiera ser profesor), en el que debía impartirse la nueva doctrina de la evaluación. Los aspirantes a profesores que lo superaran obtendrían un Certificado de Aptitud Pedagógica (CAP), sin el cual se hacía imposible el ejercicio de la profesión docente. Fue la primera vez que me puse en contacto con quienes, algunos años después, habrían de dirigir la educación en España: los psicólogos y los pedagogos.
5.- La drástica disminución de los estudios de humanidades clásicas, especialmente del latín y el griego. En el caso del latín, se mantenía como obligatorio sólo en el 2º curso de BUP. De esta manera, un alumno que elegía ciencias en el curso siguiente (3º de BUP) sólo estudiaba latín durante un año (dos en el Plan del 57). Los alumnos que elegían letras lo hacían durante dos cursos más: 3º y COU (tres años frente a los cinco del Plan del 57).
Los estudios de griego quedaban reducidos a dos años sólo para los alumnos de letras (tres en el Plan del 57).
Con la llegada al poder del primer gobierno socialista de Felipe González, se puso en marcha, de nuevo, una revolución del sistema educativo. Las razones que las nuevas leyes aducían en sus preámbulos eran muy parecidas a las que ya esgrimía la LGE: había que modernizar la sociedad española, había que equipararse a los países de nuestro entorno (¡siempre el mismo complejo de inferioridad!). En definitiva, los nuevos tiempos exigían un nuevo tipo de enseñanza. Para conseguirlo, el gobierno socialista impulsó fundamentalmente tres leyes: la Ley Orgánica del Derecho a la Educación (LODE) en 1985, y la Ley de Ordenación General del Sistema Educativo (LOGSE) de 1990, que se referían a la Enseñanza Media (rebautizada de nuevo como Secundaria), y la Ley de Reforma Universitaria (LRU), de 1983, responsable directa de la situación definitivamente endogámica del profesorado universitario español.
La LODE es la ley que sostiene la carga ideológica general, la concepción que el primer gobierno socialista (con el ministro José María Maravall a la cabeza) tenía de la enseñanza pública y de los Centros educativos. En las líneas que definen el contenido de esta ley se ve ya con claridad algo que, después, habría de ser consagrado por la LOGSE: la irrupción de la pedagogía y la psicología en la médula de la enseñanza. En una palabra, el triunfo de un humanismo light que pretendía catalogar al humanismo clásico como algo antiguo, rancio, vinculado a tiempos oscuros. Algo que debía ser paulatinamente desterrado de los estudios generales, pues su sola presencia evitaba el progreso educativo. Más que esto, en realidad. Siguiendo con la tendencia, iniciada por la LGE, de "extender" los estudios obligatorios, la LOGSE reducía el bachillerato a dos años y extendía la llamada Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) hasta los dieciséis.
Así pues, los siete años del bachillerato del Plan de 1957 quedaban reducidos primero a cuatro en virtud de la aplicación de la LGE; después a dos, gracias a la entrada en vigor de la LOGSE. Además, esta ley borraba del mapa educativo español los Institutos de FP, pues, en virtud de los modernos conceptos psicológicos y pedagógicos, su mera existencia suponía un agravio al principal leitmotiv de la reforma: la enseñanza inclusiva. De paso, cambiaba la esencia de los Institutos de Bachillerato, acuñando un nuevo nombre, inclusivo, que pretendía ser un símbolo de la nueva situación: todos los Institutos serían, a partir de la entrada en vigor de la LOGSE, Institutos de Enseñaza Secundaria (IES).
Las consecuencias educativas de esta concepción psicologizada de la enseñanza han sido demoledoras, y espero poder explicarlas con calma en otro momento. Mas, en lo que respecta a las humanidades, tales consecuencias han resultado casi letales: la implantación de la LOGSE ha supuesto la desaparición del único curso obligatorio de latín, que ha sido convertido en una asignatura optativa para los alumnos de letras puras, igual que el griego. A cambio, la ley introducía una materia, también optativa, llamada Cultura Clásica, que se imparte en el segundo ciclo de la ESO.
No quiero extenderme más en los detalles. La reforma de la LOGSE se ha hecho, como la que propiciaba la LGE, a costa de dos asignaturas: el latín y el griego. Pero también a costa de algo más profundo, de secuelas más difíciles de prever: la introducción de una nueva concepción de las humanidades. Es en este punto donde quiero situar el meollo de mi razonamiento.

Humanismo y educación


En efecto, desde mediados de los años setenta del siglo XX, coincidiendo con la implantación de la LGE, los términos humanismo o humanidades han sido utilizados para designar contenidos bastante inespecíficos, que tienen muy poco que ver con lo que estas palabras habían significado hasta entonces. Más aún, la palabra humanismo nunca había tenido un sentido trivial, ni en su origen ni en su desarrollo posterior, que sirviera poco más que de etiqueta. Una etiqueta, por cierto, siempre lista para ser colgada de la definición de otras materias o conocimientos. Veamos qué quiero decir.
Desde siempre, la lengua griega ha sido, más que ninguna otra cosa, el soporte de una cultura cuyo carácter modéli­co, es decir, clásico, fue percibido desde muy pronto. Dos de los rasgos que hacen de la cultura griega un modelo universal son la παιδεία, paideía, ‘educación de los jóvenes’ y la φιλανθρωπία, filantropía, una palabra que significa literalmente 'amor por el ser humano', pero también ‘sentimientos humanitarios’, ‘benevolencia’. Estos dos conceptos habían sido claves en la enseñanza de las llamadas humanidades durante siglos, pues trascendieron muy pronto el ámbito de la cultura griega para hacerse, como todo lo clásico, universales.
Ciertamente, los ideales de la paideía y la filantropía fueron asumidos rápidamente por una cierta parte de la clase dirigente romana, de manera que el propio Cicerón los tomó como suyos y, entendiendo que eran realmente definitorios de la esencia cultural de los maestros griegos, los incluyó dentro del amplio significado de una hermosa palabra de la lengua latina: humanitas. Y así, gracias a Cicerón y a otros hombres cultos, Roma admitió que en los textos legados por los maestros griegos se encontraba la fuente de la verdadera educación o, al menos, la base de lo que ellos llamaron artes liberales, es decir, ‘las artes que hacen al hombre libre’ o ‘que son propias de los hombres libres’. Ésa es la razón por la que Horacio, el gran poeta del siglo I a. C., daba a los jóvenes este sabio consejo:
Vos exemplaria graeca, nocturna uersate manu, uersate diurna.
‘Vosotros, los modelos griegos, estudiadlos de noche; estudiadlos de día’. (Ars poética, 268)
Finalmente, esos modelos culturales y educacionales que se encerraban dentro del significado de las palabras paideía, filantropía y humanitas, fueron recogidos por los términos educación, humanida­des y humanismo en los siglos XVIII y XIX. De esta manera, la lengua griega, entendida como medio de acceso a la primera cultu­ra caracterizada por su atención y respeto al ser humano, y por su inclinación a transmitir mediante la educación una serie de ideales a las nuevas generaciones, se integraba en los estudios de bachillerato, junto con el latín, de una manera completa­mente natural. ¿Por qué razón?
El ideal de la antigua paideía griega era hacer a los jóvenes kaloì kaì agathoí, literalmente ‘hermosos y bue­nos’. El motivo era que los antiguos griegos consideraban que la educación integral debía guardar un equilibrio entre el cuerpo y el espíritu, pues sólo así podría conseguirse que los jóvenes fueran ‘buenos’ en un sentido moral y ético, y, a la vez, ‘hermosos’, en un sentido físico. Es el arquetipo que Juvenal tradujo con su famosísima frase mens sana in corpore sano (Sátiras, 10.356).
Es difícil imaginar un objetivo más hermoso para cualquier clase de educación. Tan difícil que, todavía hoy, estamos lejos de conseguirlo.
Sin embargo, deberíamos saber hoy que uno de los factores que contribuyen decisivamente a perfeccionar el espíritu humano es la educación. Pero no una educación entendida como un medio para procurar ventajas de un orden que podríamos llamar práctico, sino una educación entendida, funda­mentalmen­te, como estímulo y ayuda para el perfeccionamiento de las cualida­des naturales. Es en este sentido en el que confluyen la antigua paideía griega con la humani­tas ciceronia­na y es, también, éste el sentido con el que se entendió, hasta hace muy poco, el conjunto de disciplinas (científi­cas, históricas, artísti­cas y literarias) que contribuyen a hacer de la natura­leza humana algo moralmente selecto.
Ésta es la razón, y no otra, por la que, entre los muchos sentidos de la palabra humanitas, prevale­ció precisamente éste de educa­ción o instrucción. Justamente el que mejor se acomoda al término griego paideía.
Por lo que se refiere a nuestro país, en el siglo XVIII se intro­dujo, por in­fluencia de Fran­cia (que emplea­ba el término Humani­tés como sinónimo de estudios de letras, especialmente los estudios literarios), la utilización del término Humanidades para referir­se también a los estudios de letras, especialmente los de literatura griega y romana. Y, realmente, este significado se mantuvo, con algunos matices de detalle, hasta casi nuestros días.
Mas hoy, el término humanismo ha dejado de tener ese significado. Por decirlo claramente, la concepción del humanismo y de las humanidades que esbozaba la LGE y que desarrollaba con todas sus consecuencias la LOGSE, ha triunfado casi plenamente. Se ha impuesto, en efecto, una concepción vacía  del humanismo, según la cual es posible y recomendable la implantación en los sistemas educativos (y en toda la sociedad, por tanto) de unas humanidades modernas (psicología, economía, sociolo­gía, pedagogía, política...) sin la presencia de las humanidades clási­cas, o con una presencia puramente simbó­lica y residual.
Ésta es la tesis de la LOGSE, tan arraigada ya que, en los días en que escribo este artículo, me parece casi irreversible. En las aulas, en la calle y, lo que es mucho peor, en los despachos ministeriales en los que se decide la legislación educativa, se ha extendido la idea de que el latín y el griego representan un concepto de humanidades completamente superado, caduco. Se argumenta, además, afirmando que se trata de asignaturas inútiles que no contribuyen a modernizar los conocimientos de los alumnos ni se adaptan a las necesidades de un mundo como el de hoy.
En estas ideas se sustenta el hecho de que las sucesi­vas reformas de los estudios de bachillerato hayan comenzado por sacri­ficar el cultivo de las lenguas clásicas en aras de cierto tipo de rentabilidad teóricamente fundamentada en los profundos cambios que nuestra sociedad ha vivido y vive.
No niego estos cambios, pero sé muy bien la clase de sofisma que encierran, especialmente cuando se refieren a los sistemas educativos.

La conjura de los necios


La desaparición de los estudios de humanidades, entendidos como la clase de estudios que hacen libres a los hombres, ha sido el primer paso en el que se ha cimentado, a mi juicio, la situación en la que nos encontramos hoy. El ingenuo optimismo con el que algunas de las nuevas humanidades (la psicología y la pedagogía, especialmente) han afrontado los procesos educativos, han convertido las escuelas y los institutos en auténticas guarderías de adolescentes, donde los objetivos relacionados con el conocimiento, el rigor, el esfuerzo y el deseo de progresar han pasado a un segundo plano. Los alumnos de ESO pueden promocionar de curso casi a discreción, acumular asignaturas suspensas, desconocer los más elementales mecanismos de su propia lengua y despreciar el conocimiento como algo propio de seres extraños, de individuos raros que anteponen la responsabilidad y el estudio a la diversión.
De otra parte, los estudios de sociología y economía, alejados del concepto fundamental de la filantropía, es decir, del “amor por el ser humano” y de los “sentimientos humanitarios” han hecho florecer a expertos en estadísticas, a adivinos que pronostican un futuro basado en las cifras de sus encuestas, y, sobre todo, a un tipo emergente y triunfante de economista que puede soportar sin pestañear el drama de millones de parados pero que, en cambio, se aterroriza o se escandaliza ante un aumento de medio punto en la previsión de déficit.
El destierro de la filantropía del tronco central de la educación está produciendo, además, otro efecto verdaderamente deplorable. Algo, por otra parte, completamente inédito en la historia humana: el destierro de todo ámbito de decisión de personas con experiencia, de “viejos” que no son capaces de aplicar los criterios de las nuevas humanidades con la suficiente diligencia. Por todas partes florecen y medran auténticos necios que, armados con el atrevimiento que les proporciona su juventud y, especialmente, su ignorancia, desprecian a quienes, teñidos ya por las canas, pueden aportar una buena dosis de una medicina que ellos desconocen por completo: el conocimiento y la experiencia. Si se me permite el símil, Aquiles está expulsando de su tienda a Néstor, el anciano sabio que, irónicamente, habría de sobrevivirle.
En un mundo como el nuestro, Néstor hubiera sido ya objeto de un expediente de regulación de empleo, uno de esos famosos EREs en cuyo nombre muchas empresas que declaran beneficios (Telefónica, por ejemplo) expulsan del mundo del trabajo a personas cuyo único delito es tener más de cincuenta años (y a veces incluso menos). Nuestro mundo está gobernado por jóvenes sin experiencia y, a veces, por auténticos niñatos sin escrúpulos que actúan siguiendo el dictado que marcan las nuevas humanidades. Y muchos de ellos nos gobiernan desde despachos que no están dentro de los edificios gubernamentales.
Frente a esto ¿qué podemos hacer quienes fuimos educados en los ideales de la antigua filantropía? ¿Cómo podemos poner coto a los desmanes de estos jóvenes que en nombre de sus nuevos y despiadados dioses (mercados, euro, déficit, deuda soberana, prima de riesgo…) están a punto de hundir el mundo que hemos construido a lo largo de cientos de años? ¿Cómo hacerles entender que la libertad no forma parte de ningún código genético y que su única característica permanente es que puede perderse en apenas un instante, en un suspiro de la Historia? ¿Cómo hacer entender a estos gobernantes que se proclaman defensores de la libertad y de la democracia que están muy cerca de convertirse en auténticos liberticidas?
La desaparición del humanismo de nuestra educación y, por tanto, de nuestra sociedad, parece hoy imparable. De hecho, los postulados de la LOGSE y de la LOE (siglas de la Ley de Orgánica de la Educación, una especie de epítome de la propia LOGSE, aprobada en 2006) han llegado ya a la Universidad, donde los estudios de latín han sido barridos por completo de los Planes de Estudio de las carreras humanísticas, ¡incluida Filología Hispánica!
Las nuevas directrices derivadas del llamado Plan Bolonia, han introducido en los programas de Filología Hispánica remedos llamados "Latín para hispanistas" o "Cultura grecolatina". Un verdadero atropello a la razón, un insulto a todo resto de inteligencia. Los nuevos hispanistas, surgidos de las facultades adscritas al Plan Bolonia, pontificarán sobre la lengua española sin haber siquiera estudiado un solo curso de latín. Sin duda se trata de una indiscutible declaración de intenciones por parte de unos cuantos necios con poder, que se creen iluminados por la luz que desprende el llamado Espacio Europeo de Educación Superior. ¿Quién hubiera podido imaginar, hace apenas algunos años, la sucesión de atropellos que en todos los ámbitos están siendo perpetrados en nombre de la sagrada Europa?
En realidad, ésta es la razón que me ha llevado a abandonar la UNED, la universidad en la que he tenido, a lo largo de 27 años, algunos de los mejores alumnos de mi vida y en la que he sentido innumerables veces la extraordinaria satisfacción que produce la transmisión del conocimiento. La tristeza que siento hoy  no es fácil de expresar. Es una tristeza completa, nacida no del resentimiento, que nunca he tenido, sino de la reflexión y de la nostalgia. La reflexión sobre el mundo que estamos creando para nuestros hijos. La nostalgia de los días en que aprendí de profesores que eran auténticos sabios; la nostalgia de los días en que aprendí a admirar a mis profesores y me propuse la tarea de seguir, en la medida de mis posibilidades, algunos de sus pasos.
El modelo universitario de Bolonia es el producto final de esta conjura de necios que pretende crear otros necios dispuestos a aceptar las nuevas condiciones que impone este nuevo mundo. Un mundo nuevo, en efecto, regido por personas que desprecian la experiencia, el saber, el rigor y los planteamientos propios de la filantropía. Un mundo nuevo que, a fuerza de ignorar y despreciar sus orígenes, parece haber decidido prescindir, con el mayor de los desprecios, de la experiencia del pasado.
He intentado, en fin, exponer en este artículo un hecho que me parece fundamental para explicar lo que he dado en llamar “La conjura de los necios” y, en definitiva, “La amenaza de la democracia”. En los artículos que sucederán a éste iré desarrollando y relacionando las ideas que, a mi juicio, han llevado a nuestra sociedad (la española pero, también, la de los países occidentales en general), al punto en que se encuentra hoy.

Homero y la poesía épica

Homero

Homero es el más extraordinario de los misterios del pasado. Sinceramente, no sé si alguien ha tenido una influencia más profunda y duradera que él a lo largo de toda la historia de occidente, lo que no deja de ser increíble teniendo en cuenta que apenas sabemos de él más que su nombre. Pero ésta es, quizá, una de las características más sobresalientes de la antigüedad: interesa la obra de los hombres, no sus vidas privadas. Por más que alguien investigue, por más que uno se esfuerce por intentar reconstruir la vida privada de alguna de las personas que protagonizaron la historia de Grecia, lo único que encuentra es la frustrante sensación que produce la ausencia de datos.
Sin embargo, las fuentes antiguas son profusas a la hora de ofrecernos información sobre la dimensión pública de quienes tuvieron una influencia relevante en el desarrollo de los hechos históricos. ¡Qué diferencia con nuestro tiempo, en el que parecen importar más los detalles de la vida privada que las aportaciones al desarrollo común! ¡Qué diferencia con nuestro tiempo, en el que buena parte de los medios magnifican los detalles triviales que caracterizan la vida de personajes insignificantes, cuyo único mérito es estar dispuestos a vender cada instante de su existencia!
¿Quién era Homero? ¿Qué podemos decir con seguridad sobre su vida? Veamos.

La poesía de los aedos


La Ilíada y la Odisea son obras que la literatura científica califica como “épicas”. El término poesía épica está relacionado con el adjetivo ????? (epiké), utilizado por primera vez por Dionisio de Halicarnaso (historiador y experto en crítica literaria que vivió en Roma a caballo de los siglos I antes y después de Cristo) en su obra Sobre la composición literaria (22). La palabra épica es, en efecto, un derivado del sustantivo ????, término que significa literalmente ‘palabra’ o ‘aquello que se cuenta mediante la palabra’. El propio Homero emplea a veces esta palabra relacionándola con ????? (mýthos), acentuando con ello el carácter narrativo de este tipo de poesía.
Sin embargo, las palabras que definen realmente la poesía homérica no son ???? ni ?????, sino ????? (aeído) ‘cantar’ y ?????? (aoidós) ‘aedo’ o ‘cantor’. Así pues, la primera pregunta que debemos formularnos es ésta: ¿qué era un aedo?
-Lo primero que sabemos es que se trata de un oficio y que, al menos en cierta medida, los aedos son profesionales. Son equiparados muchas veces con otros artesanos, como carpinteros, adivinos o, incluso, curanderos, y muy probablemente pueden organizarse en asociaciones parecidas a lo que conocemos como gremios, como parece demostrar la existencia de los llamados Homéridas de la isla de Quíos. Sin embargo, es un  hecho también que cualquier persona podía cantar canciones épicas, tal como sucede cuando llegan a la tienda de Aquiles los embajadores enviados por los aqueos (Ilíada 9.185), que se encuentran al propio Aquiles cantando al son de una ??????? (fórminx, instrumento de cuerda parecido a un laúd o a una lira pequeña) en compañía de Patroclo, que toma el relevo  ante la llegada de los embajadores.
- Parece que abundaban los aedos ciegos, como Demódoco, el cantor que amenizaba las veladas en la corte de Alcínoo, rey de los feacios (Odisea 8.63).
- Los aedos cantan. Suelen acompañar su canto con un instrumento de cuerda, a cuyo ritmo bailan algunas veces coros de jóvenes (Ilíada 18.590, 8.262, 378).
- Sabemos también que alguna divinidad los inspira. Este hecho no debe extrañarnos, pues el aedo está tocado por una de las “locuras sagradas”, la locura poética, que le permite, igual que a los adivinos, conocer cosas que los demás mortales no pueden saber. Por eso un aedo se parece a un adivino, pues su arte le permite saber lo que ha pasado, igual que la locura mántica (o adivinatoria) permite al adivino sabe lo que va a pasar. Ésta es la razón por la que el aedo es llamado con frecuencia ?????, ‘divino’, o ??????, ‘que habla inspirado por los dioses’.
- Ahora bien, el aedo no es una especie de funcionario del palacio de un rey, como ha llegado a afirmar algún estudioso. Cuando Ulises llega a la corte de Alcínoo, en la isla de Esqueria, el monarca debe enviar a un heraldo para que busque al ????? Demódoco, que no forma parte de la corte. Por el contrario, parece que los aedos llevaban una existencia ambulante yendo de pueblo en pueblo, y que no sólo cantaban en los palacios o en las casas principales, como hace Demódoco en el palacio de Alcínoo o Femio en el de Ulises, sino también en las plazas de los pueblos (Odisea 8.97 y ss, 109 y ss, 256 y ss.), ante auditorios menos refinados.
- Los aedos cantan los ???? ?????? (’gestas de los hombres’). Algunas de estas gestas son antiguas y conocidas, y están perfectamente fijadas por la tradición. Otras, sin embargo, son recientes y producen en la audiencia el asombro de lo desconocido. Por lo demás, es muy probable que la innovación formara parte también del quehacer cotidiano de estos cantores. Así, por ejemplo, Femio narra a los pretendientes de Penélope el “luctuoso regreso” de los aqueos, un tema reciente que tiene poco que ver con gestas heroicas. Ante la extrañeza de su madre, Telémaco le explica cómo las gentes gustan también de oír cantos novedosos.
- Así pues, había un repertorio sobre el que podía innovarse constantemente. El propio Ulises le pide a Demódoco (Odisea 8. 487) que cante el episodio del caballo de madera en la toma de Troya, única referencia en los poemas homéricos a este famosísimo episodio de la guerra. En otra ocasión, el propio Demódoco canta ante el pueblo, no ante la corte, y no elige un tema heroico sino burlesco: los amores furtivos de Ares y Afrodita, sorprendidos in flagranti por el marido de ésta, Héfesto (Odisea 8. 266 y ss).

Aedos y rapsodas en Grecia


En torno al siglo VII a. C. se produjo en Grecia un cambio fundamental en la ejecución de la poesía épica: los poemas dejaron de ser cantados y fueron objeto de simple recitación, casi con toda seguridad sin acompañamiento musical. El recitador fue llamado ????????, ‘rapsoda’, una palabra interesante que merece un pequeño comentario.
???????? es un vocablo compuesto, resultado de la unión de dos términos. El primero de ellos se relaciona sin duda con el verbo ????? (rápto), cuyo significado es ‘zurcir’. El segundo está emparentado con el sustantivo ??? (odé), cuyo significado es ‘canto’. Así pues, rapsoda podría significar literalmente ‘zurcidor de cantos’. Sin duda, la palabra alude a la tarea de “zurcir” o empalmar unos cantos con otros o, incluso, diferentes partes de un mismo canto, lo que daba al rapsoda la posibilidad de alterar el orden de su relato.
A diferencia del aedo, el rapsoda no canta, sino que recita. Para ayudarse en esta tarea, lleva consigo un bastón con el que golpea el suelo para marcar el ritmo del verso. De esta manera, la cadencia de las palabras, el ritmo interno del lenguaje épico, podían sustituir el acompañamiento musical que secundaba siempre el canto del aedo.
La primera mención de un rapsoda está en Heródoto (5.67.1), que nos informa de competiciones basadas en la recitación de poemas homéricos en la región de Corinto, ya en el año 600 a. C. Sin embargo quizá Hesíodo (que vivió probablemente en el siglo VII a. C.) fuera ya un rapsoda, pues él mismo nos dice  (Teogonía 30) que las Musas le dieron un bastón, no una lira.
Así pues, la Ilíada formaba parte de este mundo de la épica griega, cuya historia tiene dos fases: una primera, creadora y oral, propia de los aedos o cantores, y una segunda, reproductora, propia de los rapsodas que recitaban textos fijados por escrito. Como hemos visto, aunque los rapsodas dependían de un texto escrito aprendido de memoria, podían introducir interpolaciones, hacer cambios e, incluso, supresiones.

Poesía homérica, poesía oral: los trabajos de Parry y Lord


La poesía homérica era oral y, probablemente, estaba todavía viva (en fase de creación y recreación) en época del propio Homero. Partiendo de esta hipótesis, Milman Parry, estudioso norteamericano de educación francesa, estableció su teoría de la composición oral y formular de la poesía épica antigua. En realidad, Parry había estudiado ya en su tesis doctoral el mundo de los epítetos homéricos, y había establecido que muchos de ellos se repetían constantemente en el texto, con el firme objetivo de facilitar el trabajo del aedo, que podía así aprenderse de memoria una buena cantidad de ellos y utilizarlos a su antojo, mezclándolos en el texto cuando le parecía adecuado. En realidad, tener en la cabeza un repertorio de fórmulas facilitaba también el trabajo memorístico y, con toda seguridad, daba a los aedos tiempo para recordar los pasajes que pretendían narrar.
Entre los años 1933 y 1935 M. Parry intentó probar su teoría acerca de la naturaleza oral y formular de los poemas homéricos con la ayuda de Albert Lord, profesor de literatura eslava en Harvard. Ambos partieron hacia la antigua Yugoslavia, a la región de Novi Pazar, donde en el año 1389 había tenido lugar la famosa batalla de Kosovo entre los estados cristianos albano-serbios, al mando del príncipe Lazar y los turcos otomanos, al mando del sultán Marad I.

Un "guslar" serbio
Parry fundamentó su teoría sobre la poesía oral homérica escuchando y estudiando a los "guslari" serbios.

Parry y Lord comprobaron que la batalla de Kosovo había dado lugar a una cierta cantidad de poemas épicos. Estos poemas solían ser recitados por los guslari (bardos) serbios, auténticos “aedos” que, con frecuencia, eran completamente analfabetos. Sin embargo, la utilización del estilo formular les permitía construir composiciones épicas de miles de versos, gracias al sabio manejo de un repertorio de fórmulas que aplicaban según la técnica que el propio Parry había supuesto en sus estudios anteriores. Aún más, Parry y Lord llegaron a la conclusión de que estos guslari no habrían podido desarrollar nunca su talento exclusivamente mnemotécnico (es decir, basado en el ejercicio de la memoria), si hubiesen aprendido a leer y escribir.
Después de dos años de trabajo, Milman Parry llegó a registrar varios cientos de epopeyas, catalogadas hoy en la Milman Parry Collection de la Biblioteca Widener de Harvard. Desgraciadamente, Parry murió prematuramente en 1935 a causa de un disparo accidental. Este hecho infortunado le impidió proseguir sus investigaciones, fundamentales hoy día para comprender la naturaleza de la épica homérica. Sus trabajos, sin embargo, fueron reunidos en el año 1971 bajo el cuidado de Adam Parry, su hijo, y publicados en 1987 por Oxford University Press bajo el título The Making of Homeric Verse: The collected Papers of Milman Parry.
La investigación, sin embargo, fue continuada por Albert Lord, autor de un sugestivo libro titulado The Singer of Tales (El cantor de cuentos), publicado en   Cambridge, Massachusetts, por Harvard University Press en 1960).
Pues bien, las conclusiones que podemos deducir de los trabajos de investigación de Parry y Lord son las siguientes:
a) La épica viva siempre es cantada, con acompañamiento musical. Con frecuencia es el propio autor quien lo hace.
b) La métrica no se basa en la estrofa, sino en el verso repetido indefinidamente.
c) El aedo dispone de un repertorio de fórmulas que pueden abarcar parte de un verso, un verso entero o, incluso, grupos de versos.
d) Se trata de poesía completamente narrativa, cuyo tema son las gestas de personas del pasado. Incluso Tácito, el gran historiador romano nos informa en su Germania (2-3) de la existencia de este tipo de poesía entre las tribus germanas. Igual ocurre con las literaturas medievales europeas: Cantar de Mío Cid, Chanson de Roland, etc.
e) El cantor no se basa en un texto fijo que haya aprendido de memoria, sino que improvisa con la ayuda de las fórmulas, que sí ha aprendido de memoria. Se ha experimentado en este sentido, grabando a un mismo cantor, y se ha comprobado que la improvisación, sobre tema conocido y con la ayuda de fórmulas aprendidas, es la conducta habitual.
Así pues, la obra de Homero depende en gran medida de la tradición oral anterior, que se remonta muchos siglos atrás. Sólo así puede explicarse el hecho de que la quinta parte de los poemas homéricos esté compuesta por versos que se repiten enteros. Y no sólo eso; entre los 28000 versos atribuidos a Homero hay innumerables frases formularias repetidas.
Otros muchos “desajustes” de los textos homéricos pueden explicarse perfectamente por el carácter oral de su obra. Algunas veces, en efecto, hay referencias a episodios extraños a la propia acción del poema. Tales episodios quizá estuvieron en otros cantos en relación con Troya y,  finalmente, no fueron incluidos en el cuerpo central de los poemas. Así en Ilíada 9.355 Aquiles habla de un duelo con Héctor en el que éste logró escapar a duras penas. Sin embargo, nada sabemos de tal duelo.
Otro rasgo típico de la poesía oral, ajena a la fijación que supone la escritura, es que, algunas veces, hay dos versiones del mismo episodio. Otras veces aparecen contradicciones. Sin embargo, las contradicciones no son ajenas ni siquiera a la literatura escrita. Así, por ejemplo, Cervantes nos presenta en un pasaje de su Quijote a Sancho montado en un asno que le habían robado previamente en Sierra Morena.
Los errores y desajustes de los poemas homéricos son una deuda inevitable, contraída con la fase oral de su contenido, pues la literatura oral está caracterizada por la imposibilidad de volver atrás y corregir. Este hecho explica que en el corpus general de la obra abunden las repeticiones, las frases formulares e, incluso, desajustes y errores de narración.
Somos nosotros, los que, algunos milenios después, leemos atentamente miles de versos que, al estar fijados por escrito desde hace tiempo, no han de sufrir ya más alteraciones. Somos nosotros, que leemos pero no oímos a Homero, los que percibimos unos desajustes que, sin duda, pasaban desapercibidos al auditorio de los aedos.

La épica micénica


La conquista de Troya debió de impresionar tanto a las gentes de la época que, casi de inmediato, empezó a formar parte esencial del repertorio de la poesía épica, eclipsando con su presencia la memoria de otros temas. Es lógico, pues, suponer que la épica homérica arranca de época micénica, pues, además, en los versos de Homero se describen objetos y ciudades que no existían en época posterior y que eran completamente desconocidas para un griego de los siglos VIII o VII a. C.

Áyax cadáver de Aquiles
Áyax, llevando sobre sus hombros el cadáver de Aquiles.
En presencia de Hermes y Atenea, Áyax carga con el cadáver de Aquiles. Detalle de un vaso del llamado pintor de Antímenes. Siglo VI a. C.

Sin embargo, creo que podemos afirmar que la poesía oral micénica arranca no de la guerra de Troya, sino de mucho antes. Ésta razón explicaría que en los poemas homéricos se mencionen objetos que habían caído en desuso ya antes de la época de la guerra de Troya (en el siglo XII a. C. según la cronología tradicional). Tal es el caso del gran escudo “grande como un castillo” que protege el cuerpo de Áyax, hecho con siete pieles de buey. Hoy sabemos que este tipo de escudo dejó de usarse aproximadamente en el año 1350 a. C. Igual ocurre con el casco que Meriones cede a Ulises (Ilíada 10.260), hecho con colmillos de jabalí sobre una estructura de cuero. Dejó de usarse en el siglo XIV a. C., y ningún aedo de fecha posterior pudo verlo por sí mismo.

Casco hecho con colmillos de jabalí. Museo de Iráklio. Creta.
Casco hecho con colmillos de jabalí. Museo de Iráklio. Creta.

Hay también argumentos lingüísticos, surgidos de la interpretación de algunos textos del Silabario Minoico Lineal B, la lengua escrita de los micénicos. Así, por ejemplo, el jefe de unidad militar que se apresta para la defensa del palacio de Pilo se llama ????, ‘Troyano’. En otros pasajes aparecen con frecuencia nombres que son atribuidos a famosos  guerreros del ciclo épico: Áyax, Eteocles, Orestes, Aquiles, Héctor..., lo que implica que estos nombres eran conocidos e, incluso, populares.
Así pues, los poemas homéricos hunden sus raíces en una tradición oral que muy probablemente es todavía más antigua que la micénica.

Homero


En realidad, seguimos ignorando las causas que movieron a un aedo a fijar por escrito los versos objeto de su canto. Quizá la razón esté en la introducción del aulós, la flauta, que obligaba a disociar letra y música, que ya no podían ser ejecutadas por la misma persona.
¿Sería ya el autor de la Ilíada un rapsoda, como algunos han supuesto? ¿Cómo se presentaba por escrito la Ilíada antes de que el gramático Zenódoto, primer director de la biblioteca de Alejandría, primer editor crítico de la obra de Homero, la dividiera en 24 cantos en el siglo III a. C.?
La personalidad de Homero, se nos escapa por completo, pues nunca asoma a través de su obra, y en relación con su época hay tradiciones que van desde considerarlo contemporáneo de la guerra de Troya hasta hacerlo vivir en el S. VIII a. C. o, incluso, en el VII. Unos lo consideran originario de Esmirna, otros de Quíos.
La idea de que Homero es natural de la isla de Quíos nace al considerarlo autor del Himno a Apolo Delio. En efecto, el autor de esa obra habla de sí mismo como “hombre ciego que habita en Quíos”. Al atribuirse este poema a Homero, la tradición lo vinculó con la isla y lo hizo aparecer como ciego. De hecho, sabemos de la existencia (atestiguada desde muy antiguo) en Quíos de una escuela de rapsodas profesionales que se llamaban, como ya he dicho, “Los Homéridas”, los “Hijos de Homero”. Afirmaban con orgullo ser sus descendientes y tener en custodia los textos de sus poemas.
¿Era Homero el tipo de rapsoda ambulante, ciego, pobre, que sólo recibe ingratitud en pago a su talento? Sabemos que Homero significa ‘Rehén’. ¿Hace este nombre referencia a la condición de rehén del autor de la Ilíada? ¿Es Homero uno de los innumerables nombres propios parlantes del griego? Y de ser así ¿de quién o de qué era rehén Homero? [1]
En cualquier caso, el rehén, el prisionero, el hombre que se oculta detrás de un velo de silencio, se convirtió con el tiempo en el educador de Grecia, llegando a ser una de las figuras más influyentes de la historia. Mas, por encima de todo, Homero nos enseñó para siempre que las palabras escritas, el arte de escribir, puede hacer que la historia perviva para siempre.
Homero nos ha abierto a todos el camino de la inmortalidad.



[1] En Hijos de Homero he tratado este tema con algo más de calma. A sus páginas remito al lector interesado.

Procedimiento penal romano

En nuestros días hablamos con frecuencia del “estado de derecho”. No sé si esta expresión, como tantas otras, corre el riesgo de vaciarse de significado, tal es la profusión con que nuestros políticos la utilizan. Algunas veces sirve para justificar cualquier clase de razonamiento político partidista; con frecuencia,  para mostrar la supuesta superioridad moral de unas ideas frente a otras.
También solemos afirmar que un estado de derecho garantiza no sólo la libertad de los ciudadanos, sino también sus derechos individuales, de manera que sólo la aplicación de la ley, basada en la presunción de inocencia (in dubio pro reo), puede menoscabar tales derechos.
Los romanos, inventores del derecho en un sentido moderno y adoradores de la ley, por dura que fuera (dura lex, sed lex), cimentaron su convivencia en un sistema de garantías individuales, que afortunadamente conocemos bien.
Pues bien, quiero inaugurar esta sección que hemos llamado “aula abierta” con una descripción del procedimiento penal romano tal como se aplicaba en el siglo I a. C., época de un hombre del que hablaremos con frecuencia en estas páginas: Cicerón. Quizá sirva esta pequeña exposición para que aquellos que no están familiarizados con el conocimiento de la antigua Roma valoren mejor sus logros.
El procedimiento penal romano se articulaba de la siguiente forma:

1.- NOMINIS DELATIO (‘denuncia’)


Como en nuestros días, el proceso solía comenzar con una denuncia. Si el magistrado la aceptaba (nomen recipere, ‘aceptar el nombre’), incluía el nombre del denunciado en una lista. En ese momento, el denunciante adquiría la condición de parte procesal. Una vez que el proceso se ponía en marcha, el denunciante no podía abandonar la causa sin motivo, pues, en ese caso, era acusado de tergiuersatio, ‘tergiversación’.

2.- DIVINATIO (‘adivinación’)


Se trataba de un verdadero debate judicial que tenía como objeto adivinar quién debía ejercer la acusación en el proceso. El debate se llevaba a cabo entre los miembros del tribunal, que actuaban bajo juramento. La diuinatio era necesaria cuando se presentaba más de una acusación, pues entre éstas podía haber alguna “interesada”, pagada o dirigida por el propio acusado con el objetivo de salir indemne del proceso.
Conservamos el discurso que Cicerón pronunció en la diuinatio del proceso contra Verres, el gobernador de Sicilia. Tal discurso es conocido con el título Contra Cecilio. Cicerón logró desmantelar los argumentos de Cecilio, cuestor de Verres en Sicilia, y hacerse con la acusación en el proceso.

3.- CONSILIUM (‘tribunal’)


Era elegido por sorteo entre miembros de una lista. Para juzgar los casos de concussio, ‘extorsión’, especialmente si se hacía en el ejercicio de un cargo público, había una lista especial.

4.- INQUISITIO (‘investigación’)


Una vez constituido el consilium o tribunal, el acusador tenía un período de investigación de cuatro meses. Si al término de este período de tiempo no había podido concluir su inquisitio o investigación, podía pedir una prórroga al tribunal.

5.- REIECTIO IUDICUM (‘recusación de jueces’)


El acusado tenía derecho a recusar (reiectio significa literalmente ‘acción de echar fuera’) a parte de los miembros del consilium si consideraba que su juicio no podía ser imparcial.

6.- ACTIO (‘acción, acto’)


La actio es el juicio oral. Tenía lugar sólo en el caso de que el acusado no confesara. Durante la actio el acusador pronunciaba su oratio (‘discurso’). El acusado contestaba intentando refutar los argumentos de la acusación (causam dicere). En este momento podía ser ayudado por personas de su confianza, llamadas aduocati, es decir, ‘personas que asisten o ayudan’ al reo. De esta palabra deriva abogado.

7.- VEREDICTO


Los miembros del tribunal emitían su veredicto de dos maneras posibles. Podían escribir NL, abreviatura de NON LIQUET, es decir ‘no está claro’, o VF, abreviatura de VIDETUR FECISSE, ‘parece que lo hizo’. Incluso en el veredicto de culpabilidad (VF) parece presumirse la falibilidad del tribunal, la presunción de inocencia: “parece que lo hizo” en lugar de “lo hizo”.
Para terminar, quiero comentar algo en relación con los delitos que llevaban aparejada la acusación de concussio, ‘extorsión’. Estas causas eran llamadas de repetundis. En estos casos, al final del proceso, independientemente de la condena, se producía la llamada litis aestimatio, ‘estimación del litigio’, mediante la cual se establecía la cantidad que el acusado debía devolver. Normalmente esta cantidad se fijaba en dos veces y media lo sustraído mediante la extorsión. Este tipo de delitos, frecuentes en cargos públicos corruptos que se aprovechaban de su condición para lucrarse, estaba perfectamente tipificado por las leyes romanas, que matizaban de manera verdaderamente maestra la clase de “robo” o “extorsión” que cabía imputar al acusado.
Así, los tribunales distinguían entre:
  • ABLATIO (‘sustracción’)
  • CAPTIO (‘apoderarse de’)
  • COACTIO (‘coacción’)
  • CONCILIATIO (‘granjearse’ algo por procedimientos legales pero éticamente reprobables)
  • AVERSIO (‘desviación’ de fondos)
Me pregunto qué ocurriría con la corrupción en un país como el nuestro si los corruptos fueran encausados de repetundis.

El conocimiento de la Historia

Alguna vez he comentado que si pudiera viajar en el tiempo, si pudiera regresar al pasado, Tucídides, el historiador ateniense que vivió en el siglo V a. C., sería la persona con quien me gustaría charlar tranquilamente. No porque su obra sea la más atractiva desde el punto de vista literario; no porque su vida esté llena de peripecias interesantes, pues apenas sabemos nada de ella, sino porque entendió la historia, percibió la importancia de los hechos y consiguió analizarlos y comprenderlos con una profundidad y precisión que, todavía hoy, me sigue asombrando.
Para quienes creemos que la historia es la base de todo conocimiento y, especialmente, para quienes vemos en cada episodio histórico un episodio de nuestra propia vida como especie, Tucídides es un verdadero maestro. Él continuó la línea de pensamiento racional iniciada por los primeros sabios, nacidos en el oriente griego.
En el conocimiento de la historia vive la única esperanza de futuro. Si despreciamos el conocimiento histórico, si ignoramos las enseñanzas que esconde, estamos condenados a ser permanentemente adolescentes y a repetir desgracias que ya hemos vivido.
Sirva como introducción a esta sección unas palabras del propio Tucídides, y de un poeta romano que vivió cuatrocientos años después de él: Tito Lucrecio Caro. Ambos fragmentos expresan, cada uno a su manera, mucho mejor de lo que podría hacerlo yo mismo, mi propia idea sobre el conocimiento y el estudio de la historia.

Sin embargo no se equivocará quien, de acuerdo con los indicios expuestos, crea que los hechos a los que me he referido sucedieron poco más o menos como he dicho, y no de más crédito a lo que sobre tales hechos han cantado los poetas o han compuesto otros escritores. Con frecuencia muchos autores escriben sobre cosas de las que no tienen pruebas y sobre hechos que, debido al paso del tiempo, resultan en su mayor parte increíbles, inmersos en el mito.
Quizá la falta de un elemento mítico en mi narración reste encanto a mi obra. Pero si cuantos quieren tener un conocimiento exacto de los hechos del pasado (y de los que, de acuerdo con las leyes de la naturaleza humana, habrán de ser iguales o semejantes en el futuro) consideran que mi obra es útil, entonces será suficiente. Mi obra ha sido compuesta como una adquisición para la eternidad, no como una pieza de concurso para deleite de un momento (κτῆμά τε ἐς αἰεὶ μᾶλλον ἢ ἀγώνισμα ἐς τὸ παραχρῆμα ἀκούειν ξύγκειται).

(Tucídides, Hª de la guerra del Peloponeso, 1. 21 y 22)

Las palabras de Lucrecio pertenecen al libro primero de su obra De rerum natura (De la naturaleza de las cosas). Son palabras escritas en honor de Epicuro, el filósofo griego a quien Lucrecio admiraba profundamente.

No lo detuvieron ni la fama de los dioses, ni los rayos,
ni el cielo con su amenazante bramido.
Al contrario, más excitaron el penetrante valor de su ánimo
y su deseo de forzar los apretados cerrojos
que cierran las puertas de la naturaleza.

Hunc igitur terrorem animi tenebrasque necessest
non radii solis neque lucida tela diei discutiant
sed naturae species ratioque

Es necesario que los miedos del alma y sus tinieblas
los disipen no los rayos del sol ni los luminosos dardos del día
sino la observación de la naturaleza y la razón.

La amenaza de la democracia (I)

atenas pníx
Atenas, vista desde la colina de la Pníx, sede de la Ecclesía ateniense. Desde la Pníx la ciudad de Atenas parece haberse parado en el tiempo. A la derecha, la acrópolis parece un vigía del tiempo.

Este artículo tendrá dos partes. La razón es que el análisis que pretendo hacer ocupa un espacio que excede la longitud razonable de un solo artículo. Bajo el título genérico de “LA AMENAZA DE LA DEMOCRACIA”, aparecerán dos trabajos. El primero, debajo de estas líneas, llevará por título: “Democracia antigua y democracia moderna”; el segundo: “La conjura de los necios y la religión del euro”.

Democracia antigua y democracia moderna


1. La democracia ateniense


La idea de una Europa unida es antigua. Cuando Alejandro, en la segunda mitad del siglo IV a. C. creyó que era posible unir culturalmente a Europa y Asia, posiblemente no pudo imaginar que esa idea, incomprensible y rechazable para la inmensa mayoría de sus contemporáneos, sería recogida y llevada a la práctica por un pueblo que, en la fecha en que Alejandro dejó de existir, luchaba por crear lo que hoy llamamos un estado de derecho.
Ciertamente, la idea de una Europa unida, aún más, de un mundo unido, fue llevada a la práctica por Roma de una manera verdaderamente eficaz, hace casi dos mil años. Aun así, la única globalización que ha existido jamás, caracterizada por la extensión de la ley romana a todas las naciones que estaban dentro de los límites del imperio, fracasó por la incapacidad de Roma para hacer universales no sólo las normas, las leyes o la moneda, sino también las ideas que habían posibilitado el desarrollo de su propia civilización.
Sin embargo, Roma nunca fue una potencia democrática. Los escaños del Senado nunca se mezclaron con los de la Asamblea de la plebe y, finalmente, el sentido de casta, de pertenencia a un compartimento social completamente impermeable, perduró desde el inicio de su historia hasta su final. En pocas palabras, Roma nunca supo resolver el drama de los pobres, de los desheredados ni, mucho menos, el de los esclavos. En consecuencia, las desigualdades y, especialmente, el deseo de los olvidados por acceder a un mundo que se les negaba de continuo, acabaron con Roma  y nos sumergieron a todos en la Edad Media. La denominación con que la literatura histórica conoce estos sucesos es ingenuamente ambigua: la invasión de los bárbaros.
La idea democrática surgió mucho antes, en la Atenas de comienzos del siglo V a. C. Para los atenienses de esa época, democracia era una palabra sencilla que significaba, literalmente, "poder del pueblo". No había segundas lecturas, interpretaciones coyunturales o sesgadas; en la Atenas de aquella época todo ciudadano inscrito en un démo tenía el derecho y el deber de tomar las decisiones que pudieran afectarle, ya fueran éstas de política interne o externa.
Los ciudadanos de Atenas, reunidos en la Asamblea (Ecclesía), decidían sobre la guerra y la paz, sobre el pago de impuestos, sobre el establecimiento de relaciones diplomáticas, sobre la promulgación o suspensión de las leyes y sobre cualquier otra materia considerada esencial para el presente o futuro de su pólis. Y para hacerlo, se basaban en tres principios básicos, irrenunciables, en los que se forjaban los cimientos de su sistema político: isegoría (igualdad en el uso de la palabra en público), isonomía (igualdad ante la ley) y parresía (libertad de expresión).
La aplicación de la isonomía como principio básico de la democracia hizo que el procedimiento de designación más común de los cargos públicos (casi el noventa por ciento) fuera el sorteo. Este hecho suponía en realidad toda una declaración de principios que trataba de evitar la generación de una clase política perpetuada en el poder mediante un sistema de elecciones.
Para los atenienses, además, “una característica de la libertad es gobernar y ser gobernado por turno” tal como dice Aristóteles en su Política 1317b. Y el  mismo autor continúa diciendo que “en las democracias la opinión de la mayoría es la autoridad soberana, siendo éste un rasgo distintivo de la libertad, que todo demócrata considera como elemento definidor de este régimen político”.
Las palabras de Aristóteles resultan cristalinas. Sin embargo, las democracias modernas las han perdido de vista por completo. En mi libro Hijos de Homero (pp. 428-29 de la edición de bolsillo, Alianza Editorial, Madrid 2008) escribí a propósito de las reformas políticas propiciadas por Solón en el siglo VI a. C.:
Al basar el acceso de los cargos públicos […] en los procesos de designación o de elección, las democracias modernas han generado una clase política […] que ha alejado al pueblo de la tarea de gobernar para constreñirlo, exclusivamente, al ámbito de ser gobernado. Probablemente Solón vio este peligro cuando estableció el sorteo como sistema de acceso a las magistraturas. Y no sólo este peligro, sino otro que es una de sus consecuencias: el riesgo de que una clase dirigente, refrendada por el voto del pueblo, acabe transformándose en una auténtica oligarquía.
No mucho tiempo después de las medidas emprendidas por Solón, Clístenes estableció, en el siglo V a. C., el mecanismo del ostracismo, que pretendía terminar con todo riesgo de poder personal, algo que los griegos identificaban con la tiranía. Cada comienzo de año se planteaba a la Ecclesía si había que recurrir al ostracismo. Si era el caso, se procedía a la votación escribiendo el nombre de la persona que podía ser ostraquizada en un tejuelo u óstrakon. Si el recuento de votos era favorable al procedimiento de ostracismo, el destierro era inevitable.
La inmensa mayoría de nuestros representantes políticos, acostumbrados al poder durante décadas, educados en la costumbre de vivir del erario público durante décadas, habrían sido objeto de ostracismo hace ya mucho tiempo.

2. La práctica política democrática


Aristóteles define en su Política (1317b y ss.) las características esenciales de la práxis democrática. En esencia son las siguientes:
  • “Una de las características de la libertad es gobernar y ser gobernado por turno” (1317b1).
Establecido este principio y siendo así la naturaleza del poder, estos son los procedimientos democráticos (1317b5):
  • “Elegir todas las magistraturas entre todos”
  • “Que todos manden sobre cada uno y cada uno, por turno, sobre todos”
  • “Que los cargos públicos se designen por sorteo, todos o los que no requieran experiencia y conocimientos técnicos”
  • “Que la misma persona no ejerza dos veces el mismo cargo público o sólo en casos excepcionales”
  • “Que la misma persona ocupe pocos cargos públicos, con excepción de los relacionados con la guerra”
  • “Que todos los cargos públicos sean de corta duración, o al menos aquellos en los que sea posible”
  •  “Que todos los ciudadanos, elegidos entre todos, administren justicia. Y que lo hagan sobre todas las materias o sobre la mayoría, y, en cualquier caso, sobre las más importantes y primordiales: la rendición de cuentas, la constitución y los contratos privados”
  • “Que la Asamblea del pueblo tenga soberanía sobre todas las cosas, o sobre las más importantes. Ningún cargo público tendrá soberanía sobre nada o, en todo caso, sobre asuntos de escasa importancia”
  • “Que ningún cargo público sea vitalicio, y si alguno queda, procedente de alguna costumbre antigua,  debe despojársele de su poder y hacer que sea sorteable en lugar de electivo.
Estos son los puntos fundamentales de la práctica democrática según el criterio de Aristóteles. He procurado traducir con esmero (a costa incluso del brillo literario) cada una de las palabras del original griego. Creo sinceramente que no hace falta comentario alguno, pues cada uno de los puntos se comenta por sí mismo.
Me pregunto cuáles de estas características esenciales de la democracia se cumple en cualquiera de los países que hoy día son llamados democráticos.

3.- La situación actual


La democracia ateniense fracasó, no obstante. A pesar de los mecanismos de control, a pesar de que se trataba de lo que hoy llamaríamos una democracia directa, la sucesión de los acontecimientos históricos hizo que, en relativamente poco tiempo, todo el entramado democrático se desplomara. El estudio de las causas que provocaron este hundimiento excede por completo los límites de este artículo, aunque lo afrontaré en otro momento. Empero, buena parte de tal estudio fue abordado ya por el propio Aristóteles en el libro V de su Política cuando, a la manera de Hipócrates, el médico, estudia los factores de la "patología" política.
Desde mi punto de vista, las democracias actuales están en un momento decisivo de su historia. Igual que ocurrió en la antigua Atenas, la práctica política ha generado hábitos completamente antidemocráticos que en muy poco tiempo, están poniendo en grave riesgo la propia supervivencia del sistema, incapaz de resistir ya las tensiones a las que ha sido y está siendo sometido. A mi juicio, hay tres razones que explican esta situación.
-Las elecciones son la primera de estas razones. Se trata, además, de una característica común a todos los sistemas democráticos de hoy, y no de una característica más, sino de "la característica".
En efecto, las elecciones dan carta de naturaleza a la democracia. Esta idea ha calado tan hondo en la mentalidad del hombre contemporáneo que difícilmente alguien consideraría democrático un sistema que no estuviera basado en las elecciones, sean éstas del tipo que sean.
Sin embargo, un sistema electivo no sólo supone una delegación de derechos por parte de los ciudadanos; supone también (y esto es lo más importante) la no aplicación de uno de los tres principios esenciales de la democracia ateniense: la isonomía. La igualdad ante la ley no sólo implica, ciertamente, igualdad de derechos, sino también igualdad de deberes, especialmente si, como afirma Aristóteles "nadie es ciudadano por habitar una ciudad determinada" (1275a3) sino "por participar en las tareas de gobierno y en las judiciales" 1275a6).
Esta concepción de la ciudadanía, tan alejada de la sensibilidad y la práctica modernas, es lo que realmente carga de significado el concepto de isonomía: los ciudadanos, para serlo realmente, tienen la obligación de participar en los asuntos del Estado, no delegando su opinión en otros a través de un mecanismo electivo, sino ejerciendo directamente sus derechos. Por eso, el verdadero ciudadano es aquel que "participa del poder legislativo y judicial del Estado, y llamamos Estado al conjunto de tales ciudadanos" (1275b12).
Es verdaderamente notable que Aristóteles considere a los poderes legislativo (al que literalmente llama "deliberativo") y judicial como las partes verdaderas del Estado, no al poder ejecutivo, representado por los cargos públicos. La razón es que el poder ejecutivo debe de estar sometido a los otros dos poderes, puesto que son los ciudadanos quienes están implicados directamente en ellos y quienes dan valor a la palabra Estado. Sin ciudadanos (en el sentido en que entiende el término Arsistóteles) no hay Estado. Por eso los cargos públicos están al servicio de los ciudadanos, ante quienes deben, además, rendir cuantas cada año.
-La segunda razón a la que me refería antes es precisamente ésta: la rendición de cuentas. Todos los cargos públicos atenienses estaban obligados a rendir cuentas ante el pueblo, representado en el llamado Consejo de los Quinientos, la Boulé (?????). La palabra griega que designa este procedimiento esencial de la democracia ateniense es ?????? (euthýna), un término que deriva del verbo ??????, que significa “corregir, enmendar, poner derecho”.
La rendición de cuentas implicaba no sólo la justificación de los gastos que cada magistrado había hecho de los fondos públicos, sino que suponía también una defensa de su gestión, política o judicial. Tenemos ejemplos perfectamente documentados de cargos públicos que pagaron con su vida el haber defraudado al pueblo ateniense, incluso cuando las circunstancias en que tuvieron que desarrollar su gestión fueran consideradas como un atenuante que justificaba en parte sus acciones.
¿Puede imaginar el lector de estas líneas una práctica semejante en las democracias actuales? ¿Puede imaginar el lector a un político de nuestro país rindiendo cuentas directamente ante el pueblo cuando ni siquiera éste es responsable de su presencia en las listas electorales de su partido político? Y, en consecuencia, ¿no se sentirá cada político proclive a rendir cuentas de su gestión sólo ante el jerarca de su partido, puesto que ha sido éste, y no el pueblo, quién lo ha colocado la lista electoral? ¿Podrá negarse ése mismo político a votar en el Parlamento contra las órdenes de su portavoz parlamentario sin poner en riesgo su escaño en el presente o en el futuro?
Éstas no son preguntas retóricas. De hecho podrían hacerse muchas más cuya respuesta es igualmente clara. Nuestros representantes políticos deben su lealtad al aparato de sus partidos, no al pueblo. El pueblo sólo vota al final del proceso (y sólo a un partido político), sin haber podido decidir, de ninguna manera, quiénes son las personas que han de representarlo. Los votos de la ciudadanía son la coartada de los partidos para santificar su gestión, propia de oligarcas, en nombre de la sagrada democracia.
-La tercera razón, y no la menos importante, es que no existe ninguna ley (salvo la excepción que se hace en algunos países con los cargos de Presidente o Primer Ministro) que limite el período de mandato de los cargos públicos. Cualquier persona puede eternizarse en el ejercicio de un cargo público sin límite de tiempo, contraviniendo así uno de los principios básicos de la libertad, según Aristóteles: gobernar y ser gobernado. Una enorme cantidad de políticos, en efecto, no ha dejado nunca de gobernar. Permítame el lector que ponga el ejemplo de los dos líderes de nuestros dos partidos políticos más importantes.
El Sr. Rodríguez Zapatero nació en el año 1960. A la edad de 26 años fue elegido diputado. Desde entonces no ha hecho otra cosa que dedicarse al ejercicio de la política ocupando diferentes cargos públicos, entre los que se encuentra el de Presidente del gobierno, la más alta magistratura ejecutiva de nuestro sistema político. Es decir, el Sr. Rodríguez Zapatero lleva 25 años dedicado a la política.
El Sr. Mariano Rajoy, llamado a sustituirle, nació en 1955. En el año 1981 fue elegido diputado por primera vez, también a la edad (qué coincidencia) de 26 años. Desde entonces ha sido, entre otros cargos públicos, ministro de Administraciones Públicas, ministro de Educación y Cultura, ministro del Interior y ministro de la Presidencia. Lleva 30 años dedicado a la política.
Pues bien, ninguno de nuestros dos máximos representantes políticos hubiera podido ejercer durante esa cantidad de tiempo en la antigua Atenas sin haber sido acusado de oligarca, de abuso de poder, de inclinación a la tiranía. Los dos hubieran sido sometidos a una votación de ostracismo y, con toda seguridad, hubieran sido desterrados de Atenas.
¿Ante quién rendirá cuentas de su gestión al frente del gobierno el Sr. Rodríguez Zapatero? Quizá ante los llamados “mercados”; quizá ante quienes marcan el rumbo de la Unión Europea, el Sr. Nicolás Sarcozy y la Sra. Ángela Merkel; quizá ante los representantes del sistema financiero; pero desde luego no ante su pueblo. Dejará su cargo y seguirá desempeñando otro dentro del entramado oligárquico de la casta dirigente. Difícilmente podría hacer otra cosa cuando, desde su juventud, no ha tenido otra experiencia profesional que la política.
Lo más triste es que no son sólo los líderes de los partidos. Al contrario, la mayor parte de la casta política de nuestro país (y de todos los países democráticos de nuestro entorno) vive de la política, es decir, de un sueldo que les es pagado por todos los ciudadanos; incluso por aquellos que han sido desposeídos de parte de sus derechos por quienes dicen representarlos.
Mientras las leyes no limiten radicalmente el ejercicio de la actividad política (¡en Atenas y en Roma el período de mandato era un año!), mientras las leyes no prohíban ejercer los mismos cargos públicos más de una vez en la vida, nuestra clase política, acostumbrada a vivir del erario público, olvidada de cualquier otro ejercicio profesional que no sea el del poder en cualquiera de sus facetas, educada en una práctica política impune que evita a toda costa la rendición de cuentas ante el pueblo soberano, y persuadida de que su lealtad se debe a los jefes de sus partidos y de sus grupos parlamentarios (de quienes depende su modus uiuendi), hará que la democracia sea un remedo, una caricatura; los restos ruinosos de lo que fue un día.

Palabras desde Grecia

Pedro Olalla es, entre otras cosas, escritor, helenista y fotógrafo. Vive desde hace tiempo en Atenas, donde ha fijado su residencia, y desde allí, ha sido capaz de dirigirnos unas palabras que, al menos, harán que, incluso los más optimistas, tengan un momento de desasosiego.

Gracias, Pedro.

4. El pánico a la democracia


Las razones que he expuesto más arriba explican que, en realidad, la democracia supone una amenaza para los oligarcas que nos gobiernan. Es lógico, pues pone a los políticos ante situaciones incómodas.
¿Cómo explicar si no el pánico desatado en toda Europa cuando, en los días pasados, el primer ministro griego, Sr. Papandreu, sugirió la posibilidad de convocar un referendum en Grecia? ¿Cómo explicar si no que toda la clase política europea considerase tal sugerencia como una amenaza, una catástrofe, algo parecido a una hecatombe? ¿Qué clase de democracia es ésta que tiembla ante la posibilidad de que hable el pueblo soberano?
En cualquier caso, Papandreu (el último eslabón de una casta familiar dedicada a la política en Grecia desde hace mucho tiempo) ha demostrado su verdadera talla de estadista al convertir la convocatoria de referéndum en una amenaza de hecho. La consulta a su pueblo, al que se está sometiendo a una presión insoportable por parte de quienes lo han llevado al borde del abismo, no ha sido una baza leal, un arma democrática que devolviera a los griegos algo de su soberanía; ha sido en realidad una verdadera amenaza con la que Papandreu ha pretendido ganar tiempo. En apenas unos días, cuando su chantaje había surtido efecto, cuando el pánico a la democracia había dejado atónitos a todos los líderes europeos, Papandreu, con la mayor desfachatez del mundo, retiró su propuesta, igual que esos pésimos jugadores de mus que se acobardan ante las consecuencias de su propio órdago.
Mientras tanto, el pueblo griego tendrá que afrontar, durante esta generación y la siguiente al menos, las consecuencias de la práctica política de quienes lo han considerado simplemente una coartada para su gestión. No sólo Papandreu, un supuesto socialista, sino también los conservadores de la Néa Demokratía de K. Karamanlís (otro oligarca hereditario, sustituido hoy por A. Samáras), que han gobernado Grecia en los últimos años igual que lo hubieran hecho los antiguos caciques, convencidos de que todo el país era una finca privada y todos los habitantes sus sirvientes.
¿Quiénes son, con nombre y apellidos, los responsables de la situación de Grecia, de España, de Italia, de Islandia…? ¿Quién de entre todos estos políticos codiciosos, sin escrúpulos, sin el más mínimo respeto ni por la democracia ni por los ciudadanos a quienes perjuran representar y defender, ha rendido cuentas de su gestión? ¿Es posible delimitar responsabilidades y desenmascarar a quienes se ocultan detrás de los “mercados”?
La antigua ?????? de la democracia ateniense lo hubiera hecho. Cada cargo público hubiera sido juzgado, cada gestión fiscalizada. Cada responsabilidad depurada.
Quizá no sea casualidad que la derecha griega llame a su partido Néa Demokratía, “Nueva Democracia”. Sin duda tiene poco que ver con la ?????? ??????????, la antigua democracia nacida de las entrañas de una ciudad que, sin duda, sobrevivirá, como lo hizo en el pasado, a la tragedia que suponen sus dirigentes.