A todos, con frecuencia, nos aborda la nostalgia. Repentinamente, como si los nublados recuerdos de un mundo distante nos asaltaran, una tristeza sutil ablanda nuestro corazón y hace que nuestros ojos se encojan, vencidos por una luz que no sabemos definir.
Los hombres siempre hemos sentido nostalgia, una palabra griega que nos evoca el dolor por un regreso imposible. Nostalgia es el sentimiento que poseyó a Ulises durante los veinte años que pasó combatiendo en Troya y vagando por el mar. Nostalgia por Ítaca, por su esposa Penélope y por el recuerdo de un hijo que apenas pudo conocer. Nostalgia por no poder regresar a un mundo del que formaba parte.
Eneas sintió nostalgia por Troya, la lejana ciudad cuyas murallas sólo fueron burladas por la inteligencia. En las noches pasadas en el lecho de Paris, también Helena sintió que su corazón se perdía entre los valles del Peloponeso y los olores fugaces de la tierra de Esparta. Cuando el fuego de su amor se fue marchitando, sintió la nostalgia de una tierra que, al cabo, perduró en su recuerdo más que el hermoso rostro de Paris.
Todo el que ha sido viajero, a pesar de su amor por los cielos hermosos, a pesar de su irrefrenable impulso por conocer el semblante y las lenguas de otros hombres, a pesar de su deseo por sentirse ciudadano de todos los mundos, ha sentido alguna vez nostalgia al recordar el olor de su hogar en invierno, el rostro de sus hijos dormidos al calor de los cuentos o el dulce sabor de unos labios perdidos ya en el bosque de la memoria.
Quienes se ven forzados a abandonar su mundo, quienes son obligados a huir de sus tierras o quienes viven en ellas acuciados por la necesidad, agobiados por el presente y olvidados por el futuro, también sienten una irrefrenable nostalgia que les punza el alma, como una herida.
Mas hay quien siente una nostalgia extraña por una tierra que desconoce, por un cielo que sólo puede intuir y por un mar tranquilo y transparente del que nace una luz que sus ojos no pueden esquivar. Es una nostalgia inexplicable que ataca a quienes, aun estando en el suelo de su patria, perciben que están lejos, como si no supieran dónde nacieron sus recuerdos.
Cuando esa nostalgia nos atrapa, el viaje es nuestra patria. Cada rincón del camino se nos aparece entonces como un rincón de nuestra casa; cada hombre o mujer que se nos cruza, parece nuestro hermano.
Todos venimos de otra parte. Todos sentimos nostalgia de un mundo que no sabemos que fue el nuestro. Todos somos inmigrantes llegados de un lugar por el que sentimos nostalgia en nuestros sueños.