Agustín García Calvo. In Memoriam

Agustín García Calvo. In Memoriam
Agustín García Calvo

Agustín García Calvo ha muerto. No pretendo hacer un homenaje a su figura (algo imposible, desde luego), sino dejar constancia de alguno de los recuerdos que guardo de él y, sobre todo, de la deuda que, personalmente, aún le debo.
Conocí a Agustín cuando era estudiante de Doctorado, durante los años setenta. El régimen de Franco estaba agonizando y el paisaje gris, de película en blanco y negro, que había teñido durante décadas cada rincón de nuestro país, comenzaba a llenarse de algún tímido color, un fleco apenas, desprendido de la luz de una esperanza que nos alimentaba a todos.
Estaba en el aula, esperando que D. Agustín García Calvo, el maestro del que se contaban mil anécdotas (algunas de ellas pintorescas) apareciera para comenzar un curso de doctorado titulado “Hipérbaton en latín”. Recuerdo muy bien la agitación con que esperaba ver a aquel hombre, represaliado por el régimen franquista, desposeído de su cátedra (junto con Enrique Tierno Galván, J. Luis López-Aranguren y Santiago Montero) por apoyar públicamente el movimiento de estudiantes en el año 1965. Eran otros tiempos. Tiempos difíciles en que la Universidad Complutense de Madrid, como las otras de nuestro país, solían poblar los pasillos y las aulas con los ecos de las voces de los sabios.
Miraba con frecuencia hacia la puerta del aula, nervioso, con el miedo de que, finalmente, aquel maestro al que admiraba sin apenas conocerlo, decidiera no ir a clase, pues las convenciones del mundo académico, entre las que se encontraban los horarios, nunca le merecieron demasiado respeto.
Por aquellos días yo me sentía ya un privilegiado. Había recibido clase de algunos profesores a los que, ya por entonces, consideraba como auténticos maestros: F. R. Adrados, M. S. Ruipérez, J. A. Lasso de la Vega, Luis Gil, Sebastián Mariné, Lisardo Rubio, A. Ruíz de Elvira…, pero me quedaba por escuchar a García Calvo, el hombre que tenía, además, la aureola de quienes se habían enfrentado, con sus ideas, al régimen franquista.
Cuando entró en el aula me quedé atónito. Vi a un hombre lleno de energía, vestido con un atuendo que parecía sacado de una película de John Ford, con dos trenzas deslizándose sobre sus hombros y una mirada casi ausente, como si estuviera contemplando un mundo que sólo él fuera capaz de percibir.
Recuerdo muy bien sus clases. Recuerdo muy bien la impresión que me causó su personalidad, su coherencia, su permanente estado de guardia para no contaminarse con nada que pudiera atraparlo dentro de un sistema que, hasta el último día de su vida, tuvo en él, en su pensamiento y en su obra, un sistemático e inasequible crítico.
Aunque nunca sentí por él la fascinación casi religiosa que ha atrapado a buena parte de sus seguidores y discípulos, su obra siempre me ha merecido mucho más que respeto. Y de toda ella, aunque sé que esto parecerá excesivo a más de uno, la traducción de la Ilíada sigue fascinándome hasta un extremo que no ha conseguido ninguna de sus otras obras.
He utilizado esa traducción permanentemente: en clase, en mis libros y artículos, en cursos y seminarios… y en lugares en los que parecía que no habría, ni siquiera, de entenderse. He sentido una emoción casi física al leer sus versos en los foros más dispares, en los lugares más inhóspitos, y he gozado de su compañía a diario. Nunca, ni en los primeros días de mi fascinación estudiantil por el mundo homérico, he tenido la certeza de leer al mismo Homero, salvo cuando he tenido delante de mis ojos los versos traducidos por Agustín.
En estos días tan cercanos a su muerte, he vuelto a leerlos en alto, tratando de atrapar en cada una de las palabras la música eterna, el ritmo inmortal del genio capaz de captar, con las recias y duras palabras del castellano, el alma inasible de los versos griegos.
Descansa en paz, Agustín, e intenta no poner patas arribas los usos y costumbres de la otra vida.

5 comentarios:

Jorge dijo...

y la boca, sin pan y sin besos y el cielo vacío [...]

Fernando dijo...

Qué ponga patas arriba los usos y costumbres donde esté. Era su esencia.
Yo no puedo disfrutar de sus traducciones, pero sí de su visión ácrata. El mejor homenaje que les podemos hacer a él, y otros como él, es no retroceder en un par de años, lo que ha costado 40 conseguir.

Gloria dijo...

Muy bueno te parece este Régimen que dices que se ha tardado 40 años en conseguir... Esto es una mierda, y a los que se creen que algo que fuera en contra del poder ha conseguido esto, yo les diría que no, que ha sido la sumisión al poder de cualquier lucha viva la que lo ha fraguado. Salud y que le den por ahí a los derechos que dicen que tenemos: no necesitamos derechos, ni que nos entretegan con los partiditos.

Mar García Caparrós dijo...

¡Afortunados todos los que pudimos disfrutar de su pasión por el mundo clásico en las aulas!

Como curiosidad decir que a esas aulas me encaminó la energía de un cordobés perdido en la Alcarria... allá por el 1985.

Editorial Lucina dijo...

Para los que quieran conocer más de Agustín, esta es su web Editorial Lucina, encontraréis todos sus libros y escritos, un saludo y gracias.