El conocimiento de la Historia

Alguna vez he comentado que si pudiera viajar en el tiempo, si pudiera regresar al pasado, Tucídides, el historiador ateniense que vivió en el siglo V a. C., sería la persona con quien me gustaría charlar tranquilamente. No porque su obra sea la más atractiva desde el punto de vista literario; no porque su vida esté llena de peripecias interesantes, pues apenas sabemos nada de ella, sino porque entendió la historia, percibió la importancia de los hechos y consiguió analizarlos y comprenderlos con una profundidad y precisión que, todavía hoy, me sigue asombrando.
Para quienes creemos que la historia es la base de todo conocimiento y, especialmente, para quienes vemos en cada episodio histórico un episodio de nuestra propia vida como especie, Tucídides es un verdadero maestro. Él continuó la línea de pensamiento racional iniciada por los primeros sabios, nacidos en el oriente griego.
En el conocimiento de la historia vive la única esperanza de futuro. Si despreciamos el conocimiento histórico, si ignoramos las enseñanzas que esconde, estamos condenados a ser permanentemente adolescentes y a repetir desgracias que ya hemos vivido.
Sirva como introducción a esta sección unas palabras del propio Tucídides, y de un poeta romano que vivió cuatrocientos años después de él: Tito Lucrecio Caro. Ambos fragmentos expresan, cada uno a su manera, mucho mejor de lo que podría hacerlo yo mismo, mi propia idea sobre el conocimiento y el estudio de la historia.

Sin embargo no se equivocará quien, de acuerdo con los indicios expuestos, crea que los hechos a los que me he referido sucedieron poco más o menos como he dicho, y no de más crédito a lo que sobre tales hechos han cantado los poetas o han compuesto otros escritores. Con frecuencia muchos autores escriben sobre cosas de las que no tienen pruebas y sobre hechos que, debido al paso del tiempo, resultan en su mayor parte increíbles, inmersos en el mito.
Quizá la falta de un elemento mítico en mi narración reste encanto a mi obra. Pero si cuantos quieren tener un conocimiento exacto de los hechos del pasado (y de los que, de acuerdo con las leyes de la naturaleza humana, habrán de ser iguales o semejantes en el futuro) consideran que mi obra es útil, entonces será suficiente. Mi obra ha sido compuesta como una adquisición para la eternidad, no como una pieza de concurso para deleite de un momento (κτῆμά τε ἐς αἰεὶ μᾶλλον ἢ ἀγώνισμα ἐς τὸ παραχρῆμα ἀκούειν ξύγκειται).

(Tucídides, Hª de la guerra del Peloponeso, 1. 21 y 22)

Las palabras de Lucrecio pertenecen al libro primero de su obra De rerum natura (De la naturaleza de las cosas). Son palabras escritas en honor de Epicuro, el filósofo griego a quien Lucrecio admiraba profundamente.

No lo detuvieron ni la fama de los dioses, ni los rayos,
ni el cielo con su amenazante bramido.
Al contrario, más excitaron el penetrante valor de su ánimo
y su deseo de forzar los apretados cerrojos
que cierran las puertas de la naturaleza.

Hunc igitur terrorem animi tenebrasque necessest
non radii solis neque lucida tela diei discutiant
sed naturae species ratioque

Es necesario que los miedos del alma y sus tinieblas
los disipen no los rayos del sol ni los luminosos dardos del día
sino la observación de la naturaleza y la razón.

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