El amanecer de la Europa moderna: el mundo micénico


El modelo minoico fue barrido por otro que penetró en toda Europa con fuerza incontenible. En efecto, unos años después de sacar a la luz los restos de Troya, H. Schliemann decidió dirigirse a Micenas, la ciudad de la que había sido rey Agamenón, el jefe de las fuerzas atacantes de Troya. Enseguida encontró seis tumbas excavadas en la roca: contenían los cuerpos de nueve hombres, ocho mujeres y dos niños. Asombrado, contempló que los rostros de cinco de esos hombres estaban cubiertos por máscaras de oro, como si hubiesen querido perpetuar los rasgos de sus rostros. A su alrededor había multitud de objetos valiosos, especialmente armas: puñales y espadas de bronce, señas de identidad de estos hombres cuya vida y cuya gloria estaba basada en la práctica de la guerra.
Schliemann, en efecto, había descubierto tumbas de guerreros, excavadas en una fortaleza rodeada por murallas imponentes, colosales, que los antiguos llamaban “ciclópeas”, pues el enorme tamaño de sus sillares parecía que sólo podía haber sido movido por los gigantescos cíclopes monóculos. ¡Qué diferencia con los palacios minoicos, donde ni murallas ni armas tienen sitio!
La importancia de Micenas es tan grande que ha dado nombre a todo un período de la historia conocido como “micénico”: una civilización de guerreros indoeuropeos, que aparecen en la Península Balcánica en torno al año 1700 / 1600 a. C [2]. Homero los llamó aqueos (Achaioí), y sus nombres siguen resonando en nuestros recuerdos: Aquiles, Ulises, Agamenón, Áyax...
Cuando los aqueos o micénicos consiguieron asentarse en territorio balcánico, pusieron en marcha un modelo de sociedad que ha tenido un éxito verdaderamente extraordinario. En realidad, las bases que establecieron en su sistema de convivencia perduran hasta el día de hoy, vigentes y pujantes. Estas bases tenían como objeto demoler la antigua sociedad minoica, matriarcal y pacífica, y establecer un modelo de estado y de sociedad basado en:
  • La preponderancia del varón.
  • La práctica sistemática de la guerra.
  • La conquista de territorios y la consiguiente esclavización de sus habitantes.
  • Y, especialmente, la desaparición social y política de la mujer, que quedó confinada, como Penélope, al estrecho mundo de la vida doméstica.
En virtud de los datos que poseemos [3], sabemos que la sociedad micénica se organizó para conseguir estos objetivos. Podemos afirmar que las ciudades-estado micénicas eran gobernadas por reyes (basileîs) que llegaban al trono por herencia, aunque no hay una línea hereditaria constante; unas veces el rey es el más venerado de los ancianos, como ocurre con Néstor, rey de Pilo, otras veces el rey es el jefe del clan familiar más poderoso, como Agamenón en Micenas o Menelao en Esparta.
El poder de estos basileîs abarca tres ámbitos:
  • Son jueces, depositarios de una autoridad que viene de los dioses, cuya voluntad deben interpretar en ausencia de leyes escritas.
  • Son sacerdotes o jefes supremos del culto debido al dios o dioses que protegen la ciudad. En este campo tienen ayudantes a los que solemos llamar sacerdotes, aunque se trata más bien de magos o adivinos, bendecidos por el don adivinatorio.
  • Finalmente, son también jefes militares y caudillos del ejército.
Mas estos reyes están lejos de ser monarcas absolutos. Cuando deben tomar una decisión importante, especialmente en relación con la guerra, escuchan a los ancianos y a los jefes de las familias más importantes y, con frecuencia, convocan y consultan a la asamblea de los ciudadanos en armas, vasallos obligados a servir en el ejército pero, también, hombres libres que ejercen su derecho a opinar con libertad. Sin duda se trata del embrión de lo que después habría de ser la asamblea popular de un estado democrático como el ateniense.
Mas de este mundo hay dos grupos excluidos: los esclavos y las mujeres. En el caso de los esclavos, no tengo ninguna duda de que son una de las consecuencias más notables de la guerra. Heráclito lo vio con claridad cuando, ya en el siglo VI a. C. afirmaba:
La guerra es el padre de todos, el rey de todos. A unos los hace dioses, a otros hombres. A unos los hace libres, a otros esclavos. [4]
En relación con las mujeres la sociedad micénica fue verdaderamente diligente, pues la clave del éxito del modelo patriarcal que pretendía perpetuar estaba en la desaparición social de las mujeres. En mi libro Hijos de Homero (Alianza Editorial, Madrid, 2006, 2008) he tratado con calma este asunto decisivo, a mi juicio, por lo que remito a sus páginas al lector interesado. Sólo diré aquí que si los griegos micénicos y los griegos posteriores no hubieran logrado este objetivo, su modelo de sociedad se hubiera visto seriamente comprometido y, probablemente, hubiera fracasado.
El hecho relevante es que hoy nuestra globalizada sociedad sigue siendo igual que era la de ellos: explota los frutos de la guerra, excluye a verdaderas multitudes de los beneficios de la riqueza, esclaviza sin piedad a quienes están destinados a producir bienes de consumo y, a pesar de algunos indicios aparentemente optimistas, sigue excluyendo a las mujeres de los ámbitos decisorios.
Ciertamente, la progresiva incorporación de la mujer a la vida social, política, empresarial e, incluso, militar, es a mi juicio un dato objetivo, aunque engañoso, pues se está produciendo sólo cuando las propias mujeres parecen haber aceptado el modelo masculino de éxito social, lo que supone que ninguna de ellas, en disposición de tomar decisiones políticas de alto nivel, podría hacerlo si, por ejemplo, cuestionara la guerra como mecanismo de resolución de conflictos.
El éxito del modelo micénico de sociedad patriarcal ha ido probablemente mucho más allá de lo que sus propios inventores imaginaron pues, tres mil seiscientos años después, muchas mujeres (a cuya costa se construyó tal sociedad) han asumido e interiorizado ese modelo incluso cuando creen oponerse a él.



[1] Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, 1.4.
[2] Los primeros indoeuropeos aparecen en Asia, especialmente en la península de Anatolia sobre el año 2300 a. C. Su integración, pacífica o no, con las poblaciones preindoeuropeas es, como en Europa, una de las claves más importantes de la historia antigua.
[3] Proporcionados esencialmente por los poemas homéricos y por las tablillas escritas en el llamado silabario minoico lineal B, un sistema de escritura minoico que los griegos micénicos adoptaron para escribir por primera vez su lengua, es decir, el griego.
[4] Fragmento 761 de Los filósofos presocráticos (I), Gredos, Madrid, 1978.

1 comentario:

Jorge dijo...

El esplendor cae sobre los muros del castillo
Y sobre las nevadas cumbres de la vieja historia:
La gran luz hace temblar los lagos,
Y las salvajes cataratas brincan en alabanza.
Soplad, trompas, soplad, haced vuestros salvajes ecos,
Soplad, trompas; responded, ecos, muriendo, muriendo, muriendo.

Escuchad. ¡Oíd! qué fino y claro,
¡Cuanto más claros y más agudos, más lejos llegan!
Con qué dulzura y qué alejados de los acantilados y precipicios,
Soplan suavemente las trompas del país de los duendes.
Soplad, dejadnos oír como replican las púrpuras cañadas:
Soplad, trompas; responded, ecos, muriendo, muriendo, muriendo.

Oh amor, ellos mueren en un cielo tan rico,
Y se desvanecen en colinas, campos o ríos:
Nuestros ecos reverberan de alma en alma,
Y crecerán eternamente.
Soplad, trompas, soplad, haced vuestros salvajes ecos,
Y responded, ecos, responded, muriendo, muriendo, muriendo.

(Alfred Lord Tennyson. The Princess; A Medley. IV, The Splendour Falls on Castle Walls. NEW YORK. FREDERICK A. STOKES COMPANY. MDCCCXCI, p.52)

The splendour falls on castle walls
And snowy summits old in story:
The long light shakes across the lakes,
And the wild cataract leaps in glory.
Blow, bugle, blow, set the wild echoes flying,
Blow, bugle; answer, echoes, dying, dying, dying.

O hark, O hear! how thin and clear,
And thinner, clearer, farther going!
O sweet and far from cliff and scar
The horns of Elfland faintly blowing!
Blow, let us hear the purple glens replying:
Blow, bugle; answer, echoes, dying, dying, dying.

O love, they die in yon rich sky,
They faint on hill or field or river:
Our echoes roll from soul to soul,
And grow for ever and for ever.
Blow, bugle, blow, set the wild echoes flying,
And answer, echoes, answer, dying, dying, dying.