Regreso al futuro. La democracia ateniense (I)

En una serie de artículos anteriores que titulé genéricamente "La amenaza de la democracia" he intentado estudiar la serie de factores que, en mi opinión, ha ido, poco a poco, desvirtuando (cuando no prostituyendo) el sentido de la teoría y práctica democráticas. Seguramente, a la luz de los acontecimientos que, en los tiempos que estamos viviendo, se suceden a una velocidad de vértigo, podría añadir alguna reflexión más que ilustrara hasta qué punto estoy convencido de que estamos viviendo una crisis que va mucho más allá de lo económico. En realidad, el factor económico no es más que un síntoma de una enfermedad, larga y penosa, que lleva mucho tiempo enquistándose en el organismo de todo occidente.
En estos días en que parece que todo un modelo de sociedad puede venirse abajo, volver la vista atrás, buscar respuestas en las soluciones que otros seres humanos dieron en circunstancias difíciles, no sólo ofrece un cierto consuelo sino que, con frecuencia, nos hace vivir una extraña paradoja: la sensación de que nuestro futuro se encuentra en el pasado.
En efecto, el largo camino recorrido por los atenienses hasta llegar a la primera democracia de la historia, las enormes dificultades que tuvieron que afrontar y resolver, los factores de generación y corrupción que, con el paso del tiempo, hicieron que fracasaran en su empeño, pueden iluminar en tiempos como los que estamos viviendo el camino de nuestro futuro. Veamos.

El reflejo político de la libertad: la democracia


También hemos visto en artículos anteriores que, en un momento dado (entre los siglos VII y VI a. C.), poco después de que algunos griegos descubrieran la individualidad y la libertad, surgió un nuevo modelo de hombre, al que la sociedad griega llamó σοφός, 'sabio'.
Con el paso del tiempo, de una manera única y desconocida hasta entonces, se planteó la necesidad no sólo de conocer, sino de transmitir sistemáticamente lo que esos hombres llamados 'sabios' habían descubierto. En una palabra, en la antigua Grecia mucha gente se esforzó por transmitir a las generaciones futuras el conocimiento atesorado por los sabios. ¿Cómo podía hacerse tal cosa?
Paralelamente, en los albores del siglo V, surgió en Atenas la necesidad de conservar, primero, y propagar y difundir, después, su forma característica de existencia individual y social. Sólo esto habría sido suficiente para hacer de la antigua Atenas un referente de la historia humana. Sin embargo, lo más importante, según creo, no fue tanto la consciencia de tal necesidad, sino la manera, el procedimiento de llevarla a cabo. Los atenienses llegaron a la conclusión de que el ser humano sólo puede conservar y propagar su forma de existencia individual (individualidad) y social (libertad) si se sirve de los mismos instrumentos mediante los cuales ha llegado a ser un individuo libre: la voluntad consciente y la razón. Con tales instrumentos es posible la libre circulación de las ideas y se transita hacia lo que llamamos humanismo.
Mas el humanismo no es un estado permanente, inmutable, sino dinámico, y ha de conservarse y transmitirse para que permanezca. Por esta razón, la permanencia del humanismo exige la creación de estructuras, de organizaciones que, precisamente, permitan su transmisión y, como consecuencia de ello, su permanencia.
De esta manera, confluyeron en Atenas dos necesidades: transmitir, de un lado, el conocimiento de los sabios y, de otro, la concepción humanística individual y social. El mecanismo por el cual habrían de lograrse ambas cosas fue llamado παιδεία, es decir, ‘educación’.
Así pues, la esperanza de una buena parte de la sociedad ateniense estuvo depositada en el hecho de que el conocimiento racional, propio de los sabios, y el humanismo pudieran encontrarse con la παιδεία, es decir, con la educación. Es éste el único camino por el que los hombres pueden llegar a ser cualitativamente iguales y desarrollar su capacidad no sólo al servicio de sí mismos sino, fundamentalmente, al servicio de la sociedad en la que viven.
En realidad, la παιδεία es el sustento humanístico de la democracia, y, sin él, la democracia real es imposible, no puede existir. Mediante la educación, que hace a los hombres esencialmente iguales, se puede llegar a un sistema político basado en tres pilares: ἰσονομία (‘igualdad ante la ley’), ισηγορία (literalmente ‘palabra igual para todos’, es decir, derecho de todo ciudadano a poder hablar libremente en público) y παρρησία (libertad de expresión’).
Tales son las bases no sólo de la democracia, sino del humanismo político.
El camino que hubo de recorrer Atenas para intentar llegar a ese punto fue largo, arduo y, finalmente, penoso. En mi opinión, se trata de uno de los episodios más extraordinarios de la historia de toda la humanidad, una auténtica epopeya que merece la pena conocer. Sinceramente, creo que en los hitos de ese camino, en las etapas que cubrió el pueblo de Atenas, está buena parte de lo que, dos mil quinientos años después, todavía hemos de intentar hacer todos nosotros.
¿Cómo se hizo tal camino? ¿Cómo comenzó? ¿Qué dificultades hubo de superar? Permítanme que intente explicarlo.

La herencia micénica: una sociedad gentilicia, cerrada e injusta


En términos generales, la sociedad que los griegos micénicos dejaron tras de sí no desapareció nunca. No ha desaparecido todavía. El poder estaba en manos de una aristocracia que basaba su derecho a gobernar en el privilegio de la sangre. Se llamaban a sí mismos Eupátridas, ‘de buen padre’, es decir, ‘los bien nacidos’. En torno a ellos se fue creando una estructura gentilicia que perduró durante muchísimo tiempo.
Antes de seguir, es necesario entender bien lo que significa el adjetivo gentilicio, un término muy utilizado en la literatura histórica. La palabra deriva de γένος, ‘nacimiento, origen, raza’. En latín aparece como genus, término con el que se relaciona gens (genitivo gentis, plural gentes) y en nuestra lengua está permanentemente presente: gen, género, genoma, génesis, gentil, etc.
Así pues, un régimen gentilicio está basado en una estructura cerrada basada en el origen, en el nacimiento, es decir, en la sangre.
Pues bien, en las épocas remotas de la historia de Atenas, la sociedad de toda la región del Ática estaba organizada de la siguiente manera:
  • Cuatro φυλή (phylaí). Una phylé es un grupo de familias con un antepasado común, que se consideran pertenecientes a una misma raza. Normalmente la palabra se traduce por “tribu”, en un sentido político. Era la célula elemental de la antigua sociedad ateniense y su formación se hunde en la noche de los tiempos.
  • Cada una de las cuatro phylaí estaba dividida en tres fratrías (la palabra frater acabó por significar ‘hermano’ en latín). Una fratría es una especie de asociación de carácter civil y religioso a la vez y en su seno se celebraba una de las fiestas más importantes de la antigua Grecia, las Apaturias. En el tercer día de estas fiestas se presentaba a los niños nacidos dentro de la fratría. Los padres prestaban juramento sobre la legitimidad de su hijo que, al llegar a la pubertad, era presentado de nuevo en presencia de dos testigos para renovar su inscripción en la fratría. Es fácil imaginar la importancia de esta organización, pues los niños eran considerados “sin padre” (de ahí deriva el nombre de la fiesta) hasta que eran inscritos en la misma.
Cada fratría tenía su propia divinidad y su propio santuario. Al frente de ella se colocaba un fratriarca.
  • Cada fratría tenía treinta γένη (plural de γένος), grupos consanguíneos. Cada génos vivía en las mismas tierras y su jefe era el descendiente más directo del antepasado que había dado origen a todo el génos. Era también el jefe religioso, administraba justicia y, a la vez, mandaba las tropas pertenecientes al génos.
La propiedad podía circular, pero no podían hacerse operaciones fuera del génos, pues toda la organización estaba basada en la defensa de los intereses de éste que, además, reaccionaba en bloque cuando uno de sus miembros era atacado, especialmente por un extranjero o un génos rival.
  • Finalmente cada génos estaba dividido en treinta familias.
Así pues, en toda la región del Ática había 4 tribus, 12 fratrías, 360 génos y 10800 familias. El lector puede imaginar un mundo cerrado, lleno de tensiones, donde la responsabilidad individual no existe, donde, en fin, el individuo está completamente indefenso ante un sistema gentilicio que desconoce por completo el plano individual. En realidad, el camino de la democracia estuvo siempre orientado a terminar con semejante estructura.
Permítame ahora el lector una comparación que me parece pertinente.

La nueva estructura gentilicia: los partidos políticos


Si somos capaces de saltar unos tres mil años y contemplar el panorama político de nuestro país, podemos ver con cierta claridad que el sistema gentilicio no ha sido superado por nuestra mal llamada democracia. Las estructuras gentilicias perduran en los partidos políticos, que se han convertido en organizaciones cerradas dentro de las cuales es imposible el comportamiento individual. Cada miembro de estas nuevas γένη se mueve teniendo en cuenta sólo los intereses de su clan, sin ser capaz siquiera (pues eso supondría su inmediata desaparición política) de votar en función de su conciencia individual ni en las estructuras de su partido ni en las del Estado, como el Parlamento, donde tiene que obedecer las indicaciones de su fratriarca.
Si cualquiera de mis lectores quiere comprobar que las estructuras gentilicias están completamente vigentes, no tiene más que asomarse a las sedes de las dos grandes tribus de nuestro país, situadas en las calles Ferraz y Génova de Madrid. Probablemente será invitado a abandonar un territorio que le es completamente vedado si no forma parte de algunas de las fratrías, familias o géne a las que antes aludía. Da igual que invoque su naturaleza de ciudadano. La naturaleza y la condición de ciudadano son características del individuo y éste es desconocido en los ámbitos gentilicios.
Mas, como decía antes, el largo y tortuoso camino hacia la democracia estuvo siempre orientado en la supresión de la sociedad gentilicia ¿cómo fue ese camino? ¿Cómo consiguió la sociedad ateniense librarse del lastre de los antiguos clanes y lanzarse hacia un sistema basado, como decía más arriba, en la isonomía, la isegoría y la parresía? ¿Recorrieron los atenienses un camino parecido al que debemos recorrer nosotros hoy para, después de acabar con las estructuras gentilicias, llegar a una práctica política verdaderamente democrática?
No quiero extenderme más en un solo artículo. En los días que siguen intentaré explicar a mis lectores (a quienes agradezco de corazón sus palabras de aliento) los hitos principales de ese largo e inacabado camino.

2 comentarios:

Lucía dijo...

Hoy he descubierto al señor Souvirón en rne.
Su exposición me ha motivado a investigar sobre sus obras y artículos. No podría estar más de acuerdo, el reflejo de nuestra historia pasada y sus protagonistas no puede olvidarse y más vale que nuestros políticos, tan demócratas ellos, se educaran definitivamente para ejercer de lo que pretenden y no sean unos eternos aprendices que nos lleven por los caminos más oscuros de la historia. Muy agradecida señor Souvirón.

Bernardo Souvirón dijo...

Bienvenida a esta página Lucía. Gracias por haberte interesado. Espero que sigas interesada por estos asuntos que, al parecer, interesan a tan poca gente.