Los griegos acaban de pronunciarse en las urnas. Néa Demokratía (el PP griego) ha obtenido el 30% de los votos, Syriza, la izquierda emergente de A. Tsipras, roza el 27% y el PASOK (Partido Socialista Panhelénico) se queda en el 12%. La abstención ronda el 40% y el partido de ultraderecha Aurora Dorada acaricia el 7% de los votos emitidos, sólo cinco punto por debajo del partido socialista. Éste podría ser el resumen de los datos más importantes de las elecciones de ayer.
En realidad, el miedo, ese compañero indeseable de todos nosotros, ha triunfado de nuevo. Con un poco de aritmética parlamentaria, los dos partidos responsables de la ruina de Grecia y de la desesperación de sus habitantes, los dos partidos que han acaparado el poder desde la caída de la dictadura de los coroneles en 1974, volverán a gobernar de nuevo. Los responsables de la corrupción generalizada, del clientelismo y el nepotismo que han colapsado la conciencia de la administración griega, los responsables de haber metido al pueblo griego en una pesadilla inacabable, volverán a gobernar.
De los dos partidos, la responsabilidad del PASOK (al que los griegos identifican con la corrupción desde los años ochenta) es verdaderamente extraordinaria. Un partido socialista (?) que ha renunciado a su ideario, que ha cedido a la presión del capitalismo especulativo más radical a costa de poner al pueblo griego ante el abismo de la desesperación, ha pasado en apenas tres años de tener el 44% de los sufragios en las elecciones de 2009 (después de ocho años de gobierno de la Néa Demokratía) al 12% en las elecciones de ayer. No parece que esto les importe a sus dirigentes actuales, incapaces de reconocerse, ni de lejos, en la historia de su propio país.
Y, de nuevo, la Néa Demokratía en el poder. El partido que creyó que todo valía, que Grecia era un territorio que enfangar con todo un derroche de corrupción y, si se me permite la expresión, de estupidez política; el partido de los que se vieron deslumbrados (como el PASOK) por el brillo de una moneda que, finalmente, se ha revelado como la antesala de un nuevo infierno, infinitamente más dantesco que el antiguo hades: el infierno de los mercados. El partido que, como la mayoría de los partidos europeos, todavía no ha comprendido que los mercados son insaciables, que no se detendrán ante ninguna concesión, que son capaces de condenar a gobiernos, instituciones y ciudadanos, que anteponen sus propios beneficios a cualquier otra cosa, aunque ésta sea, por ejemplo, la destrucción de la Seguridad Social en Grecia y la muerte, inexorable y lenta, del modelo social surgido después de los horrores de la guerra.
Mas Europa ha reaccionado con alivio. La victoria de Néa Demokratía “es una buena noticia para Europa, Grecia y España”, ha declarado Mariano Rajoy. ¿Por qué? ¿Qué razón hay detrás de estas palabras? ¿Por qué la victoria de un partido que ha engañado a sus socios, que ha falseado las cuentas del Estado, que ha destruido el precario bienestar de sus ciudadanos es una buena noticia? Me temo que las palabras de Rajoy y las de los demás dirigentes y políticos europeos no son más que una desdichada muestra de solidaridad entre oligarcas.
Es difícil explicar lo que ha sucedido en estas elecciones en Grecia. Y es imposible prever lo que ha de suceder no sólo en Grecia, sino en toda Europa. Puedo percibir el miedo de los griegos, de toda la sociedad griega, un miedo lanzado contra ellos por quienes hoy detentan el poder en Europa con una arrogancia propia de bárbaros despiadados.
Estamos ante un momento de retraimiento. La historia de Europa, tras alumbrar a todo el mundo con su luz cegadora, está apagándose de nuevo. Después de décadas de razón, marcadas por el desarrollo de una sociedad más abierta de lo que ha sido ninguna otra a lo largo de toda la historia humana, después de descubrimientos científicos sin precedentes que presagiaban la esperanza de un mundo más justo, más feliz, después de haber conquistado derechos por los que varias generaciones de europeos dejaron su sangre en los campos de batalla, en las cárceles o en los campos de exterminio, estamos viviendo hoy los síntomas, claros y precisos, de un nuevo retraimiento.
Cuando pienso en tales cosas siempre recuerdo las palabras que el maestro E. R. Dodds escribió al final de un libro que podría servir de título a este artículo: Los griegos y lo irracional (Alianza Editorial, Madrid, 1981, p. 238). Permítanme que reproduzca aquí sus palabras, certeras, casi proféticas, cargadas con la modestia y con la inmensa sabiduría de un verdadero sabio:
“¿Qué significan este retraimiento y esta duda? ¿Es la vacilación que precede al salto, o el comienzo del pánico fugitivo? Sobre una cuestión de tal naturaleza un simple profesor de griego no es quién para opinar. Pero puede hacer una cosa. Puede recordar a sus lectores que una vez en la historia un pueblo cabalgó hacia ese mismo salto, cabalgó hacia él y rehusó darlo. Y puede rogar a sus lectores que examinen todas las circunstancias de esa negativa.
¿Fue el caballo el que se negó, o el jinete? Esta es en realidad la cuestión crucial. Personalmente creo que fue el caballo, es decir, los elementos irracionales de la naturaleza humana que gobiernan sin nuestro conocimiento una parte tan grande de nuestra conducta y una parte tan grande de lo que creemos nuestro pensamiento. […] Los hombres que crearon el primer racionalismo europeo no fueron nunca ‘meros’ racionalistas, es decir, fueron profunda e imaginativamente conscientes del poder, el misterio y el peligro de lo Irracional. Pero sólo podían describir lo que acontecía por debajo del umbral de la conciencia en lenguaje mitológico o simbólico; no tenían instrumento alguno para entenderlo, menos aún para controlarlo, y en la Época Helenística muchos de ellos cometieron el error fatal de creer que podían ignorarlo. El hombre moderno, por el contrario, está empezando a adquirir ese instrumento. Está todavía muy lejos de ser perfecto, y no siempre se le maneja con habilidad; en muchos campos, incluso en el de la historia, sus posibilidades y sus limitaciones están aún por probar. No obstante, parece ofrecer esperanzas de que, si lo usamos sabiamente, llegaremos por fin a comprender mejor a nuestro caballo; de que, comprendiéndolo mejor, podremos, mediante un entrenamiento mejor, vencer su miedo, y de que, venciendo el miedo, caballo y jinete darán un día ese salto decisivo, y lo darán con éxito”.
Ingenuamente, creí que Grecia, de nuevo, estaba a punto de dar ese salto. Mas el miedo, el miedo irracional que ha ido contagiando poco a poco a buena parte de la sociedad griega, el miedo irrazonable que está a punto de atraparnos también a quienes hasta ahora esgrimíamos como escudo un irracional “nosotros no somos Grecia”, ha empezado a cumplir bien su papel, incluso entre quienes creían que los “miedosos” eran otros.
Como Dodds, no soy quién para poder explicar lo que está pasando. Pero sé que, en lo fundamental, ya ha pasado. Me temo que el salto decisivo, el salto mediante el cual jinete y caballo librarán para siempre el abismo de la injusticia, la sinrazón, el abuso, el cinismo y la desfachatez que caracterizan a nuestros dirigentes, deberá todavía esperar, pues el jinete se ha contagiado del miedo de un caballo que, desbocado, galopa asustado hacia el sucio establo que creía haber abandonado para siempre.
1 comentario:
Solo se me ocurren cuatro alternativas al resultado de las elecciones griegas:
1- La plebe es masoquista;
2- La plebe es gilipollas;
3- La plebe es ambas cosas;
4- Las elecciones han sido manipuladas.
Creo que los hombres tenemos en los genes la jerarquía marcada, por lo que la democracia es utopía. Unos nacen para mandar y la mayoría para obedecer, basta adoctrinarnos para borregear.
Quizás la democracia menos utópica sería un comite de filósofos del tipo Diógenes, solo unos señores sin interés por presumir de traje y corbata y que se sientan en una piedra para debatir
¿qué opinas, Bernardo?.
La otra opción es la dictadura... y rezar para que el absolutista sea lo menos malo posible.
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