Se reúne la asamblea de los guerreros aqueos. Bajo la protección de Aquiles, el adivino Calcante declara que el motivo de la ira de Apolo es que Agamenón retenga cautiva a Criseide; el cual, aunque enojado, se aviene a entregarla, si los aqueos le dan otra presa en compensación.
Nueve los días, los tiros del dios barrían el campo;
y al décimo hubo a las gentes a junta Aquiles llamado,
que tal en las mientes le puso ama Hera la cándidos-brazos:
lástima a ella le daba de ver ir cayendo los Dánaos.
Conque ellos ya que acudieron y en uno ya se juntaron,
ante ellos alzándose, así les hablaba Aquiles pie-raudo:
“… Atreida, ahora nos veo que ya, la mar desandando,
nos hemos atrás de tornar, si ya es que a muerte escapamos,
si así a los Aqueos los va guerra al par y peste asolando.
Mas ¡ea ya, a un adivino o preste en demanda acudamos,
un sabio-de-sueños también (son de Zeus los sueños recado),
que diga qué es que airado se ha Febo Apóline tanto!”
[…]
En hablando así, se sentaba; y húbose alzado
Calcante de Téstor, entre agoradores cierto el más sabio,
que bien lo que pasa sabía y lo por pasar y pasado,
que había en las naves aqueas hasta Ílïo ido guiando
por don que le había de adivinación Febo Apóline dado;
el cual ante ellos habló, y les dijo en juicio bien sano:
“Me mandas, Aquiles, amado de Zeus, aquí declararos
el enojo de Apolo, señor del-tiro-lejano:
bien, pues yo lo diré; pero tú ¡pónte y jura a mi lado
que a defenderme de firme serás con voces y brazo!:
pues cuido que habrá de enojarse señor que en la gente de Argos
tiene supremo poder y le acatan todos los Dánaos.
Rey es el potente en cuanto se aíra con hombre más bajo:
Que aunque el enojo por hoy se lo guarde y se trague el agravio,
mas para luego mantiene rencor, dispuesto a vengarlo,
en su corazón. Pero tú ¡dí sí vas a darme tu amparo!”
Al cual así respondiendo le dijo Aquiles pie-raudo:
“¡Animo, y dí lo que sepas de voz del cielo o dictado!:
que no, ¡voto a Apolo amado de Zeus, a quien invocando
tú, Calcante, revelas la voz del cielo a los Dánaos!,
no hay quien, estando yo vivo y sobre la tierra alentando,
a ti so las cuéncavas naves te ponga encima la mano
de todos los Griegos, así a Agamenón nombrares por caso,
que hoy se gloría de entre los Aqueos en ser el más alto.
[…]
Calcante acusa a Agamenón de haber afrentado a Apolo al despedir de mala manera al padre de Criseide, sacerdote suyo, del campamento, sin aceptar el rescate que estaba dispuesto a pagar por su hija. Ésa es la causa de la peste que asola a los Dánaos.
[…] y húbose alzado
hombre divino el Atreida, el de vasto poder soberano,
hondo dolido; y de furia tenía los negros redaños
henchidos, y tal le ardían los ojos como relámpago;
que lo primero a Calcante le habló, maltorvo mirando:
“¡Ah, adivino de mal!, nunca cosa me has dicho de agrado:
siempre en tus mientes te gozas los males en anunciamos,
mas buena jamás has dicho palabra o le has dado cabo;
y ahora, cantando del cielo la voz, dices ante los Dánaos
que ya, por lo que el flechero señor les da duelos tantos,
es porque yo por la niña Cruseide el rescate preclaro
no quise tomar; y sí, que en verdad es más de mi grado
tenerla conmigo: que aun antes que a Clutemnestra más alto,
mi esposa de ley, la estimo; pues no le cede ni palmo
en porte ni condición, ni en seso ni en sus trabajos.
Pero, aun así, bien la quiero entregar, si es ello más sano:
Más que las gentes morir, quiero yo que sigan a salvo.
¡Ah, pero a mí aprestadme otro don!, no quede privado,
yo solo entre los Argivos, de don; que tampoco es el caso.
¡Mirad todos pues lo que ha de venirme por dádiva a cambio¡”
Aquiles se irrita. Habla de nuevo, y Agamenón le contesta.
Atreida glorioso, el más codicioso de todos y cuantos!:
pues ¿cómo te van a dar don los Aquivos fortialentados?:
no hay mucho fondo de presa común por ahí, que sepamos,
que está repartido lo que de saqueo de plazas tomamos,
ni es bien que otra vez la gente lo junte a cuenta y reparto.
Pero ora tú a ésa ¡al dios cédela!: ya te haremos los Dánaos
Triplo y cuádruplo a cambio cobrar, si Zeus quiere darnos
un día el recinto de Troya arrasar, el bien-torreado.”
Y a él en respuesta así le habló Agamenón soberano:
“¡No más, divinal Aquileo, así te lo sigas guardando,
por bravo que seas!, que no te me escurres ni te he de hacer caso.
¿Qué?, ¿quieres, para tu presa guardar, que me quede yo falto
sentado sin más, y me mandas librar la que es mi regalo?
Sí, si otra presa me dan los Aquivos fortialentados,
justa que venga a mi gusto, a valerle a la otra por cambio:
pero, si no me la dan, puede ser que yo por mi mano
vaya y de ti una presa, o de Ayante, o de Ulises acaso,
tome y me lleve, y aquél a quien vaya quede rabiando.
[…]
Aquiles va encolerizándose cada vez más.
¡Ah, mía fe, saco de desvergüenzas, ánimo-avaro!,
¿cómo tu voz va a acatar ningún Aquivo de grado,
sea en ruta que hacer o en salir contra hombres al campo?
Pues no vine yo por mor de los astienhiestos Troyanos
aquí a combatir, porque a mí no me deben culpa ni daño
[…]
no, sino a darte a ti gusto acudimos, gran malosado,
honra a ganarte a ti, ojo-de-perro, y a Menelao
costa de Troya; que de ello te da poco duelo y cuidado;
que ya hasta arrancarme mi presa amenazas tú por tu mano,
por la que mucho bregué y que los hijos de Aqueos me han dado.
Nunca mi presa a la tuya es igual, cada vez que tomamos
por fuerza una plaza bien-abastada de los Troyanos;
y eso que a fe que lo más de la guerra y sus mil trabajos
mis manos lo amañan; pero, de que al fin, se viene a reparto,
a ti presa mucho mayor, mas yo lo poco y lo grato
voy a la nave a llevar, cuando ya de guerra me canso.
Mas ora a Ftía me iré, porque mucho es más aguisado
volver con las córvigas naves a casa; y más no me hallo
para aquí yo sin honra ganarte hacienda y abastos.
Agamenón contesta de nuevo.
¡Huye en buen hora, si gana te da!: lo que es yo, ni por caso
te he de rogar quedarte por mí: otros hay a mi lado
sin tí que honra me den, y ante todos Zeus todo-sabio.
Y me eres de reyes criados-del-cielo tú el más odiado:
pues siempre porfía y peleas y guerra es todo tu agrado.
Si eres tan fuerte, un dios el ser tan fuerte te ha dado.
¡Vuélvete ya a tu patria con tus compañas y barcos,
en los Murrnídones reina!, que duelo a mí ni cuidado
lo que rabies me da. Pero así es lo que te amenazo:
como a Cruseide a mí me la está Febo Apolo quitando,
que la haré partir, y con mi compaña y mi barco;
Pero a tu tienda, a llevarme a Briseide cara-de-encantos,
yo mismo, a tu presa, he de ir, a fin de que veas bien claro
cuánto estoy por encima de ti, y otros tengan reparo
de hablarme a la cara así y conmigo andarse igualando.
Tal dijo; y le entró al Peleida furor, y en su pecho vellasco
se le quedó el corazón entre dos partidos temblando,
o sí, la daga buída de al píe del muslo tirando,
alzar a todos en pie y al Atreida allí degollarlo,
o si la hiel retener y ponerle freno a su ánimo.
Mientras que tal en sus mientes y pecho estaba dudando,
ya de la vaina el gran sable tiraba, allí cielo abajo
Atena acudió: la enviara ama Hera la cándidos-brazos,
a ambos queriéndoles bien, por igual cuidosa de ambos.
Conque ella detrás, de la rubia melena le hubo agarrado,
mostrándose a solo él: nadie más la veía de tantos.
Pasmóse Aquíleo, y la vuelta se dio; y conoció de contado
a Pálade la Atenea: en horror sus ojos brillaron.
[…] que a su vez le dijo la diosa Atena ojos-garzos:
¡Ea, mas cede en porfía, y no tire espada tu mano!,
mas de palabra ¡insúltale, sí, de tanto y de cuanto!
Pues desde aquí te lo anuncio, y cumplido habrás de mirarlo:
aún una vez vendrán a tí dones tres veces tantos
esta soberbia de hoy. Pero ¡ténte, y haznos tú caso!”
Que respondiéndole a ella, habló Aquileo pie-raudo:
“Fuerza es, diosa, guardar el de ambas vuestro mandato,
por más que se esté airado en el alma: es ello más sano:
el que a los dioses caso les haga, de él hacen caso.”
Dijo, y retuvo en el pomo de plata grave la mano,
y atrás a la vaina el gran sable metió; y cedía al recado
[…]
Entonces, tras el beneplácito de Atenea, Aquiles se dirige de nuevo a Agamenón.
“¡Odre de vino, el de cara de can, corazón de cervato!.
nunca a la lid salir a la par de tus gentes armado
ni a una avanzada acudir con los Aquívos de rango
te has en tu alma atrevido, y ahí se te atisba el mal hado;
claro, es mucho mejor por el ancho campo a los Dánaos
ir arrancando la presa, quienquier que te hable contrario.
¡Rey comepueblo tú, porque en viles reinas vasallos!
Bien puede, Atreida, que hoy hayas tu ultraje último osado.
No, sino aquí te lo digo, y lo habré en gran juro jurado:
a fe de este cetro que nunca echará ni hoja ni ramo,
[…] que una vez de Aquiles vendrá añoranza a los Dánaos
todos; y entonces por nada podrás, por más que amargado,
cura hallar, de que muchos ante Héctor plaga-de-humanos
caigan muriendo; y a ti te remorderán los redaños,
rabiando de haber al mejor de los Griegos mal estimado.”
Tal dijo el Peleida, y a tierra arrojó su cetro, de clavos
todo guarnido de oro; y ya él se quedaba sentado;
mas de su lado el Atreida rugía. […]