La amenaza de la democracia (V)

“La clase de ataque que Europa ha empezado a sufrir desde hace unos años es muy difícil de parar. No tenemos la suerte de poder mirar a los ojos de nuestro enemigo y combatirlo de frente. Es un ataque que tiene que ver con las leyes de la Historia y se dirige contra la democracia y la educación.”
Con estas palabras finalizaba el anterior artículo de esta serie. Cuando terminé de escribir ese artículo, corría el mes de febrero. Conscientemente he dejado que pasara el tiempo antes de afrontar la tarea de escribir el que ha de ser el último artículo de esta serie. En estos tres meses transcurridos han sucedido muchas cosas: la celebración de elecciones generales en España (con el triunfo por mayoría absoluta del Partido Popular) y en Grecia (con un resultado complejo que ha impedido la formación de un gobierno), la consolidación de un modelo de política económica basado en el ataque frontal al llamado estado del bienestar, el empobrecimiento creciente de amplias capas de la población en los llamados países periféricos (los PIGS, según la insultante terminología de los analistas económicos) y, sobre todo, la generalización de un desánimo creciente, producido por el convencimiento de que los responsables de una situación de crisis generalizada, mas allá de la económica, no sólo no están haciendo frente a sus responsabilidades, sino que están desviando tal responsabilidad sobre millones de ciudadanos que, atónitos, no saben cómo escapar del huracán que amenaza con dejarlos en  la calle.
El ataque que está sufriendo Europa, decía, “es muy difícil de parar” porque “tiene que ver con las leyes de la Historia y se dirige contra la democracia y la educación”. Veamos.

El ataque a la educación


En términos generales, el ataque que los gobiernos de los últimos años han perpetrado contra la educación lo he analizado en el capítulo II de esta serie. En España todo estudio humanístico, en el sentido literal, ha sido claramente excluido de las líneas maestras del sistema educativo. Desde hace años, el cinismo de los políticos que nos dirigen parece haberse hecho más ladino, si cabe, en asuntos de educación. Siempre, los responsables del PSOE o del PP se han llenado la boca con frases hechas del tipo “invertir en educación es invertir en el futuro”, “la inversión en educación aumenta cada año”, “los jóvenes son el futuro”, etc.
Frases huecas que contrastan con la realidad: en mis más de treinta años como profesor no he visto más que un deterioro sistemático del sistema educativo. Un deterioro de la calidad medida en términos “humanos”, no en términos estadísticos. Ese deterioro puede analizarse, pues está basado en la misma ideología que ha desplazado sistemáticamente la concepción humanística de la educación para sustituirla por otra, basada en algo que en los artículos anteriores llamé “las nuevas humanidades”, atentas a la estadística, a las cifras y a las comparaciones absolutas más que a la calidad y la excelencia. Hay sin duda más profesores que antaño, más institutos, más aulas. Y, sin embargo, los estudiantes actuales, en contra de lo que se dice demagógicamente, están peor preparados que nunca. Saben menos, en una palabra. ¿Por qué?
La respuesta es relativamente sencilla: se ha sacrificado la calidad en nombre de la cantidad. Y se ha hecho en todos los aspectos: más alumnos, peor preparados. Más profesores, peor preparados. Más edificios, peor dotados. El resultado de esta práctica produce un efecto que agrada a nuestros dirigentes: una estadística decente basada en una realidad humanamente indecente.
Desde la entrada en vigor de las últimas leyes que rigen el sistema educativo no universitario (la LODE, la LOGSE y su epítome, la LOE, todas ellas promulgadas por el PSOE), los antiguos Institutos de Bachillerato han vivido (y están viviendo) una lenta y dolorosa agonía. No es éste el lugar para explicar en detalle las causas que justifican y explican tal agonía, pero creo que están en la mente de buena parte de mis lectores. Quizá me anime a explicarlo pormenorizadamente en un artículo próximo.
El hecho es que la extensión de la enseñanza obligatoria hasta los 16 años, de manera universal, sin ninguna contrapartida por parte del alumno, ha distorsionado gravísimamente la vida de los centros educativos que, poco a poco, con la coartada de una jerga pedagógica y psicológica ad hoc, se han ido convirtiendo en auténticas guarderías de adolescentes en las que lo prioritario, lo más importante, no es la transmisión del conocimiento y el desarrollo práctico de mecanismos intelectuales que hagan que cada alumno desarrolle plenamente todas sus capacidades.
Y en un contexto como éste, en el que los conocimientos (y la exigencia de los mismos) se han visto relegados por otros conceptos como los “procedimientos” y las “actitudes”, el profesorado ha cambiado notablemente. Desde mediados de los años ochenta se han ido instaurando sistemas de selección que han culminado con una especie de parodia de lo que eran antes una oposición o un concurso-oposición. Una verdadera parodia en la que ni siquiera se exige un ejercicio práctico a quien pretende convertirse en profesor. Lo sé muy bien, pues yo mismo he tenido que formar parte de esos tribunales que seleccionan a los nuevos profesores. El resultado es fácil de constatar: el nivel de los profesores se ha deteriorado al mismo ritmo que el de los alumnos.
Todo el sistema se ha degradado, y los profesores no son una excepción. Se han puesto al nivel de sus alumnos.
Sin embargo, para la mayor parte de nuestros dirigentes (y de nuestros conciudadanos) el sistema va mejor. Es difícil explicar esto pero creo que, en realidad, toda nuestra sociedad está sufriendo lo que Sócrates llamaría un error de perspectiva. Un error basado en el hecho de que, en consecuencia con el destierro de la concepción humanística de la educación y de la sociedad, lo que importa no es la perspectiva humana, sino la perspectiva de las cifras.
En efecto, la implantación de las nuevas leyes educativas, la puesta en funcionamiento de sistemas de evaluación pintorescos (que permiten promocionar de curso a alumnos que no han aprobado el anterior), el acceso a los cuerpos de profesores de profesionales que jamás han demostrado su nivel de conocimientos y, como decía, el destierro de las humanidades y de la concepción humanística de todo ámbito educativo, ha empezado a producir los efectos que, desde hace tiempo, algunos de nosotros nos temíamos.
Uno de esos efectos, quizá el más dañino de todos, es que el ser humano ha sido desplazado del centro de nuestras concepciones. Por decirlo de una manera que los antiguos griegos entenderían muy bien, nuestra civilización ha dejado de ser antropocéntrica en el sentido en que la entendía Protágoras cuando afirmaba que “el ser humano es la medida de todas las cosas, de las que existen y de las que no existen” (πάντων χρημάτων μέτρον ἔστὶν ἄνθρωπος, τῶν δὲ μὲν οντῶν ὡς ἔστιν, τῶν δὲ οὐκ ὄντων ὠς οὐκ ἔστιν‭).
En nuestra sociedad, en toda la sociedad europea, el ser humano (ἄνθρωπος) ya no es la medida (μέτρον) de todas las cosas. Al adoptar este punto de vista, que significa una ruptura radical con la tradición humanística heredada de Grecia y Roma, nuestra sociedad ha comenzado a transformarse de una manera radical, pues ha abandonado un modelo para tomar otro basado en la preponderancia de los números, de las estadísticas, de la tecnología y de la inhumanidad.
Así puede entenderse que toda la política europea se esté llevando a cabo a costa del sufrimiento de las personas, del ἄνθρωπος. El caso de la Grecia actual es especialmente doloroso, pues es allí (donde la concepción antropocéntrica del mundo fue concebida, desarrollada y legada a toda la humanidad), donde los nuevos tiempos parecen estar experimentando el cambio de rumbo decisivo: da igual el sufrimiento humano; da igual la desesperación de toda una generación que ve su futuro amenazado de muerte; da igual que un jubilado se suicide delante de las puertas del parlamento; da igual que los neonazis consigan entrar en el parlamento de Atenas; da igual que el orgullo de todo un pueblo se vea pisoteado a diario por los comentarios maledicentes de analfabetos con poder. Da igual que los responsables de la situación sigan en el parlamento, en sus despachos de los bancos o en sus casas de lujo. Todo da igual si las cifras, los números, las estadísticas cuadran. Todo da igual si las cifras de déficit son las que Bruselas dice que deben ser. Da igual. El ser humano, el ánthropos ya no es lo importante.
En efecto, lo importante ya no es el ser humano. Lo importante es una moneda que evoca una vieja idea de unidad entre los pueblos. Lo importante es el euro. En su nombre, en pro de su estabilidad, de su cambio, de su existencia, todo sufrimiento humano es secundario.
El tipo de bárbaros que nos gobiernan hoy son los hijos de una concepción del mundo que ha basado su preponderancia en la extensión de sistemas educativos que han denostado, ridiculizado y perseguido los estudios humanísticos. Al cabo del tiempo, las ideologías que dignificaron la Europa de la postguerra, la socialdemocracia y la democracia cristiana, han sido abandonadas en su esencia por aquellos que más obligación tenían de recordar el contexto terrible en el que surgieron. Ésta es, en realidad, la consecuencia más dramática de la historia, que pasa por encima de aquellos que olvidan sus orígenes.
Lo peor de la falta de memoria de nuestra clase dirigente (y de buena parte del pueblo de toda Europa) es que propicia una idea completamente errónea: creer que en la historia hay situaciones que están superadas para siempre y logros que son una ganancia permanente.
Por el contrario, la única característica inmutable de la libertad, de la verdadera libertad, es que puede perderse en cualquier momento. Una de las pocas  consecuencias inmutables que cabe extraer del estudio de la historia, especialmente de la historia europea, es que los logros conseguidos a través de generaciones, de años de esfuerzo, de sudor y de sangre, pueden desaparecer; pueden perderse cuando el rumbo de la nave en que viajamos es trazado por las manos de gente que ha dejado de lado, ignorado y maltratado los principios sobre los que una vez se asentó el prestigio, la superioridad moral y la prosperidad de Europa.

La amenaza de la democracia


El humanismo, la concepción antropocéntrica que impregna cada rincón de la civilización griega, es el soporte natural de la democracia, sus cimientos. Sin esta idea de partida, sin el convencimiento de que la educación era el vehículo con el que el mundo podía cambiarse, la democracia ateniense no hubiera visto nunca la luz.
Mucha gente, como Protágoras, llegó a creer en la Atenas del siglo V a. C., que podía dejarse atrás lo que Heródoto había llamado “necedad bárbara” y entrar en un nuevo mundo a través de la enseñanza de la ἀρετή, es decir, de la “virtud” o “excelencia”. Se trataba de todo un descubrimiento que, quizá por primera vez, valoraba la importancia de la educación de los jóvenes, lo que los griegos antiguos llamaron paideía (παιδεία). En la educación se depositaba buena parte de las esperanzas del futuro, de tal manera que el propio Platón ( Protágoras 327 d) llega a escribir:
Así pues, Sócrates, […] te he expuesto un razonamiento en relación con el hecho de que la virtud puede enseñarse (así lo creen los propios atenienses). Así que no es de extrañar que de buenos padres nazcan hijos mediocres y de padres mediocres hijos excelentes. Los hijos de Policleto, por ejemplo, no son nada en comparación con su padre. […] Mas en ellos hay esperanza, pues son jóvenes.
Es la educación, la posibilidad de enseñar la areté, lo que hace a Protágoras afirmar que “hay esperanza, pues son jóvenes”. Son jóvenes y pueden aprender.
Esta idea, como decía antes, llevó a los atenienses a la democracia. Democracia y educación forman parte de una misma cosa, de un mismo anhelo. Durante un tiempo (desde la época de Solón hasta el comienzo de la guerra del Peloponeso, en el último tercio del siglo V a. C.) Atenas creyó que todo era posible: la victoria sobre los persas, el desarrollo económico, la construcción de una confederación marítima de aliados liderada por ella misma…
Mas, poco a poco, aquellos que habían dejado su vida para construir el estado democrático, aquellos que habían forjado el ideal de la paideía y de la democracia sobre los ásperos y duros tiempos en que los nobles tenían poder sobre la vida y la muerte de cualquiera, fueron desapareciendo de la escena política. Y fueron sustituidos por otros hombres, la mayoría de los cuales sólo habían conocido los tiempos del esplendor de Atenas.
Algunos de esos hombres cometieron el error de creer que las conquistas de Atenas eran irreversibles; que el poder de su ciudad, basado en la democracia y en la igualdad ante la ley, era algo conseguido para siempre. Los que sobrevivieron a la guerra contra Esparta pudieron ver, empero, con sus propios ojos el final de la Atenas democrática, la demolición de los muros que habían hecho inexpugnable a la ciudad y la instauración de un gobierno oligárquico promovido por los espartanos. La lucha titánica que protagonizaron en el pasado hombres como Dracón, Solón o Clístenes para terminar con los privilegios de unos pocos, la feroz batalla contra un régimen gentilicio, absolutamente cerrado, que era capaz de esclavizar a los hombres libres que no podían pagar sus deudas, las reformas legislativas que hicieron a todos los ciudadanos atenienses iguales ante la ley, se vinieron abajo en un suspiro.
Pues bien, Atenas nos ha dejado no sólo el legado impagable de la generación de la democracia, sino también multitud de pruebas en relación con su corrupción y desaparición.
Si atendemos a ese legado, vemos con claridad que la situación actual de nuestro país y de Europa entera sólo puede corregirse a través de la educación, primero, y de la aplicación de la propia democracia, después. Sin embargo, he intentado explicar cómo los sistemas educativos modernos han generado un tipo de ciudadano acrítico, que ha terminado por aceptar que “la economía no tiene ideología”, que la política debe subordinarse a las leyes económicas y que, finalmente, su participación en las decisiones fundamentales debe ceñirse al hecho de votar cada cuatro años en unas elecciones.
La solución política a la situación que vive toda Europa hoy pasa, a mi juicio inexcusablemente, por la recuperación de hábitos democráticos que, desgraciadamente, son casi desconocidos por la mayor parte de los ciudadanos. Esos hábitos deben comenzar por evitar lo que evitó, hace dos mil quinientos años, la democracia ateniense: un régimen gentilicio basado en la preponderancia de una casta política cuyos miembros se retroalimentan en un círculo de “familias” cerradas.
En efecto, nuestros dirigentes son una casta, una oligarquía que, con frecuencia, no tiene ni ha tenido otra actividad que la política. Desde esa perspectiva de poder vitalicio (bendecido por la coartada de unas elecciones en las que sólo votamos la lista que nos impone un partido), los dirigentes se perpetúan durante décadas en ámbitos de poder de todo tipo. La consecuencia es un sistema que excluye las responsabilidades personales y que facilita todo tipo de corrupción.
El ejercicio democrático de los ciudadanos debería exigir, a mi juicio de manera inexcusable, la eliminación de todo vestigio de casta política. Para conseguirlo, el ejercicio de la política (en el ámbito que sea) con sueldo a cargo del erario público debería limitarse a un período improrrogable de cuatro años. Pasado este período todo cargo público debería reincorporarse a su actividad profesional anterior sin excepciones.
Esta medida, elemental para una democracia como la ateniense, acabaría por sí sola con la mayor parte de las prácticas políticas fraudulentas y corruptas que, en el día de hoy, asolan todo el territorio de nuestro país y de Europa. Acabar con la casta política es una conditio sine qua non de toda democracia.
Sin embargo, proponer tal medida parece utópico en el mundo de hoy. Un mundo en el que los políticos son profesionales, viven cegados por sus propios privilegios, jamás rinden cuentas ante los ciudadanos de su gestión y, en el colmo de la desvergüenza, intentan salvar su situación de práctica inmunidad cargando sin pudor contra quienes no tienen la más mínima responsabilidad en la desastrosa realidad en que nos encontramos.
Pagados por lobbys de todo tipo, entregados a quienes financian sus campañas y satisfacen sus caprichos, afiliados a partidos que se han convertido en sectas dirigidas por quienes no han hecho otra cosa que vivir de la política, arrodillados ante los mercados, renunciando a los principios básicos de sus propias ideologías, los dirigentes gobiernan la nave de Europa atraídos por el canto de las sirenas que se esconden detrás de los escollos.
La democracia real es una amenaza para el actual sistema político. Una amenaza para quienes nos gobiernan.
Una esperanza (quizá la única, quizá la última) para quienes somos gobernados.

6 comentarios:

Fernando dijo...

Acabar con la casta política.
Ese es el comentario que mas se escucha,entre los que añoran la dictadura, porque no tenian que pensar y decidir, porque todo les venia impuesto.
En el sentido que tú expresas, que es todo lo contrario, se requiere de ciudadanos altamente politizados, informados, conscientes de sus deberes y sus derechos, participando activamente en la vida política, que no sean "idiotas".
De que esos ciudadanos no existan, se encargan, como tú muy bien dices, el Sistema Educativo, y los Medios de Comunicación. Como también apuntabas en tu articulo Costumbres.
La Educacion y la Comunicacion, están en las manos de esa casta política y sobre todo en las de la casta económica de la que los primeros son meros empleados a sueldo.
Y para los que escapan de este círculo infernal, y salen a la calle a ejercer sus derechos de reunión y manifestación, se endurecen las leyes penales.
¿Cómo se sale de esto?
Gracias por tus reflexiones, son imprescindibles.

Silvia dijo...

Estoy en situación de desempleo como tantos otros, por lo que paso mucho tiempo delante del ordenador. Primero, porque estoy intentando rehacer mi vida y mi carrera hacia el mundo web y estudiando a tal efecto; segundo, porque todas las posibles ofertas de trabajo están en la red; y tercero, en un intento de permanecer informada. Tras semanas de leer una prensa que sólo refleja la mediocridad en que nos movemos, con artículos no sólo tendenciosos, sino llenos de errores gramaticales y faltas de ortografía, y unos comentarios a los artículos que asustan casi más que las noticias a las que se refieren, encontrar su blog ha sido un maravilloso descubrimiento, y leerlo un verdadero alivio, una bocanada de aire que realmente necesitaba. Sólo quería agradecerle sus palabras y su labor como docente, dentro y fuera del aula. Un saludo de una antigua alumna suya de latín en la UNED.

Bernardo Souvirón dijo...

Hola Silvia: me alegra que te hayas topado con esta página y que te sirva de alguna ayuda. Por lo demás, te deseo toda la suerte del mundo en tu búsqueda de trabajo. No puedo evitar recordar los buenos tiempos de la Uned. Ahora los recuerdo casi como días felices en los que todavía no podíamos ni siquiera intuir lo que se nos venía encima. Ha sido un placer reencontrarte aquí.

Isabel dijo...

Hola me llamo Isabel y soy de Córdoba. Hace un tiempo que le sigo en la web. Todo un honor leerle e incluirle en mis brotes de epistemofilia...

Es claro su análisis y diagnóstico de la situación que padecemos pero lo difícil es ejecutar desde la ciudadanía las soluciones que urgen a la situación actual.

Las reglas del juego están atadas desde la norma suprema -Constitución-. Ley electoral, de partidos, sindical...

Estoy de acuerdo en toda la reflexión que hace sobre la educación. Cuando más acceso hay a la cultura (educación gratis, bibliotecas, internet...) más ignorancia en nuestros jóvenes.

Muchas gracias.

Un saludo ;-)

Joan Alcaucer Bonilla dijo...

Letra por letra, coma tras coma, las palabras de Souviron es La Biblia, tan solo difiero en un párrafo, no estoy de acuerdo en que los políticos debieran tener un sueldo por su labor, sino ejercer al igual que lo hace un voluntario de la Cruz Roja o un misionero en Somalia, aquí se demuestra el amor por su trabajo.

Con buenas intenciones debería prohibirse la lobotomía y las financiaciones de los lobbies a los partidos políticos.

La evasión fiscal debería responderse con el cierre de las empresas culpables y la corrupción con el capital privado y la investigación de familia y amigos por si acaso...

...Y esto creo que no es venganza, sino justicia.

Pero para esto hace falta la voluntad de la mafia "superior", y ellos no se sienten alulidos.

Pilar dijo...

"El término "maestro" deriva de "magister" y éste, a su vez, del adverbio "magis" que significa "más" o "más que". El "magister" lo podríamos definir como "el que destaca o está por encima del resto por sus conocimientos y habilidades". Por ejemplo, "Magister equitum"(jefe de caballería en la Antigua Roma ) o "Magister militum" (jefe militar).

El término "ministro" deriva de "minister" y éste, a su vez, del adverbio "minus" que significa "menos" o "menos que". El "minister" era el sirviente o el subordinado que apenas tenía habilidades o conocimientos."

EL LATÍN NOS EXPLICA POR QUÉ CUALQUIER "TONTOLCUL..." PUEDE SER MINISTRO PERO NO MAESTRO."