Filosofía y Ciencia

En los tiempos en los que el conocimiento racional comenzó a desarrollarse en la Grecia antigua, los términos filosofía y ciencia apenas podían distinguirse. Los primeros filósofos eran en realidad auténticos científicos, preocupados por explicar el mundo que los rodeaba sin acudir al mito ni a los dioses. En este sentido, fueron auténticos humanistas, los primeros humanistas en realidad, pues su afán fue siempre comprender lo humano, sin atender demasiado al difuso mundo de los dioses. Comenzaron a preocuparse por lo que ellos mismos llamaron Τα ανθρώπινα (tá anthrópina), es decir, "las cosas humanas". Sus contemporáneos no los llamaron filósofos, ni científicos. Los llamaron sabios. Corría el siglo VII a. C.
La preocupación de aquellos hombres extraordinarios fue intentar comprender lo que ellos llamaron Φύσις (phýsis), una hermosa palabra que podríamos traducir por "naturaleza". Y se esforzaron sin tregua por conocer la phýsis, toda phýsis pero, especialmente, la anthropíne phýsis, la naturaleza humana. Para conseguirlo, intentaron encontrar un método que les llevara a conocer la αλήϑεια (alétheia), la "verdad", sin acudir a explicaciones religiosas, ni siquiera a explicaciones míticas.
Muchos de sus contemporáneos percibieron en ellos un don especial, un don que les hacía "ver" la naturaleza de las cosas incluso cuando ésta estaba alterada por cualquier clase de suceso o de fenómeno. Los llamaron sabios porque "no les pasaba desapercibido" (alétheia en griego significa literalmente "lo que no pasa desapercibido") lo que ni siquiera despertaba la curiosidad de la mayoría de sus contemporáneos. Los nombres de aquellos primeros sabios, capaces de percibir la naturaleza de las cosas, centrados en comprender la naturaleza humana, nos son conocidos: Tales, Anaximandro, Anaxímenes, Heráclito... Todos ellos nacieron en las luminosas costas griegas de Asia Menor, en ciudades como Éfeso o Mileto.

efeso gimnasio
El teatro de Éfeso, visto desde el gimnasio

Sus obras, sin embargo, nos son casi completamente desconocidas. Apenas unos cuantos fragmentos transmitidos indirectamente por autores posteriores (a veces muy posteriores). Unos cuantos fragmentos que apenas nos dejan entrever las maravillas que debieron encerrarse en cada uno de sus escritos.
En esta sección, a la que he llamado filosofía y ciencia, me propongo mostraros  algunos de esos fragmentos que, sin duda, habrán de impresionaros. Lo poco que conservamos de aquellos sabios, de aquellos primeros sabios, es suficiente para deslumbrarnos, para hacernos valorar como un milagro que hoy, casi tres mil años después, podamos esforzarnos por comprender, atónitos, lo que ellos comprendieron.
El primero de esos textos es de ANAXIMANDRO de Mileto, un hombre que vivió entre los siglos VII y VI a. C. Es un texto que hubiera firmado, sin duda, el propio Ch. Darwin, veintiséis siglos después.
Ps. Plutarco 2:
Anaximandro dice que el hombre se generó a partir de animales de otras especies. Y lo deduce de que las demás especies se alimentan pronto por sí mismas, mientras que el hombre necesita amamantarse durante un largo período de tiempo. Por ello, si el hombre hubiera sido en su origen tal como es ahora, no habría podido sobrevivir. (12 A 10).
El otro fragmento con el que quiero inaugurar esta sección es de HERÁCLITO de Éfeso, que vivió entre los siglos VI y V a. C. y a quien sus contemporáneos llamaban "el oscuro", pues sus pensamientos y sus escritos no estaban, según parece, al alcance de la comprensión de todos. En un tiempo en que la esclavitud era considerada por muchos un hecho natural, Heráclito escribió estas palabras que siempre me han parecido no propias de hoy sino de mañana.
La guerra es el padre de todos; el rey de todos: a unos los presenta como dioses, a otros como hombres; a unos los hace esclavos, a otros libres. (22 B 53).
La filosofía y la ciencia son dos caras de la misma moneda. En realidad, la distinción entre una y otra es fruto más de la investigación moderna que de la concepción que los antiguos griegos tenían del conocimiento. Hubo un momento en que ambas disciplinas estaban fundidas en una sola. Incluiré aquí textos tanto de quienes la tradición llama filósofos como de aquellos que han pasado a la historia como científicos.
La lengua griega se presta muy bien a la gran riqueza de matices que exige el pensamiento filosófico. Para muchos estudiosos es justamente aquí, en el mundo complejo y a veces sinuoso de la filosofía, donde el griego resplandece con toda su asombrosa gama de matices, como si en su naturaleza tuviera el gen de pensamiento abstracto.
Por el contrario, el latín ofrece menos posibilidades a la especulación filosófica. Lengua concreta, exacta, grave y concisa como ninguna, no facilitó el camino de quienes pretendían expresar con ella el variable y complejo mundo de la filosofía. Aun así, hombres como Lucrecio, Cicerón o Séneca lograron legarnos en latín algunas de las más emocionantes obras filosóficas de la literatura antigua. También ellos tendrán hueco en estas páginas.

1 comentario:

Beatriz Moragues dijo...

Muchas gracias por estos escritos tan interesantes.