Discurso de Pericles

Discurso pronunciado por Pericles en honor de los primeros caídos en la guerra del Peloponeso


“Tenemos un régimen de gobierno que no envidia las leyes de otras ciudades, sino que más bien somos ejemplo para otros que imitadores de los demás. Su nombre es democracia, por no depender el gobierno de pocos, sino de un número mayor; de acuerdo con nuestras leyes, cada ciudadano está en situación de igualdad de derechos en las disensiones privadas, mientras que según el renombre cada uno, a juicio de la estimación publica, así es honrado cada cual en los asuntos públicos. Y no tanto por la clase social a que pertenece, como por su mérito, ni tampoco, en caso de pobreza, se le impide actuar en beneficio de la ciudad por la oscuridad de su fama.
[…]
Nos hemos procurado además muchos recreos del espíritu, pues tenemos juegos y sacrificios anuales, y hermosas casas particulares, cosas cuyo disfrute diario aleja las preocupaciones; ya causa del gran número de habitantes de la ciudad, entran en ella las riquezas de toda la tierra. Y así sucede que la utilidad que obtenemos de los bienes que se producen en nuestro país no es menos real que la que obtenemos de los demás pueblos. 
[…]
Amamos la belleza con poco gasto y la sabiduría sin relajación; y utilizamos la riqueza como el medio para la acción más que como motivo de jactancia, y no es vergonzoso entre nosotros confesar la pobreza, sino que lo es más el no huir de ella. Por otra parte, nos preocupamos de los asuntos privados y de los públicos, y gentes de diferentes oficios conocen suficientemente los asuntos públicos; pues somos los únicos que consideramos a quien nada participa en ellos no un hombre pacífico, sino inútil. 
[…]
Afirmo que Atenas es la escuela de Grecia, y creo que cualquier ateniense puede lograr una personalidad completa, y dotada de la mayor flexibilidad, en los más distintos aspectos de la vida.
[…]
Ninguno de éstos flaqueó poniendo delante el goce de la riqueza que le estaba reservado ni retardó el peligro por la esperanza de poder enriquecerse todavía si quedaba indemne, sino que considerando más deseable que estas cosas el castigo del enemigo, y juzgando además que éste era el más hermoso de los peligros, decidieron, arriesgándose a él, castigar al enemigo y privarse de aquellos bienes, confiando a la esperanza la incertidumbre del éxito y atreviéndose, en cambio, al obrar, a confiar en sí mismos.
Consideraron, pues, en el trance mismo de la lucha, que debían sufrir la muerte antes de salvarse huyendo, y evitaron una fama vergonzosa. Sostuvieron la lucha al precio de la vida y, en un breve instante del azar, en la culminación de su gloria, no de su miedo, murieron. […] Y dando sus vidas por el interés común reciben para sí mismos una alabanza inmortal y la más gloriosa tumba: no el lugar en el que yacen; su tumba es otra; otra en la que queda para siempre su gloria, hecha inmortal en el corazón de todos los hombres. Pues la tierra entera es la tumba de los hombres buenos. Es una tumba que no está indicada sólo por la inscripción de las columnas sepulcrales en el país propio, sino que, aun en el extraño, vive en cada hombre como un recuerdo no escrito, grabado en el corazón, no en algo material.
[…]
Por ello ni os compadezco ahora a vosotros, sus padres, cuantos estáis presentes; pues, criados en medio de toda clase de adversidades, sabéis que la buena fortuna pertenece a quienes reciben, como vuestros hijos ahora, la muerte más hermosa. […] Y los que habéis traspasado ya el umbral de la juventud, pensad que la parte de vuestra vida en que fuisteis felices es vuestra mayor ganancia, y que esta otra parte de vuestra vida será breve. Encontrad el consuelo en la gloria de vuestros hijos, porque el deseo de honores es lo único ajeno a la vejez, y en la parte inútil de la vida no es, como algunos dicen, el deseo de lucrarse lo que predomina, sino recibir honores.
[…]
Y si debo también hacer una mención en relación con la virtud de las mujeres que desde ahora serán viudas, con una breve indicación lo diré todo. Vuestra gloria consistirá en no ser inferiores a vuestra condición natural y, por tanto, en que entre los hombres haya sobre vosotras las menores conversaciones posibles, sea para alabaros o para criticaros”.
(TUCÍDIDES, Historia de la guerra del Peloponeso, 37 y ss.)
Pericles, hijo de Xantipo, ateniense
Busto de Pericles con la inscripción “Pericles, hijo de Xantipo, ateniense”. Mármol, copia romana de un original griego de ca. 430 a.C.

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