Regreso al futuro. La democracia ateniense (II)

En el artículo anterior veíamos que la sociedad ateniense estaba organizada, en sus orígenes, en una serie de estructuras gentilicias. Desde tiempo inmemorial, toda reforma política y social estuvo orientada a terminar con este sistema gentilicio basado en los orígenes y en la sangre, que resultaba un obstáculo casi insalvable para abordar los cambios que, inevitablemente, tenía que afrontar la sociedad ateniense.

El mítico Teseo y el "sinecismo"


La arqueología moderna ha establecido que, con cierta frecuencia, hubo problemas serios entre las πόλις, pues en muchos lugares del Ática hay rastros de fortificaciones, batallas y guerras que no pueden ser explicadas por la presencia de un enemigo externo.
En cualquier caso, parece razonable suponer que,  en un mundo en que no había leyes en un sentido estricto, sino costumbres inveteradas que eran transmitidas, respetadas y aplicadas por los jefes de cada una de las organizaciones, el sistema gentilicio tenía en su seno el germen de la violencia. En un mundo así, los desacuerdos entre miembros de géne diferentes derivaban con frecuencia en enfrentamientos generalizados, pues la respuesta a tales desacuerdos nunca era individual, sino del grupo entero.
La tradición atribuye al mítico rey Teseo, el vencedor del minotauro, el proceso que llevó a la unificación de todos los pobladores del Ática en torno a la ciudad-estado (πόλις) de Atenas. Este proceso es conocido por el término sinecismo (συνοικισμóς), palabra que literalmente significa ‘cohabitación’ y que, en el contexto que estamos  estudiando, podríamos traducir como 'casa común'. Quizá este proceso, mediante el cual varias aldeas confluyen en una ciudad explica que buena parte de las ciudades griegas (Atenas, Tebas, Delfos...) sean designadas por su nombre en plural.
En el caso de Atenas (y de otras póleis), se produjo también lo que podríamos llamar un sinecismo religioso en torno a la figura de Atenea, la diosa que, por esta razón, prestó su nombre a la nueva ciudad.
Independientemente de la tradición mítica, el sinecismo ateniense debió de producirse entre los siglos IX y VIII a. C., época en que se integran en la nueva Atenas las aldeas de la costa, la llamada Parália (παραλία), término que significa literalmente ‘junto al mar’. Este proceso histórico está reflejado en el mito del enfrentamiento entre Atenea y Poseidón por la posesión y el patrocinio de Atenas.
En efecto, el choque real entre los habitantes de la llanura, el grupo llamado  el Pedíon (πεδίον, ‘llanura’) dedicados especialmente al cultivo de olivos, y los de la Paralia (dedicados a las tareas del mar y al comercio) debió de resolverse a favor de aquellos, pues el olivo, mítico regalo de Atenea, fue aceptado por los habitantes de la nueva ciudad antes que el regalo (un manantial de agua salada) ofrecido por el poderoso dios del mar.
El sinecismo ateniense debió de completarse cuando se unieron al proceso las aldeas de las montañas, la Diácria (Διακρία). Se trataba de una población de pastores y ganaderos de cabras y ovejas.
Así pues, en los albores de una época que habría de cambiar para siempre la historia de toda Grecia (la época de la gran colonización griega), los habitantes de la región de Ática (los de la llanura, los de la costa y los de la montaña) dieron un primer paso, difícil y costoso, que, a la larga, habría de hacerlos más fuertes: se unieron, adquiriendo la conciencia de que era más aquello que los unía que aquello que los separaba y otorgándose un nuevo marco en el que vivir: una πόλις a la que llamaron Ἀθῆναι, Atenas.
Lo más importante del sinecismo es que cambió la estructura social para siempre: ahora la sociedad de la nueva Atenas era definitivamente más complicada, y necesitaba nuevas normas que hicieran posible la convivencia entre grupos que tenían intereses y modos de vida muy diferentes. Propietarios de tierra (y campesinos), ganaderos (y pastores) pastores y comerciantes se vieron obligados a tenerse en cuenta unos a otros.
Sin duda, los campesinos del Pedíon se convirtieron en el núcleo del proceso, como era natural en una sociedad fundamentalmente agraria. En realidad, la búsqueda de un equilibrio entre ellos y los demás componentes de la sociedad de la nueva pólis es la esencia del proceso que habría de conducirlos a la democracia.

Un legislador mítico: Dracón


El nombre de Dracón es, todavía hoy, sinónimo de dureza y crueldad, y el adjetivo "draconiano" sigue significando 'duro, cruel, inexorable'. Sin embargo, es muy poco lo que podemos saber de su época, salpicada de leyendas y hundida en todo un mar de referencias míticas.
La tradición sitúa a Dracón en el siglo VII a. C., una época de grandes descubrimientos pero, también, de grandes convulsiones. Las luchas intestinas de los φυλή eran casi cotidianas y los asesinatos, ordenados por sus jefes, provocaban una espiral de violencia que no parecía tener límites.
En relación con el poder político, los aristócratas, especialmente aquellos que vinculaban su riqueza y su poder a la posesión de tierras (el Pedíon), se disputaban el dominio y sus privilegios atendiendo exclusivamente a los intereses de su génos, pues más allá de éste no había otro horizonte.
En este contexto, de extraordinaria violencia, Dracón recibió el encargo de redactar un código de leyes. No podemos conocer las circunstancias políticas y sociales en que se produjo este hecho ni la razón que llevó a los diferentes jefes de los géne a designar a Dracón para llevar a cabo tal tarea. Lo que sí sabemos, sin embargo, es que redactó un repertorio de normas de extraordinaria severidad, que prescribía la muerte, por ejemplo, como castigo de un simple hurto.
Desde mi punto de vista, Dracón intentó poner freno a la violencia que se había adueñado de la sociedad resultante del sinecismo, que no había roto con su pasado gentilicio. Y lo hizo intentando que la violencia dejara de ser patrimonio de los clanes. Por esta razón, independientemente de la dureza de las penas, introdujo de una manera inteligente y sutil un principio legal que era completamente revolucionario.
Este principio establecía que la respuesta ante un delito, cualquiera que éste fuera, debía ser de toda la sociedad, producto del sinecismo, y no del génos. Por primera vez, que yo sepa, la corrupción (inherente a todo sistema gentilicio), los robos, los asesinatos... fueron considerados delitos contra la  pólis, contra toda ella, no contra un génos, una familia o una fratría.
De hecho, las leyes de Dracón terminaron con el derecho de venganza del génos, otorgándoselo a toda la sociedad, a toda la pólis, que empezó así a convertirse en el marco de referencia legal. Atenas comenzaba a percibirse como una especie de madre, capaz de proteger a todos sus hijos, fueran del génos que fueran.
Dracón dio, quizá, el primer paso decisivo. El extraordinario rigor de las leyes que promulgó consiguió dar reparación a las familias afrentadas y, probablemente, disuadir a una buena parte de los criminales. Pero lo más importante, lo verdaderamente decisivo fue que, aún en estado naciente, el concepto del derecho individual, de la responsabilidad personal, apareció por primera vez en la nueva Atenas, de manera que el individuo, cualquier individuo, pudo imaginar que era posible sustraerse a la influencia opresiva de su génos y asomarse a un universo donde se columbraban conceptos como la integridad, la conciencia, la independencia y la libertad individuales.
Quizá por esto, la tradición atribuye también al implacable Dracón otra aportación verdaderamente fundamental: la distinción, la frontera entre el homicidio voluntario y el involuntario.
Supongo que mis lectores podrán imaginar las dificultades a las que tuvo que enfrentarse Dracón en una época como aquella. La influencia de los dirigentes de las organizaciones gentilicias era tan grande, tan decisiva, que muchos ciudadanos (no sólo él) debieron de creer que cualquier cambio, cualquier reforma decisiva, era completamente imposible. Sin embargo, a pesar de las presiones y la violencia de quienes, como siempre, se resistían a perder su influencia y sus privilegios, Dracón y, con él, muchos atenienses, plantaron una semilla que no tardaría en germinar.
La sociedad ateniense surgida del sinecismo empezó a vencer, en el siglo VII a. C., su miedo a cambiar, a enfrentarse con un futuro que no estaba escrito en la sangre de las viejas estructuras gentilicias. Fue una proeza, una conquista que no había hecho más que iniciar el camino.
En los artículos siguientes intentaré seguir explicándolo.

1 comentario:

Fernando dijo...

Con la caída de la Unión Soviética, el Capitalismo dejo de tener un modelo alternativo al que temer. Se quitó la careta, ya no necesitaba la Democracia Cristiana, ni la Socialdemocracia, era el fin de la historia, el triunfo definivo.
Pero los pueblos ¿como pudieron olvidar que las conquistas que tanta sangre les costaron se podían perder?, que la característica primordial de la libertad es que se puede perder.
En cuanto a España, el sistema gentilicio del franquismo, permanece intacto en los aparatos de el estado, y la alargada sombra de sus cuarenta años, impregna a gran parte de su población, sin que ni siquiera sea consciente de ello.