Alcmán, el extraño poeta que escribía en Laconio

papiro partenio alcmán
Fragmento de un papiro procedente de Oxirrinco (Egipto), que contiene un texto de un Partenio de Alcmán.

Entre los poetas líricos de la antigua Grecia, algunos son completamente desconocidos por todo aquel que no sea un especialista. Algunas veces, estos poetas son auténticos pioneros. Otras, verdaderas rarezas.
Tal es el caso de Alcmán, el único representante de lo que podríamos llamar la literatura laconia. El término laconio es casi sinónimo de espartano, pues Laconia era la región en la que se asentaba la ciudad doria por excelencia. Alcmán es el único autor de la literatura griega que escribe en el dialecto de Esparta, aunque parece que no era natural de esta ciudad (algunos autores sostienen, sin embargo, que sí), sino de Sardes, la capital de Lidia, en Asia Menor (en la actual Turquía).
Vivió en el siglo VII a. C., durante la llamada época arcaica, y es testigo de un mundo que no habría de sobrevivirle muchos años. Por aquella época, Esparta era una especie de meca de la poesía lírica coral, y acogía en su seno no sólo a poetas locales, sino a esa clase de poeta itinerante, viajero, que, al amparo de la generosidad de ciertos nobles y reyes, acaba estableciéndose lejos de su patria.
Los fragmentos que conservamos de Alcmán nos permiten, quizá por única vez, adentrarnos no sólo en un tipo de poesía relativamente desconocida, sino también en una Esparta que está lejos de la dureza y sobriedad que habrían de caracterizarla más tarde. Por esta época, convivían en la ciudad verdaderos arcaísmos, muy antiguos, y, a la vez, las nuevas corrientes artísticas y literarias procedentes de Oriente. Las excavaciones arqueológicas dan buena fe de ello.
Es extraño contemplar, a través de los versos de Alcmán y de otros poetas, una Esparta en la que el esplendor e, incluso el lujo, aparecen en las fiestas y se reflejan en los coros, especialmente femeninos, que cantan en honor de la juventud, de las bodas, de la virginidad y de toda suerte de símbolos de renovación de la vida.
Sólo conservamos fragmentos (alguno bastante extenso) de la obra de Alcmán. En las líneas que siguen voy a reproducir alguno de ellos, con la esperanza de que el lector pueda conocer algo del arte de uno de los primeros poetas de la historia de Occidente.
Sobre la melancolía que provoca le vejez (el recuerdo de haber sido joven), Alcmán escribe:
Muchachas de dulces cantos y voz amada,
mis rodillas apenas pueden ya sostenerme.
Ojalá fuera yo un cérilo, ave sagrada
que, brillante, vuela, purpúrea como el mar,
con el corazón valiente, sobre las olas.
(Fragmento 26 LP)
En otro fragmento el poeta evoca la noche en la naturaleza virgen. ¡Qué clase de milagro ha tenido que darse para que, dos mil setecientos años después, podamos leer estos versos!
Duermen las cumbres de las montañas y los valles.
Duermen las colinas y las barrancas,
y el bosque, y los animales que cría la negra tierra.
Duermen las fieras del monte, los enjambres,
y los monstruos en el fondo del mar fulgente.
Y duermen las aves, muchedumbre de largas alas.
(Fragmento 89 LP)
Y por último, un fragmento en el que el poeta habla de sí mismo. La poesía lírica es el seno del que nació la individualidad en la antigua Grecia y sirvió, a la vez, como vehículo de expresión de los sentimientos individuales, ausentes por completo en los versos homéricos.
Te daré un día un cuenco
en el que acopiar toda suerte de manjares.
Todavía no ha sido calentado por el fuego
pero muy pronto estará lleno con uno de esos guisos
que Alcmán, el cometodo, disfruta probando al caer la tarde.
Pues él no come nada exquisito.
Al contrario: como el pueblo, Alcmán disfruta con manjares corrientes.
(Fragmento 17 P)
La sencillez y claridad de la poesía lírica se hacen atemporales en estos versos, escritos hace 2700 años.

Homero, transmisor de modelos

Joseph Marie Vien. Despedida de Héctor y Andrómaca
Joseph Marie Vien. Despedida de Héctor y Andrómaca. Museo del Louvre. Despedida de Héctor y Andrómaca. El niño, Astianacte ('El señor de la ciudad'), en brazos de la nodriza, se encoge, asustado por el aspecto de su padre.

Homero es el primer escritor de occidente. Utilizando el alfabeto griego, recién creado, fijó por escrito las leyendas de Troya. Desdichadamente no sabemos nada de él, pues pertenece a una época en que la individualidad no existe todavía.
Aedo o rapsoda, poseído por la “locura” poética, Homero era para los antiguos un verdadero adivino; un adivino del pasado. Mas, con el correr del tiempo, llegó a convertirse en el educador del pueblo griego y, a la vez, en el forjador del carácter de los héroes o, lo que es lo mismo, del carácter masculino.
En los versos que les muestro a continuación, extraídos del canto VI de la Ilíada, puede verse con claridad este carácter educador de Homero. Aprovechando la despedida entre Héctor y su esposa, la hermosa Andrómaca, el poeta describe cristalinamente en unos cuantos versos los papeles del hombre y la mujer en la sociedad de los aqueos, es decir, en nuestra propia sociedad. Poco han cambiado las cosas desde entonces.
El gran caudillo de Troya imagina el cruel destino que espera a su esposa, sirviendo como esclava en la casa de cualquier aqueo. Prefiere la muerte antes que contemplar a su mujer en ese estado.
Ilíada, 6. 450 y ss:
Mas no tanto el mal de los Troes [1] tras mí que queden me importa
ni de Hécuba ni de Príamo rey la suerte que corran
ni de mis hermanos los muchos y bravos que bajo la horda
de los enemigos caigan al polvo en tal mala hora
cuanto de ti, cuando venga un Aqueo brónciga-cota,
que lagrimeando te arrastra y de libertad te despoja;
y aun puede que en Argos tejiendo el telar te veas de otra
y agua trayendo de fuente tal vez tesalia o laconia,
bien mal de tu grado; mas ley pesará sobre tí poderosa;
y alguno habrá quizá que te diga al verte toda llorosa:
“De Héctor he ahí la mujer, el que era primero en la tropa
de Troes potridomantes, cuando era la guerra de Troya”.
Así dirá alguno, y a ti te entrará una nueva congoja
por falta del hombre que a salvo de vida de esclava te ponga.
mas a mí ¡bien muerto me cubra la tierra en mi fosa,
antes que a ti arrastrada te vea y tus gritos que oiga!
El párrafo continúa con una de las escenas más conmovedoras de toda la Ilíada. Héctor toma en sus brazos a su hijo, apenas un bebé. El niño se asusta al ver el aspecto de su padre que, conmovido, se quita el yelmo y acaricia a su hijo entre sonrisas. Entonces reza rogando que aquel niño, al que sostiene entre sus brazos, llegue a ser un hombre digno de Troya y de su linaje. Las palabras que Héctor dirige a Zeus son muy reveladoras, pues muestran que la única gloria que puede ganar un hombre debe conquistarse en el campo de batalla.
Ilíada, 6.466 y ss. [2]
Tal en diciendo, al niño fue a hacerle una carantoña
Héctor preclaro; y al aya belcinta el niño chillando
atrás se le echó asustado a la facha del padre
y la sombra, temiendo del bronce y la cresta corcelifosca
al verla terrible del alto del yelmo agitándose en ondas;
y el padre se echó a reír, y con él la madre y señora.
Al punto quitó el bravo Héctor de su cabeza briosa
el yelmo, y en tierra lo puso fulgiendo en toda su gloria;
y ya que a su hijo besó y le hizo hacer en sus manos cabriolas,
a Zeus y a los otros dioses en rezo habló de su boca:
“Zeus y los dioses demás, otorgad que a mis votos responda
este hijo mío, en ser como yo y de los Troes corona
y tal de bravos en sus bríos, y sea rey sobre Troya,
y alguna vez uno diga: ‘mejor que el padre y con sobra’,
al verlo de guerra volver, y armas traiga en sangre aun rojas
de un hombre que haya matado, y se goce la madre en su gloria.
Finalmente, Héctor decide que es hora de volver a la guerra. Pide a su esposa que vuelva a la casa, para que atienda allí a las tareas que le son propias. De nuevo el modelo, esta vez el femenino.
Ilíada 6. 490 y ss.
Mas ¡ea, véte a la casa, y allí tu atiende a tus obras,
al huso y la rueca y telar, y ordena a las servidoras
que hagan la jera avanzar!; que a los hombres guerra les toca,
a todos, y a mí el que más, los que son nacidos en Troya.
La escena termina de manera conmovedora. Andrómaca vuelve la cabeza de vez en vez, mientras se encamina hacia su casa. Intuye que no volverá a ver vivo a su marido.
Ilíada, 6. 494 y ss.
Tal en hablando tomó el claro Héctor el yelmo de torna
el corcelicrespo; y camino a su casa iba yendo la esposa,
los ojos a trechos volviendo, en florido llanto llorosa.
En efecto, Héctor y Andrómaca no vuelven a verse más. La guerra continúa, pues sin ella la mentalidad masculina sería incomprensible. Es la guerra la que pone a cada uno en su sitio, la base de un tipo de sociedad vigente hasta nuestros días.
El triunfo de la sociedad patriarcal, cuyos postulados son transmitidos por Homero, depende de la existencia de la guerra.



[1] Troyanos.
[2] Utilizo la traducción de A. García Calvo (Ed. Lucina, Zamora, 1995). Es una traducción difícil, dura a veces, llena de neologismos. Es lo más parecido que conozco al lenguaje de Homero. Imprescindible.

¿Qué es la democracia?

Philipp von Foltz. Discurso fúnebre de Pericles
Philipp von Foltz. Discurso fúnebre de Pericles. Desde la Pníx, con la Acrópolis al fondo, Pericles se dirige a los atenienses para consolarlos en el entierro de los primeros caídos en la guerra del Peloponeso.

Los tiempos difíciles propician preguntas y buscan algunas respuestas. Ésta segunda década (recién estrenada) del siglo XXI, es propicia a las preguntas, pues son muchos los sueños que parecen haberse desvanecido y muchas las expectativas que parecen condenadas a no cumplirse.
Una de esas preguntas, sin duda entre las más importantes, tiene que ver con el sistema de convivencia en el que estamos inmersos los ciudadanos de Europa; un sistema, por cierto que nos viene desde muy antiguo.
La historia de las ideas políticas no es, ciertamente, otra cosa que nuestra tentativa por procurarse mecanismos de convivencia. Es, al cabo, la historia de todos nuestros intentos, vanos hasta el día de hoy, por evitar el enfrentamiento y la guerra. Se trata de una historia dramática y, en cierta medida, triste, pues es una historia inacabada.
En efecto, tres mil años después de que la política se iniciara en Grecia, no hemos conseguido hacer que las ideas liberadoras sean universales y que los logros que éstas aportan sean patrimonio de todos los seres humanos de nuestro mundo. Como tantas otras veces, hemos globalizado el beneficio económico, las leyes que santifican la riqueza y perpetúan la pobreza, pero no henos globalizado las ideas que nos han hecho sentir, al menos en algún momento, hombres libres.
De entre todos los sistemas de convivencia, hemos adoptado uno que fue inventado y experimentado por primera vez en Atenas, hace dos mil quinientos años, más o menos. Los propios atenienses lo llamaron democracia, pues gracias a este sistema fueron los primeros en crear un tipo de Estado que exigía la participación real en la vida pública de todos los que formaban parte de él. Llamaron a este Estado πόλις (pólis), a quienes formaban parte de él πολίτης (polítai, es decir, ‘ciudadanos’), y a la actividad que los ciudadanos desarrollaban en la pólis, πολίτευμα, es decir, ‘política’.
La palabra democracia ha sido definida muchas veces, precisada con adjetivos más o menos acertados (radical, cristiana, socialdemocracia, etc.) y traicionada permanentemente por la práctica política. Mas ¿cómo la definían los propios atenienses? ¿Cómo entendían ellos su sistema político de convivencia, al que habían bautizado con el término democracia?
Quizá las palabras del propio Pericles, auténtico conductor de la democracia ateniense durante los años de esplendor del siglo V a. C., nos sirvan para entender lo que, realmente, significaba democracia para los propios atenienses. Tales palabras, pronunciadas con motivo del funeral que el estado ateniense organizó en honor de los primeros caídos en la guerra del Peloponeso, nos han sido transmitidas por Tucídides, quien en el libro II de su Historia de la guerra del Peloponeso pone en boca de Pericles lo siguiente:
Nuestro sistema de gobierno nada tiene que envidiar a las instituciones de los pueblos vecinos, pues somos nosotros más bien ejemplo que imitadores de otros. El nombre de nuestro sistema de gobierno es democracia, pues el poder de gobernar no está en manos de unos pocos, sino de la mayoría. Y de la misma manera que las leyes son iguales para todos en lo que se refiere a los asuntos privados, así también, en lo que se refiere a las funciones públicas, es preferido aquel ciudadano que goza de la consideración general no por razón de su clase social, sino por su mérito personal. Pues si alguien puede hacer un buen servicio al Estado, entonces ni la pobreza ni la oscura condición social pueden ser un impedimento.
[…] Cumplimos siempre con escrúpulo las disposiciones de nuestro Estado, respetando a las autoridades y obedeciendo las leyes, especialmente las establecidas en favor de quienes sufren injusticia y aquellas que por su propia naturaleza no están escritas [1], pero traen una vergüenza manifiesta a todo aquel que las incumple.
[…] Amamos la belleza con medida y la sabiduría sin relajación. Utilizamos la riqueza más como un medio para la acción que como motivo de jactancia, de manera que, entre nosotros, la pobreza no significa baldón alguno para nadie; el verdadero baldón es, precisamente, no poner todo empeño en evitarla.
Nos ocupamos de nuestros asuntos privados, pero también de los asuntos públicos, y así gente de muy diversos oficios conoce perfectamente tales asuntos públicos, pues somos los únicos que no consideramos ocioso, sino inútil, al ciudadano que no participa de la vida en común.

Así pues, afirmo que Atenas es un modelo para toda Grecia, y creo que cualquier ateniense está en disposición de lograr un desarrollo completo en los más variados aspectos, y de conseguir, al tiempo, una inteligencia flexible […] que le permita enfrentarse con éxito a las situaciones más diversas.
(Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, 2. 37 y ss.)
Estas palabras fueron pronunciadas en el año 431 a. C. A mi juicio, podrían haber sido pronunciadas hoy mismo.
Tal es el valor eterno que encierra su significado.



[1] Se refiere Pericles a las leyes naturales, no reflejadas en ningún código legal.