Banderas

¿Que hay detrás de las banderas que, cuando las veo ondeando al viento, me parecen ancladas sobre cadáveres y sangre? ¿Cómo es posible que la misma bandera sea, para unos, símbolo de libertad y democracia y, para otros, de tiranos y asesinos? ¿Por qué cuando cruzamos la invisible barrera de una frontera los símbolos parecen rodearnos, como si quisieran recordarnos que abandonamos un mundo para entrar en otro?
Detrás de las banderas, de los estandartes, de los pabellones y de los escudos se oculta la historia de todas las infamias humanas. Detrás de los símbolos patrios desfilan los ejércitos después de ganar sus batallas y de profanar los símbolos de los enemigos vencidos. Desde las garras de las águilas o las fauces de los leones que, amenazantes, ondean sobre los suaves tejidos de las banderas, la sangre de otros pueblos, de otros hombres, gotea sobre el mármol de los edificios en cuyos tejados se fijan los astiles de las banderas.
Pocas cosas me inquietan más que quienes hacen de una bandera un símbolo inviolable, una suerte de santa abstracción que representa esencias que nunca saben definir. Arropados detrás de las banderas, los fanáticos tensan sus músculos, dispuestos a afirmar la esencia de lo suyo, la pureza inmaculada de sus ideas, la visión eternamente inalterable de una patria que se asienta sólo en los filtrados recuerdos de su secta. Frente a ellos, otros fanáticos agitan otras banderas, otros símbolos desde los que airear su pertenencia a otra tribu; su naturaleza parcial de patriotas orgullosos.
Cuando los jefes de las facciones políticas invocan los símbolos, animan a los ciudadanos a arroparse con las banderas, a mostrar con orgullo nacional o su deuda con una nación preñada de héroes, siempre me he sentido amenazado, pues detrás de las banderas los hombres se transforman en una horda, en una manada irracional dispuesta a defenderse de enemigos que no existen.
No me gustan las banderas; no me siento contenido en ellas, ni en sus colores, ni en sus escudos, ni en el significado de sus emblemas. No me emocionan los lemas escritos debajo de los escudos, ni los cantos patrióticos, ni los himnos de victoria, ni los desfiles militares que recorren en triunfo las calles de las ciudades.
En medio de un mundo que cada día es más pequeño, me siento identificado con muchas ideas, hijo de muchas ciudades, parte de muchos paisajes. He sido feliz en países que creía cargados de enemigos, he compartido un chusco de pan con hombres que hablaban lenguas desconocidas, y me he sentido extranjero dentro de las fronteras de mi patria, rodeado de los símbolos de su poder y de su gloria.
La tierra toda es nuestro hogar. Cada guerra, cada batalla, cada enfrentamiento civil es la patética confesión de nuestra conciencia tribal, de nuestra incapacidad para comprender que todo ser humano es un compatriota; que todo pueblo es nuestro pueblo.
Quienes arengan a los pueblos para que agiten sus banderas y asienten su grandeza en la exhibición de sus símbolos, no se dan cuenta de que su patria, su amada patria, es, a la vez, su pequeñez y su pobreza.

5 comentarios:

Joan Alcaucer Bonilla dijo...

Era Carl Marx quién intentaba fátuamente recordarle a la plebe que no se dejara arrastrar por banderas, patrias ni culturas, pues el problema del obrero era igual en todos los países.

La psicología hizo que el poder acabara con las internacionales obreras, así que un obrero se peleaba con otro obrero para elevar a un psicópata elitista.

No sé quién decía que una guerra era una balloneta con un obrero a cada lado.

Por cierto, Souviron: ¿Qué les sucedería a nuestros mandatarios si viviesen en la época de Solón y Clístenes?

Miguel dijo...

Da ánimo escuchar de otros, pensamientos que parecen a veces demasiado propios...
recuerdo una viñeta de El Roto que dice "Las banderas las ondea el diablo"

Bernardo Souvirón dijo...

Hola Joan. Gracias en primer lugar por tomarte la molestia de comentar estos escritos. En cuanto a tu pregunta, no te quepa duda de que habrían sido objeto de ostracismo. En la serie de artículos que publicaré esta semana intentaré explicarlo más despacio.

Bernardo Souvirón dijo...

A mí también me da ánimo ver vuestros comentarios. Un abrazo fuerte.

Joan Alcaucer Bonilla dijo...

Bernardo! ¿Solamente serían delegados al ostracismo o más bien deberían responder con sus posesiones o incluso con penas capitales?