Míasma

No siempre nuestros sentidos pueden advertir la contaminación; algunas veces se desliza entre nosotros como un reptil invisible, sin generar olor, ni dolor, ni ningún otro síntoma físico que nos delate su presencia. Algunos tipos de contaminación sólo dejan huella. Una huella que aparece claramente con el transcurso del tiempo. Los antiguos griegos creían que ciertos actos, ciertos comportamientos de las personas, producen una suerte de contaminación invisible a la que llamaron míasma. El míasma, siempre asociado a conductas que se deslizan por el abismo de la mentira, la codicia o simplemente la estupidez, penetra en nosotros mismos o en nuestra sociedad sin que nos demos cuenta, sin que detectemos su presencia, como una epidemia, como un virus invisible que duerme al lado de nuestros sueños esperando la oportunidad de convertirlos en pesadillas.
Un míasma, en efecto, puede extenderse rápidamente y convertirse en una epidemia dañina que es susceptible de heredarse e, incluso, de propagarse a grupos enteros o, incluso, a una ciudad. Ese es el caso de la leyenda que encarna Edipo y su amada ciudad de Tebas, presa de una enfermedad colectiva generada por él mismo, por el hombre al que los tebanos, agradecidos, habían convertido en rey. Edipo, sin saberlo, es portador de un míasma fraguado por delitos que nunca fue consciente de haber cometido.
Hoy estamos rodeados de personas que generan miasma. La semejanza esencial de algunas de ellas con Edipo (de cuya existencia y ejemplo quizá lo ignoren casi todo) es que tampoco son conscientes del mal que propagan y no son capaces de prever las consecuencias que sus palabras pueden tener en la sociedad a la que pertenecen. Casi siempre se presentan como lo contrario de lo que son, pues aparecen como sanadores, como médicos de una enfermedad imaginaria que afecta sólo a quienes no comparten sus ideas ni su visión del mundo.
Uno de estos supuestos sanadores es D. Antonio Algora, obispo de Ciudad Real, que ha comparado al Presidente del Gobierno de España con el emperador romano Calígula. "Sin duda alguna", dijo, "la gente tendrá que aprender quién era Calígula y las costumbres que impuso en Roma", y añadía que "tras un inicio de mandato prometedor se convirtió en un despiadado y cruel mandatario, de depravadas costumbres y gustos".
Son palabras que contaminan a quien las lee igual que lo haría el invisible virus de una enfermedad. El obispo Algora ensucia con su fatua y vana ignorancia el aire que todos respiramos y añade leña seca al fuego de la intolerancia.

Publicado en La Clave, 24 de marzo de 2006

Míasma

2 comentarios:

pau dijo...

Y cuanto más tiempo permanecemos sobre la Tierra, más míasma generamos, como el retorno de nuestra voz contaminando el silencio. El veneno no se cura inginiendo mayor dosis. Hace falta el antídoto. Solo callar la voz de la venganza, del odio o de la ira. Solo dejar de escuchar las arengas, mirar a los ojos y conocer. Solo respeto y cultura. Me parece. ("En mi opinión" que es la muletilla de Bernardo)

Jorge dijo...

Porque los dioses perciben el futuro,
los hombres el presente, y los sabios
lo que se avecina.
(Filóstrato, Vida de Apolonio de Tiana, 8.7)

Los hombres conocen el presente.
El futuro lo conocen los dioses,
los plenos, los únicos que poseen todas las luces.
Mas, del futuro, los sabios perciben
lo que se avecina.
Su oído, algunas veces, se alarma
en las horas de hondas reflexiones.
Les llega el clamor secreto
de sucesos que se acercan.
Y los sabios, respetuosos, les prestan atención.
Mientras, en la calle, ahí fuera,
la gente no oye nada.
(C.P. Cavafis)